La Unión Europea necesita inmigrantes, afirma Borrell. Foto: Juan Moreno «Somos pocos, viejos y dependientes». Con esa fina ironía describió el ex presidente del Parlamento Europeo (2004-2007), el español Josep Borrell, la realidad de la Unión Europea, un gigante económico que, paradójicamente, depende en un 50 por ciento de las importaciones de combustibles, y que, por añadidura, está experimentando un envejecimiento poblacional y un retroceso demográfico.
Al concluir su ponencia, en el contexto del X Encuentro Internacional de Economistas, lo abordé el primero y le pedí me permitiera tres preguntas (después agregué una cuarta). «Por supuesto, vamos», asintió.
—Usted habla de un bache demográfico en la UE. Sin embargo, ocurren repatriaciones masivas de inmigrantes, mientras la Comisión Europea desea aplicar la Tarjeta Azul (para elegir a los mejor calificados). ¿No es una contradicción, tomando en cuenta además las necesidades de los países pobres?
—No. Europa tiene un problema demográfico, y está aceptando a muchísimos inmigrantes, pero todo fenómeno tiene que ser ordenado y regulado. También debe serlo la inmigración. No podemos abrir las fronteras y no establecer ninguna clase de control sobre quién viene, cómo y para qué.
«Otra cosa es que algunas políticas migratorias ciertamente están creando problemas en algunos países africanos, en especial en el sector de la sanidad. Muchos gobiernos y partidos políticos europeos las denuncian porque es una situación preocupante. Hay más médicos africanos en el Reino Unido que en África.
«Esa es una cuestión, pero otra es que ciertamente tenemos necesidad de inmigrantes y estamos recibiendo a muchos».
—Entiendo que la rechazada Constitución Europea, así como el Tratado de Lisboa, santifican la deslocalización de empresas (el traslado de estas a otros países), tal como proponía la Directiva Bolkestein. Usted estuvo a favor del proyecto constitucional y del Tratado...
—La directiva Bolkestein fue rechazada por el Parlamento y profundamente modificada. Nada tiene que ver el texto aprobado con amplio consenso por el Parlamento (el Tratado de Lisboa), con ese documento, muy criticado porque ciertamente era una amenaza contra el mantenimiento de los Estados de Bienestar. Gracias a la intervención del Parlamento Europeo este riesgo ha quedado superado.
«Ahora bien, el Tratado de Lisboa tiene prácticamente el mismo contenido que el Tratado Constitucional. Yo fui un defensor de ambos. Lo soy. No santifica las deslocalizaciones, como usted dice, pero al integrar en un solo espacio a todos los países europeos, hemos de aceptar que, de igual manera que hace muchos años en España se instalaron fábricas en busca de la ventaja competitiva de una mano de obra más abundante y con menores costos, hoy este fenómeno provoque desplazamientos hacia países que se van a beneficiar de la inversión extranjera como nosotros lo hicimos entonces».
—Usted refiere la alta dependencia energética de la UE. Sé que se proponen reducirla, pero ¿tienen planes de ahorro?
—Sí, también. Lo llamamos «el plan de los tres 20»: 20 por ciento de aumento de la eficiencia energética, 20 por ciento de energías renovables, y reducir en un 20 por ciento las emisiones de dióxido de carbono. Si no se hace nada, la dependencia energética europea crecerá, pero este plan es ya hacer algo, evitar ese incremento, y evitar sobre todo el aumento de esas emisiones de dióxido de carbono, incompatibles con los equilibrios mundiales.
—Una última, sobre política exterior. ¿Por qué la UE no tiene una posición común sobre Marruecos, por ejemplo, donde se encarcela y tortura a los independentistas saharauíes, cuyo territorio ha sido además ilegalmente ocupado por Rabat?
—No la hay sobre Marruecos, no la hay sobre Israel... Como he dicho, la política exterior común de la UE solo es común cuando se consiguen los consensos. En muchos casos, lamentablemente no se consiguen, y no es fácil que se consigan, habida cuenta de la independencia política que tienen sus Estados miembros, que son muchos, y con visiones del mundo diferentes.