Una manifestación contra las recetas de los acreedores frente al edificio del Parlamento griego. Autor: república.com Publicado: 21/09/2017 | 06:13 pm
Este domingo, el mejor mapa de Grecia son dos signos de interrogación. Una pregunta sacudirá incluso el añejo Olimpo, y sus dioses —¿molestos porque Europa mudó el «culto» a otra parte?— recordarán a todo un continente que lo que pasa en Atenas pesa en el mundo.
Tras meses de intentar, en diálogos múltiples, sacar al país de una crisis de larga incubación que llegó «de afuera», vía deudas paralizantes y otros mecanismos de ahogo concertado, los griegos responderán la pregunta más comentada del día en el planeta.
¿Cuál es? Esta: «¿Debería la propuesta que fue sometida por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional en el Eurogrupo del 25 de junio de 2015, que consiste en dos partes que juntas constituyen su propuesta integral, ser aceptada?».
En efecto, la interrogante es extensa, enrevesada y vale cada céntimo de los 110 millones de euros que, según la prensa alemana, costará la consulta sobre el rescate propuesto al país, pero su complejidad gramatical es mucho menor que sus implicaciones ciudadanas.
Llegado el comentadísimo referendo griego sobre la crisis de su deuda y la posición ante los acreedores, ahora todos, de la ONU al Vaticano, de Obama a la Merkel, del obrero robado al millonario ladrón, están pendientes del resultado.
Gobierno de Tsipras: de acosado en acusador
¡Inaceptable! Quizá sea esa la palabra, con signos y todo, que mejor define la posición del Gobierno de Alexis Tsipras sobre la última propuesta de los acreedores internacionales que, por debajo de la mesa de negociaciones, han pisado los «callos» al endeudado país. Y, por fuerte que ha sido la presión, el Primer Ministro no ha dejado de defenderse.
Aunque los estadistas europeos estén disgustados y alguno se sintiera «traicionado» por la iniciativa, el referendo es congruente con un ejecutivo que siempre anunció que, de llegar al poder, anularía recortes y medidas de austeridad —solo para el pueblo— aprobadas por el ejecutivo antecesor bajo guión de la misma troika (FMI, BCE y CE) que ahora aprieta las clavijas económicas del país.
Ese Gobierno que hoy pregunta al pueblo es el mismo que, a solo días de instalarse en enero, acordó elevar el salario mínimo, restaurar el poder negociador previamente despojado a los sindicatos, devolver sus puestos a 3 500 funcionarios despedidos arbitrariamente, rehabilitar el derecho universal a la salud a tres millones de griegos y detener privatizaciones millonarias.
El de Tsipras y su partido Syriza es el Gobierno que, en noticia simbólica que recorrió la parte del mundo que sabe leer, volvió a contratar a limpiadoras de piso que el anterior Ministerio de Finanzas había echado a la calle. Pero entonces, como célebre dinosaurio, la deuda estaba ahí.
¿Cabía esperar un sumiso acatamiento de recetas que asaltan beneficios como los salarios y el programa de pensiones y pretenden someter a las mayorías a impuestos impagables? Aunque a los poderosos resultara inverosímil, Grecia decidió pagar a sus trabajadores en lugar de pagar al FMI.
Es mucho lo que se juega a la vera del Partenón. Si el ejecutivo heleno padeciera la fiebre de poder común en muchos gobiernos, hubiera aceptado la fórmula al uso, dejado que los acreedores atasen más a la nación y se hubiera blindado en caros inmuebles y cuentas de banco, pero el equipo de Atenas emprendió el camino del riesgo.
Tsipras, que ha llamado a votar «rotundamente» por el «No» —en tanto es evidente que el «No» del referendo es el «Sí» por el pueblo— dejó entrever que, ante una presunta derrota de su posición, podría dejar un cargo en el que no estará «eternamente».
No obstante, es optimista y sostiene que el «No» como respuesta mejoraría las posibilidades de negociación del país con acreedores que, según él, dieron a Grecia un ultimátum «insultante». El pueblo griego, considera el Primer Ministro, sobreviviría aun sin «rescate».
¿Qué argumenta Atenas? Que el problema no se resuelve solo con reformas y que debe incluirse la reestructuración de la deuda y un paquete de inversiones que permitan retornar al crecimiento económico.
Los pensionados griegos tienen grandes motivos para el No en este referendo.
Grecia propuso, sin éxito, que el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) asumiera su deuda de 27 000 millones de euros con el Banco Central Europeo (BCE). El país renegociaría con el MEDE los términos de devolución y obtendría así un respiro de liquidez, toda vez que debe devolver al BCE 6 700 millones de euros que, sumados a los 1 600 millones que no pagó el 30 de junio al FMI —y le llevaron a entrar en la temible cesación de pago—, superan los 7 200 millones pendientes del rescate.
Malas respuestas, buena interrogación
Casi no hay que decir que en la Eurozona no gusta ni un poquito la pregunta de hoy ni quienes la formularon. Contra todo lenguaje diplomático, el presidente español, Mariano Rajoy, expresó públicamente que deseaba el triunfo del «Sí» para que una Grecia sin Tsipras —tal vez sin tripas, digo yo— se muestre más propicia a aceptar consejos.
La crítica al referendo ha sido unánime en los «socios» —esta palabra exige cada vez más comillas— de la Eurozona, que no desperdician declaración para culpar al Primer Ministro de un naufragio fraguado internacionalmente, mucho antes de que él accediera al cargo.
El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, y la canciller alemana, Angela Merkel —sin la cual no se mueve una hoja en toda Europa—, han recomendado sin rubor el «Sí» como única vía para buscar el acuerdo perdido.
Mientras no escampan las diatribas de las figuras de Estado o Finanzas de quienes se esperaba alivio a la situación, los griegos, que hoy desbordan sus calles para marcar el «No» o el «Sí» de su porvenir, se han manifestado en ambas direcciones, y las encuestadoras, tan uniformes otras veces, han estado lejos de ponerse de acuerdo.
Figuras tan relevantes como los premios Nobel de Economía Joseph Stiglitz, Paul Krugman y Christopher Pissarides no fueron menos discordantes entre sí a la hora de comentar qué aconsejarían a los griegos.
Stiglitz sostuvo que la respuesta afirmativa «significaría una depresión casi sin fin», y que ello daría a Grecia un alivio en la deuda y ayuda del Banco Mundial en unas décadas, pero a un precio muy alto para los ciudadanos. Votar «No» —considera— abriría finalmente «la posibilidad de que Grecia, con su fuerte tradición democrática, pudiera tomar su destino en sus manos».
Pissarides criticó el manejo económico del Gobierno de Tsipras y sugirió a los griegos votar «Sí» porque «un voto negativo sería un callejón sin salida que podría conducir eventualmente al Grexit», o salida del país de la Eurozona.
Y Krugman dijo que votaría «No» porque, para rescatar la esperanza, se requiere cambiar la política que la troika ha impuesto y porque avalar un «Sí» que parece diseñado para deshacerse de Tsipras, sería pésimo precedente en una región que no quiere líderes incómodos.
Números + Números = Política
Eso último, la política, es lo primero en el asunto. Estudiosos que miran más allá de las cifras han afirmado que el asedio oficial y mediático contra Grecia no está dirigido a sacar al país de la Zona Euro sino a sacar a Syriza del Gobierno del país.
El ministro de Defensa, Panos Kamenos, dijo que si Grecia abandona el euro se producirá una reacción en cadena que implicaría, en primer lugar, a España y a Italia. «Luego, en algún momento, Alemania. Por eso debemos encontrar una solución dentro de la Eurozona, pero no puede ser la que siga obligando a los griegos a pagar cada vez más», afirmó.
La exclusión de Atenas del euro cambiaría el mapa de alianzas en Occidente, con su acercamiento a Moscú y Beijing —cuyos créditos ayudarían a reflotarla— y pudiera estimular la salida griega de la OTAN, acercándola a otros mecanismos militares. Nadie, en aquel «barrio», quiere eso.
Entonces, está claro que la boleta griega decide hoy mucho de la política regional. El blanco a que apuntan los acreedores es el Gobierno rebelde de Tsipras, que mantiene alto apoyo pese al asedio. La diana está en los sindicatos —último valladar de defensa de salarios y pensiones ya bajos, en comparación con otros países de la UE— que han tomado un segundo aire en un país asfixiado por la deuda.
¿Lo sabrá la gente? Lo sabremos hoy. Por lo pronto, vale repasar las palabras de un ciudadano en la plaza Sintagma, durante una manifestación que reunió a 13 000 griegos que defienden el «No».
Entre consignas como «Ni un paso hacia atrás», «No al terrorismo de la Unión Europea», «Pueblos de Europa, todos unidos» y «Este domingo tomamos el futuro en nuestras manos», Jonathan, un abogado que apenas dio el nombre, dijo que este domingo es oportunidad para demostrar que Europa puede ser «de los pueblos y no de los bancos».
Panos Skurletis, el ministro griego de Trabajo, lo resumió aun mejor: «Si la respuesta del domingo es un claro No, tendremos un buen lunes».
Vea además: Grecia y la UE: ¿vivir sin euro?