Hace ocho años, cuando incluso desde el Partenón las cosas se veían feas, el periódico británico Financial Times asombraba con un titular: «El oficio más antiguo del mundo eleva el PIB griego en un 25 por ciento». Para atajar su déficit y «cumplir», Grecia intentaba pasar gato por liebre a Bruselas, disparando su Producto Interno Bruto gracias a la inclusión en la cuenta de las facturas de la prostitución, las drogas y el lavado de dinero.
Las cifras de entonces fueron rechazadas, pero ahora, tal vez por aquello de que lo helénico siempre fue modelo, los 28 países de la Unión Europea se disponen a imitar de conjunto la iniciativa, apurados como están en reducir, al menos, la apariencia de sus deudas, porque estas se miden en un tanto por ciento del PIB y, si se cree que sube el PIB, se presume que ellas han bajado.
Después de vieja, Europa cambia el cálculo de su riqueza e incluirá en el balance el dinero de la prostitución, el contrabando y el tráfico de drogas, un mecanismo que puede reñir con leyes actuales, pero que busca armonizar las cuentas considerando que el PIB decide el aporte de un país al presupuesto comunitario, y hay que ajustar la vara.
¿Polémicas? Miles, pero las nuevas normas tratan de zanjarlas estableciendo que las actividades ilegales serán contabilizadas siempre y cuando los actores del «asunto» actúen de forma voluntaria y la transacción cliente-consumidor sea voluntaria. ¡Qué maravilla!
Una ministra francesa y otra belga —dado el caso que les hicieron, sus nombres no harían diferencia— protestaron ante la consideración de la prostitución como una actividad comercial libremente consentida, amnesia que olvida la esclavitud que ella significa para millones de personas.
En España, donde razones económicas y de otro tipo hacen muy sensible el cambio, la policía considera que el 90 por ciento de estas mujeres son víctimas de redes de trata, de modo que allí un eventual crecimiento del PIB gracias a esa fuente estaría contaminado por el embuste y la pena.
El Instituto Nacional de Estadística español prevé, a la vuelta de dos meses, un ascenso de 4,5 por ciento del PIB en virtud del aporte de 45 000 millones de euros de la economía ilícita. Que Galicia espere subir más —cerca del seis por ciento— que el resto de las comunidades autónomas, y que encabece en España el tráfico de cocaína, no es pura coincidencia.
Los defensores del nuevo conteo sostienen que el déficit español bajará unas tres décimas y se colocará por debajo de lo comprometido con Bruselas, y que la deuda, que el año pasado cerró en el 93,9 por ciento del PIB, descenderá al 90 por ciento. ¿No les recuerda un proyecto de película ateniense?
Igual que esos padres que no indagan por los negocios de sus hijos y hasta les aceptan dolosos regalos, los inspectores de Hacienda españoles promueven un debate para legalizar la prostitución, entre otras cosas, porque mueve 18 000 millones de euros al año y podría reportar, si fuera formalizada, unos 6 000 millones a las arcas madrileñas. Como si manejaran el clásico iceberg, ellos —que han comentado que estas actividades «merecen un reproche moral pero no fiscal»— pretenden sacar el dinero sumergido, sin fijarse demasiado en cuánto corte el hielo.
Lo cierto es que en una sociedad que se debate entre abolir o legalizar la prostitución, las heridas no son mera metáfora social. Entre el 2010 y 2012 fueron asesinadas en España, al menos, 20 mujeres del oficio, y en muchos casos sus cuerpos fueron objeto de brutal ensañamiento.
Es común que las prostitutas sean consideradas patrimonios de las mafias y que la extorsión, la amenaza, la tortura y la deuda eterna sean parte de su día a día. El propio Parlamento Europeo sostiene que entre el 80 y el 95 por ciento de las prostitutas se inician tras sufrir alguna forma de violencia y que el 68 por ciento padece estrés postraumático.
Sin embargo, a menudo Don Dinero es poderoso cliente, incluso, de la Ley y el Orden. Las actividades ilegales representan en el mundo 870 000 millones de dólares, así que, aunque duela, no asombra que muchas de las mayores economías quieran retocarse al espejo con tales cifras.
No se puede dudar, mejorarán los números porque en Europa hay grandes contadores y porque el papel acepta cuanto le impongan. Pero a todas luces no parece el camino para que economía alguna cure sus angustias. Pese a las flechas que apuntan al cielo en los informes, continuará la zozobra de los desfavorecidos, personas como las prostitutas que, si no tuvieran suficiente, ahora parece que en papeles se deben acostar, también, con el Estado.