El Sahara Occidental (también denominado Sahara Español), estuvo muy pronto entre los apetitos de Marruecos, que se emancipó de Francia y España en 1956. Así, mientras la dictadura franquista colapsaba en 1975, el rey Hassan II organizó la llamada «marcha verde», una verdadera invasión de 350 000 marroquíes pobres, acompañados por una considerable parafernalia militar y empujados a ocupar los territorios del sur: el Sahara Occidental, del que se retiraría Madrid al año siguiente.
Cuando España se marchó, en vez de garantizar la independencia del territorio, lo dejó a merced de Marruecos y Mauritania, que corrieron a coger su tajada. En reacción, el 27 de febrero de 1976, un día después de la retirada española, los saharauíes fundaron la República Árabe Saharauí Democrática (RASD) e iniciaron su lucha de liberación nacional.
Particularmente Mauritania renunció en 1979 a toda aspiración anexionista, frente a la firme resistencia militar que presentó la población nativa, dirigida por el patriótico Frente POLISARIO. Pero el régimen marroquí no. Tanto Hassan II como su heredero, Mohammed VI, han insistido todos estos años en la «marroquinidad» de las «provincias del sur», y han empleado su superioridad militar para intentar aplastar los reclamos saharauíes.
Ante la imposibilidad de lograrlo, en 1991 Rabat acordó con el POLISARIO, bajo el auspicio de la ONU, realizar un referéndum en 1992 sobre la autodeterminación. Pero la monarquía alauita lo bloqueó. El Plan Baker vio la luz diez años después, pero ha sido obstaculizado por los mismos de siempre.
Hoy el territorio está dividido de arriba abajo por un muro levantado por Marruecos. Al este, gobierna el POLISARIO; al oeste, en la mayor parte, las fuerzas ocupantes marroquíes. Más de 200 000 saharauíes viven la tragedia del desarraigo en campamentos de la región argelina de Tinduf.
En el interior del país, no obstante, la resistencia no cesa, como tampoco la represión, que ha dejado un saldo de unos 650 saharauíes muertos o desaparecidos. No es extraña la tortura, sino que las brutales palizas o la aplicación de horribles métodos, envidia de Pinochet o Stroessner, son práctica corriente. Y la triste Cárcel Negra de El Aaiún, resume la «consideración» hacia los independentistas: ¡siete celdas para más de 550 personas!