Resulta que no siempre el parecido del hijo con otro hombre es señal de infidelidad: pudiera ser la impronta de un vínculo muy importante, activada a través de programas inconscientes mientras se gesta el nuevo ser. La teoría que valida este artificio se nombra telegonía y fue defendida por el biólogo alemán August Weistman
Si la naturaleza es la respuesta, ¿cuál era la pregunta?
Jorge Wagensberg
Tras años de noviazgo, ella decide embarazarse del padre potencialmente perfecto: lo ama, lo admira, es responsable… Lo intentan y fallan. La relación se resiente. El sexo deviene rutina calculada. El espacio emocional destinado al bebé se convierte en vacío doloroso.
Tras la ruptura, el duelo. Luego buscar alguien así de especial para la convivencia, el placer… Cuando la obsesión mengua a nivel racional, acepta el cortejo de un amigo a quien aprecia. Sin planificarlo se embaraza y vive esos meses como un cuento de hadas: se siente capaz de todo y aprende a valorar el amor sosegado y maduro.
Nace el bebito. Vencen juntos los desafíos de la crianza en el primer año. Se formalizan y todo va sobre ruedas, hasta que una excompañera de escuela trae un juguete y el crío lo toma con la mano zurda: menuda sorpresa, porque ambos son derechos. Días después notan que organiza los alimentos en el plato de forma peculiar; luego que duerme con una mano entre los muslos y al poco tiempo que la música clásica lo embelesa, gira la cabeza para escuchar y tiene gestos que no ha visto en la familia.
Cuando le descubren un lunar en el omóplato, el padre deja brotar su angustia e interpela a la madre: esos detalles son característicos de aquel hombre que la marcó, y también el corte de cara, las reacciones cuando se disgusta…
Por equívocos como ese muchas mujeres fueron repudiadas en civilizaciones precedentes, e incluso en nuestra época, dada la importancia que el patriarcado otorga a la «pureza» de la descendencia. Más allá de una violencia de por sí injustificable, resulta que no siempre el parecido del hijo con otro hombre es señal de infidelidad: pudiera ser la impronta de un vínculo muy importante, activada a través de programas inconscientes mientras se gesta el nuevo ser.
La teoría que valida este artificio se nombra telegonía y fue defendida por el biólogo alemán August Weistman, aunque el sabio Aristóteles había anticipado similar conclusión en la antigua Grecia. Tele significa a distancia y gonía viene de génesis, origen, formación.
Se sobrentiende que no es algo que una mujer pueda hacer o evitar a propósito ni se da con cualquier hombre con el que haya tenido contacto físico sexual. Tampoco es logro de una evolución sofisticada, puesto que la confirmación la obtuvo una bióloga australiana manipulando moscas de la fruta.
Angela Crean emparejó hembras de ese insecto antes y después de desarrollar su fertilidad, y comprobó que el tamaño de las crías respondía a las dimensiones del primer macho, no del auténtico progenitor.
Ese misterio natural se ha intentado explicar a partir del supuesto de que la hembra absorba ADN de la esperma de una pareja específica y ese material se impregne en sus óvulos sin madurar, algo que no logran medir las pruebas genéticas convencionales. Esa «información» busca manifestarse en los millones de combinaciones celulares que van dando forma al feto en un proceso selectivo fascinante que la ciencia no logra todavía describir o manipular con certeza.
Las razones pudieran enlazarse con otra teoría sobre las habilidades innatas de las crías para asegurar la supervivencia de la especie gestionando con incentivos la producción de oxitocina, la hormona del cariño, en otros individuos a cargo de su cuidado, sobre todo la madre.
En particular los «cachorros» humanos dan mucho trabajo, y tal vez expresar rasgos de una persona que ha sido digna de la estima materna amplifica sus oportunidades de ser amado y protegido durante el período de mayor vulnerabilidad, que en las sociedades modernas dura bastantes años.
Eso explicaría cómo en casos de inseminación artificial con espermatozoides donados por otro hombre, algunos hijos se parecen física y sicológicamente al padre afectivo, más allá de conductas adquiridas por imitación.
La idea de que las parejas dejan huellas energéticas por un período largo se manejaba en varias culturas ancestrales; algo que la ciencia positivista no dilucida aún, pero tampoco puede negar totalmente a la luz de los aportes de la Cuántica y la teoría de la Complejidad.
La conclusión de Crean a partir de moscas resulta polémica porque se trata de una especie ovípara y además sus hembras pueden almacenar esperma de una cópula para usarla en más de una ocasión. Por eso voces conservadoras sugieren una prueba con especies más afines a la nuestra, como ratones, o diseñar estudios retrospectivos con madres e hijos reales para una validación estadística de la hipótesis.
Más allá de los números, algunas lectoras dormirán hoy más tranquilas porque tienen al menos una posible explicación para esa inquietud que sus hijos les despiertan… esa evocación de un pasado con el que se sienten en paz, pero dejó reminiscencias importantes en su ser. Tal vez literalmente.