Alegrías y tristezas se conjugaron en la terminal aérea de Maiquetía, donde 133 colaboradores cubanos de las Misiones Educativas esperaban ansiosos el regreso a la Patria, luego de dos años de prestar servicio en la Venezuela bolivariana Autor: Yander Zamora Publicado: 21/09/2017 | 04:51 pm
CARACAS.— Alegrías y tristezas se conjugaron en la terminal aérea de Maiquetía, donde 133 colaboradores cubanos de las Misiones Educativas esperaban ansiosos el regreso a la Patria, luego de dos años de prestar servicio en la Venezuela bolivariana, con la misma entrega y abnegación si lo hicieron en algún paraje recóndito del Delta del Amacuro o si fue en el laberinto de asfalto y cemento de esta Caracas ciudad capital.
En la despedida a los «profes», procedentes de cada estado de esta Venezuela que los acogió como hijos, y de cada provincia de la Isla grande del Caribe desde donde llegaron con expectativas, nostalgia y temor, y adonde retornan más maduros y revolucionarios, cargados de experiencias y con el convencimiento de que su aporte de grano de arena ha cimentado un puente de solidaridad y amor indestructible.
Se le veía en las caras cuando asentían a las palabras que en nombre de todos dijo la joven profesora Yaritza Mora Caballero, asesora de la Misión Robinson en el estado de Nueva Esparta, quien con orgullo señalaba que cuando el pueblo venezolano escribiera la historia de la proeza educativa y social que están construyendo, esas letras estarán untadas también con el sudor y el sacrificio del pueblo cubano.
Andrea de Miranda, Caridad de Anzoátegui, Zenaida de Barinas y Martha del Distrito Capital fueron las escogidas para recibir de manos del ingeniero Orlando Ortegano, presidente de la Fundación Misión Ribas, y de Mercedes Escuredo, jefa de la Misión Educativa, los diplomas de reconocimiento que cada uno lleva para Cuba, sencillo papel que reconoce historias que unos contarán dentro de pocas horas a la familia que les espera y otras, como Vilma Carbonell lo hará de aquí a algunos años, cuando su nieto Jorgito, ahora de 20 días de nacido, comprenda sus palabras.
Raquel Vera, esa especie de ángel de la guardia que siempre tendió la mano amiga a sus compañeros de misión, no pierde en la despedida su sonrisa casi perenne y se le hace más amplia cuando piensa que pronto verá a sus hijos Mandy y Yoelito, el que le sigue los pasos como profesor de preuniversitario en su querida Majibacoa tunera.
Rafael Arias y sus 42 años de magisterio santiaguero se enriquecieron con una experiencia que nunca había imaginado, navegando cuatro horas por el Orinoco desde El Volcán hasta Curiapo y otras cinco horas más hasta llegar a Guayo; conviviendo en las comunidades palafitas de los warao; graduando 128 bachilleres integrales en la Misión Ribas, 38 licenciados en Educación en la Misión Sucre, 128 de 6to. Grado y alrededor de 95 alfabetizados en la Misión Robinson.
Así se hacen 133 historias de vida de gente que con sencillez y modestia han tejido la hermandad. Se van entre comillas, porque quedan para siempre en nuestros corazones, les diría el ingeniero Ortegano, también emocionado y reconocido, en nombre de la gente linda bolivariana.
Y Mercedes hizo un recordatorio imprescindible en este «hasta luego» al pueblo venezolano: cuando llegaron hace dos años atrás a la Patria de Bolívar, eran 137, cuatro que también fueron ejemplo, Andrés el santiaguero del Delta del Amacuro, Fabio, el pinero Francisco y la villaclareña Reina Rosa, dejan para siempre un recuerdo imperecedero a pesar de sus vidas truncadas. Para ellos fue un aplauso, grande y sentido de misión cumplida.