Lugar donde se encontraba la imprenta Lavernia, principal centro de producción de la propaganda clandestina en Camagüey. Desde allí partió el comando que asaltó la planta eléctrica de la ciudad, dirigido por Tony Ginestá. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 08/04/2025 | 09:21 pm
Sin sospecharlo estaban en marcha los preparativos para la huelga de abril de 1958.
En las últimas dos semanas, Antonio Ginestá (Tony), jefe del taller, venía poco a la imprenta. En nuestras acostumbradas pláticas de esos días me comentaba, de modo reiterado, que habían emplazado una ametralladora y ubicado algunos soldados en la planta eléctrica de la ciudad. No suponía que se proyectaba el ataque a ese objetivo por un comando de asalto encabezado por él.
El día 8 de abril, aproximadamente a las 3:00 p.m., Tony llegó a la imprenta; se mostraba presuroso. Nos reunió con brevedad, planteó que no habría trabajo al día siguiente, y en particular me dijo:
—Niño, ven tú a las ocho de la mañana.
No me dijo más.
Me personé a la hora fijada del día 9; toqué en la puerta de la entrada principal, me abrió Tony, quien me encargó adquirir una caja de refrescos en una cafetería cercana.
Al regresar, de nuevo me recibió e instruyó con precisión: dentro de un rato él y un grupo de compañeros saldrían de allí; quedarían documentos y materiales a recoger inmediatamente que ellos se marcharan.
Me retiré. A las 11:00 a.m. comenzó la transmisión de la alocución llamando a la huelga general. Comprendí que se había iniciado una acción, al menos desde la imprenta. A los acordes del Himno Invasor sentí emoción y me imaginaba —por su carácter— a Tony inmerso en el hecho revolucionario.
Fui hacia la imprenta. En efecto, sobre la mesa de encuadernación había carnés de los participantes y los tipos de letras de plomo utilizados recientemente en la elaboración de una propaganda clandestina, buscados por la dictadura.
Lo recogí todo, lo eché en una bolsa de nailon y lo escondí en el escaparate de mi casa, solo con la confidencia de mi madre, quien accedió de manera consciente a mi reclamo.
Aproximadamente a las 10:45 a.m., los combatientes participantes en la acción habían ocupado un vehículo solicitado para partir desde la imprenta hacia el objetivo. Al filo de las 11:00 a.m. el carro llegó a la planta eléctrica; Tony fue el primero en saltar del vehículo y en comenzar a disparar con la ametralladora Thompson que portaba. Se generalizó el fuego de los asaltantes hacia los soldados y el edificio de control.
No llegó otro grupo de apoyo previsto. El factor sorpresa se había perdido, mientras, en cambio, comenzaban a llegar refuerzos de la tiranía. Con desventajas en el número de armas y hombres, y bajo el fuego enemigo, se ordenó y procedió al repliegue, luego de varios minutos de combate.
Testimonio publicado sobre el asalto a la planta eléctrica de Camagüey
Tony Ginestá había sido herido en una pierna; en la retirada debieron saltar por una pared, no prevista. Con la ayuda de la población lograron escapar.
En apoyo a los asaltantes se había establecido un puesto médico encabezado por Ana Hilda Trincado. Hasta allí llegó Tony, fue curado y «bañado» virtualmente con agua oxigenada dejando descolorido su pelo con fines de enmascaramiento.
Uno o dos días después del 9 de abril, Ana Hilda —esposa de Tony— me mandó a buscar: comentó que Tony se recuperaba de la herida y me entregó una nota para hacerla llegar personalmente al padre de un participante, a la postre traidor y terrorista.
Se había iniciado un arduo trabajo en el almacén de la imprenta con el propósito de localizar y extraer toda la propaganda clandestina impresa, los equipos ligeros y accesorios utilizados con ese fin, mientras, nos preparamos para la segura incursión y registro.
No fue hasta varios días después del asalto que llegó el ejército evidentemente carente de información. Los militares irrumpieron por las dos puertas de acceso; el grupo que entró por la calle Rotario que accedía de forma directa al taller preguntó por Antonio «Montalbán», apellido que Tony utilizaba comúnmente junto a su nombre. La respuesta de su sobrino Rodulfo, al frente del taller, fue: «Él no viene a trabajar hace casi un mes».
Al mismo tiempo, el grupo que había entrado por el frente de la imprenta se dirigió al almacén y comenzó la búsqueda de materiales y equipos.
Fue, precisamente, cuando comenzaron a hacer preguntas que tomé la iniciativa, le pregunté a Rodulfo si deseaba agua y café para buscarlos en la cafetería cercana; era mi pretexto de la evasión y él me comprendió. Respondió positivamente.
No sé si los guardias se percatarían de mi pregunta y la acción, pero logré escapar, quizá por mi corta edad y sin haber crecido mucho. Salí por la puerta lateral del taller. Me desplacé con rapidez por la Avenida de los Mártires y, en primer orden, me dirigí hacia donde suponía se ocultaba Tony. En el trayecto me parecía que entre los vehículos que venían en mi dirección también estaban los del ejército al percatarse de que me había escapado. Al llegar a mi destino inicial salió a la puerta Ana Hilda y le informé lo que acontecía. Me respondió que el día anterior Tony había salido hacia La Habana.
Sin más pérdida de tiempo trasladé el material que escondía en mi casa hacia la vivienda de una tía a la que familiarmente llamábamos Tina (Ernestina), quien residía en el lugar donde yo había nacido. Le expliqué y accedió con determinación, al igual que lo había hecho antes mi madre. Con sigilo, enterré los materiales en el patio de esa casa.
Por su parte, Tony Ginestá finalmente logró burlar el cerco tendido y con el apoyo de un oficial del Ejército, logró llegar a La Habana.
(Con la colaboración de Daily Sánchez Lemus)