El ilustre señor contempla desde su trono los campos sitiados por la incertidumbre financiera. Las ostentaciones del pasado y las dudas sobre la existencia de la finitud lo desvelan. Quizá ya se siente parte de una cesta ordinaria de monedas, pero aún no se quita la corona. Cree que su poder es invencible, aunque la estabilidad de su valor es cada vez más cuestionable.
Desde hace algunos años, ha descuidado las estrategias de defensa que aplicó en el siglo pasado. Además, algunos capitales foráneos, su más fiel salvación, han perdido la confianza en su desenvolvimiento y prefieren participar en la arquitectura económica de otras naciones. Mr. Dólar, evidentemente, ha perdido espacio internacional.
Las cifras monetarias y las decisiones de las autoridades de varias naciones demuestran la pérdida sostenida de la hegemonía de la moneda estadounidense. Es cierto que han existido momentos de mayor depreciación, pero en la actualidad se ha debilitado aún más.
La alternativa del euro, la relativa conversión de las reservas en dólares de algunos países, la especulación monetaria, entre otras determinantes, frenan la evolución de la divisa de referencia internacional. El desequilibrio entre las importaciones y exportaciones (déficit en cuenta corriente) es también uno de los indicadores que deteriora la supremacía del dólar.
El incremento de las importaciones en EE.UU. sin respaldo inversionista o exportador data de principios de 2002. Los años posteriores reforzaron los porcentajes del déficit en relación con el Producto Interno Bruto (PIB). Según datos de la Organización Mundial del Comercio (OMC), en 2007 le correspondió el 14,5 por ciento del peso en las importaciones mundiales de mercancías, cifra superior a las de otras potencias.
Mr. Dólar no tiene respaldo. Todo lo contrario. El consumismo de los estadounidenses lo deprecia cada vez más por su incidencia en el déficit comercial. Mientras que la inversión representa un bajo por ciento del PIB de su economía actual (el valor más bajo del mundo desarrollado) el consumo, tanto privado como del gobierno, «atesora» el 86,81 por ciento.
Si tras la crisis sistémica de los 80, el déficit alcanzó el dos por ciento del PIB de EE.UU., «en la actual debacle financiera, a finales de 2008, el déficit en cuenta corriente aumentó hasta cerca de un siete por ciento (es manejable hasta un tres por ciento)», manifestó a JR Reynaldo Senra Hodelín, especialista del Centro de Investigaciones de la Economía Mundial (CIEM).
¡Con esos truenos no hay inversionistas externos que duerman! Muchos perdieron poco a poco la confianza en la capacidad exportadora de la mayor economía del mundo tras los efectos del desbalance y las premoniciones de la crisis actual.
«En la década del 90, EE.UU. resultó un destino más atractivo para las inversiones ante la debilidad del resto de las economías industrializadas, lo que les permitió sostener el déficit en cuenta corriente», explicó Katia Cobarrubias, investigadora del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre EE.UU. (CEHSEU).
Sin embargo, a partir de 2002 varios países trasladaron la mayoría de los capitales que operaban en territorio norteamericano (y en otros Estados desarrollados) a regiones de economía emergente como China, el sudeste asiático y la India. Los inversores consideraron que las economías de estas naciones iban a sufrir un impacto menor de la actual recesión.
Pero no solo su «abultado» déficit en cuenta corriente es motivo de desconfianza. Los cambios en el contexto geopolítico también despertaron el celo por el futuro de la economía norteamericana y, en consecuencia, del dólar.
Los ataques del 11 de septiembre de 2001, debilitaron aun más a la maquinaria económica estadounidense. Luego, los fracasos de las guerras contra Afganistán e Iraq, y sobre todo su prolongación, desequilibraron el déficit fiscal norteamericano.
«Mientras que en la década del 90 la deuda de EE.UU. representó el siete por ciento de su PIB, durante el período presidencial de George W. Bush creció hasta un 20 por ciento por el incremento de los gastos militares y el consumo desenfrenado», expresó Katia Cobarrubias.
La experta opinó que «la no consecución plena de los objetivos pre-contienda en ambos escenarios, evidencia que, a pesar del poderío, las fuerzas estadounidenses no son inmunes».
Aunque en la actualidad la depreciación del dólar ante otras monedas es evidente por los efectos de la crisis, desde hace ya algunos años el mismo sistema capitalista propicia la sepultura de su poder: favorece la estructuración de nuevas alternativas financieras fuera de los límites de su reino.