Parece que a Obama no le gusta escuchar otras opiniones, pero Putin se las dice. Autor: Reuters Publicado: 21/09/2017 | 05:21 pm
En el balneario mexicano de Los Cabos no solo se habló de rescates financieros, de la debacle de la zona euro o de la capitalización del Fondo Monetario Internacional. Al margen de los debates de la VII Cumbre del G-20 (grupo que reúne a las 20 economías más influyentes del mundo) sobre la crisis global, Estados Unidos, y tras sus faldas la Unión Europea, trató de arrastrar consigo a Rusia y China, para implementar su estrategia de cambio de régimen en Siria. Y una vez más, no tuvo éxito.
Pese a las conversaciones intensivas que mantuvo con los presidentes Vladimir Putin, de Rusia, y Hu Jintao, de China, el jefe de la Casa Blanca, Barack Obama, no pudo convencer a sus «socios» del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para que se sumen a la campaña antisiria.
Moscú y Beijing no cedieron posiciones. Ambos Gobiernos siguen defendiendo la aplicación del plan del enviado especial de la ONU y la Liga Árabe, Kofi Annan, que incluye entre otros puntos, el cese de la violencia y el diálogo político interno.
Este acuerdo, aceptado por el presidente sirio Bashar Al-Assad, no ha sido concretado, debido a la guerra irregular que emprenden las bandas armadas opositoras, apoyadas con dinero, mercenarios y pertrechos bélicos por países de la región (Qatar, Arabia Saudita y Turquía).
Ante la amenaza a la seguridad interna, Damasco se niega a retirar su ejército de algunas posiciones y ha estado obligado a responder.
En Los Cabos se enfrentaron, una vez más, las posiciones occidentales con las sino-rusas en torno a la solución de ese conflicto.
Tras varios días de recriminaciones sobre Siria al estilo de la vieja Guerra Fría, el encuentro entre Obama y Putin fue mucho más largo de lo que se esperaba —más de dos horas—; sin embargo, no hubo grandes acuerdos. Según admitió el norteamericano, al menos coincidieron «en la necesidad del cese de la violencia y en crear un proceso político para prevenir una guerra civil». Pero el encontronazo está en el cómo.
Moscú se mantiene firme para no dar un paso en falso que le permita a Estados Unidos y la OTAN emprender una intervención militar al estilo de Libia. La amarga experiencia de cómo las grandes potencias utilizaron al Consejo de Seguridad para hacer la guerra contra Muammar Al-Gaddafi, y engañaron sobre sus verdaderas intenciones a quienes hipócritamente llaman «socios», le dejan claro a Rusia y China que no pueden equivocarse de nuevo.
Para estas naciones, la única alternativa es el plan de Annan, pero las potencias occidentales, encabezadas por Washington, Londres y París, se niegan a aceptar un arreglo que no contemple la renuncia de Al-Assad. Moscú y Beijing, por su parte, insisten en que esa es una decisión que solo deben tomar los sirios y no debe ser impuesta desde afuera.
En otro intento por salvar el proyecto de Annan, Rusia convocó a una cumbre internacional de paz, bajo la sombrilla de la ONU, en la que participarían además actores regionales de peso en la solución del conflicto, tales como las naciones fronterizas, incluida Irán.
Moscú también sabe que hay mucho más detrás de lo que es visible. Está consciente de que Occidente intenta acorralar a Irán, a lo que se suman las monarquías del Golfo Pérsico —principalmente Arabia Saudita—, deseosas de frenar la creciente influencia de la nación persa en el Medio Oriente. Por supuesto, Washington no quiere ni oír hablar de la posibilidad de una voz iraní en este encuentro.
Annan también maneja otra propuesta: crear un grupo de contacto integrado por los miembros permanentes del Consejo de Seguridad (China, EE.UU., Francia, Reino Unido y Rusia), además de Arabia Saudita o Qatar (en representación de la Liga Árabe), Turquía e Irán. La iniciativa también incluye la salida de Al-Assad, quien, de acuerdo con las pretensiones occidentales develadas por el diario estadounidense The Washington Post, se exiliaría en Rusia.
De seguro no dudaron en prometerle a Moscú garantías de protección a sus intereses en Siria y la región para que convenza a Al-Assad de quitarse del medio. Quizá también intenten seducir a Irán —uno de los verdaderos objetivos del Pentágono, de Israel y de sus pajes del Golfo Pérsico— con aflojar la campaña en su contra.
Hasta el momento, tanto Rusia como China parecen resueltas a no dar marcha atrás. A fin de cuentas, pasarle la cuchilla a Siria es solo un paso en la estrategia global de Washington para debilitar a estos dos grandes; por tanto, no pueden dejar que su enemigo —el verdadero ropón que le sirve a EE.UU.— cruce esa franja. Los rusos y los chinos también están en la mira.