Este es el contexto: 11 soldados norteamericanos murieron el miércoles en Iraq, mientras la Comisión Baker-Hamilton presentaba al presidente George W. Bush y al Congreso de Estados Unidos las 142 páginas de su reporte sobre Iraq, con 79 recomendaciones, en las que se reconoce el deterioro del escenario y el peligro que representa para toda la región. La situación es «grave y empeora», dice el grupo bipartidista.
«Tuvimos diez bajas hoy (miércoles) en cuatro incidentes distintos, uno de ellos fuera de operaciones de combate. Estamos esperando los informes de sus unidades y por el momento no daremos más detalles», dijo la teniente coronel Michelle Martinhing, una declaración que eleva a 2 918 el número de efectivos estadounidenses muertos desde el inicio de la invasión y ocupación en marzo de 2003.
La propuesta para Iraq se concentra en apurar la transferencia de tareas y responsabilidades al gobierno y a las fuerzas de seguridad iraquíes, y sugiere la retirada «responsable» de las unidades de combate estadounidenses para fines de 2008, aunque fortaleciendo su presencia militar como entrenadores de las fuerzas nativas. Otro elemento apunta a la diplomacia: involucrar «constructivamente» a Siria e Irán para «evitar el caos en Iraq».
Si unimos el informe de este grupo de trabajo —que presidieron el ex secretario de Estado James Baker y el ex senador Lee Hamilton—, a las declaraciones de la víspera formuladas por Robert Gates, el designado como Secretario de Defensa, quien dijo en la audiencia ante el Comité senatorial que le ha dado el visto bueno, que Estados Unidos no está ganando en Iraq, puede afirmarse que hasta en las propias filas de Bush existe la percepción de que la política de la administración está fallando, aunque los arquitectos de la guerra se han mantenido hasta ahora en sus trece.
No anduvieron por las ramas al presentar en palabras lo que testifican los hechos cotidianos: «Si la situación continúa empeorando, las consecuencias podrían ser graves... El deslizamiento en el caos podría causar el fin del gobierno iraquí y una catástrofe humanitaria». A lo que añaden: «Aumentaría entonces la amenaza de intervención de países vecinos y la violencia sectaria entre sunnitas y chiitas».
La Comisión Baker-Hamilton quiere mantener a toda costa el predominio y la influencia estadounidense en el mundo, y advierte que con lo que acontece en Iraq todo ello está en un verdadero peligro.
A pesar de que el estudio intenta dar una salida «honorable» a una guerra perdida, la Casa Blanca, en una primera reacción, no da su brazo a torcer y repetidamente expresó que esas recomendaciones son solo una parte de muchos análisis que Bush evaluará en los próximos días, algo que ratificó Gates cuando este martes, ante el Congreso, dijo que «el informe Baker-Hamilton no será la última palabra».
Se abre entonces un compás de espera para conocer cuál es la disposición real de Bush, habrá que ver si está dispuesto a salir del atolladero cavado por la línea política neoconservadora, o si seguirá embarcado en su máxima de «mantener el rumbo» en Iraq...