Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

De las redes

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

La colocación de uno o varios piercings en puntos muy sensibles del cuerpo es una práctica muy antigua, con connotaciones identitarias o eróticas según el contexto.

En la sección de Curiosidades de los grupos de Senti2 compartimos varios ejemplos de esos objetos, casi siempre metálicos, cuya exhibición genera incomprensiones o halagos, y la conveniencia de su uso, más allá de lo estético, a veces resulta de dudosa validación.

Tal es el caso de las anillas y varillas que atraviesan el clítoris, el glande masculino, los pezones, la entrada de la vulva o el ano y la lengua, estructuras de gran enervación y propensas a dilatarse según el grado de excitación de la persona, por no hablar del riesgo de quedar enganchados y rasgar la piel durante el roce con otro cuerpo.

Otros sitios como cejas, labios, ombligos, espalda o nariz también tienen sus fanes en el mundo desde épocas remotas, pero en ellos el riesgo es menor (si se coloca en condiciones sanitarias adecuadas), comparado con lo que esas personas sienten que aporta el objeto a su identidad.

Hay antecedentes de perforaciones del clítoris en las mujeres dayaks, indígenas de la Isla de Borneo, mientras las prendas en el ombligo eran exclusivas para los faraones en Egipto, por ejemplo. Con la modernidad, casi cualquiera puede perforar y adornar su cuerpo con diseños atrevidos. Solo vale la pena preguntarse: ¿cuándo?, ¿dónde?, ¿para qué?

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