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Crianza positiva (III y final)

Educar en positivo no es infalible, pero es honesto. Nadie lo hace todo bien todo el tiempo, así que confía en que el aprendizaje es de ambos lados y el reto fortalece su conexión

 

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

Los adolescentes se quejan de que no hay nada que hacer, y luego se quedan toda la noche haciéndolo.

Bob Phillips

«La adolescencia es la edad de cometer errores para aprender de ellos. Si no aprendes, no maduras. Si nunca te arriesgas, tampoco». Así me escribía una jovencita a propósito del tema que hemos desarrollado en las dos páginas previas.

 En un debate en su aula de un preuniversitario en Camagüey, varios coetáneos coincidían en que sus padres no comprendían su necesidad de explorar y tomar decisiones en cuanto a su identidad en formación. No solo en lo sexual, aunque también.

 En Bayamo, otra adolescente opinaba en un debate con Sexo sentido: «Sienten que traicionamos a la familia si buscamos por nuestra cuenta quiénes somos por miedo a que no sea lo que ellos esperan en la orientación erótica, la imagen, la edad de la pareja, los intereses, la decisión de tener hijos, o no».

 La crianza positiva como método para desarrollar el potencial de nuestros hijos e hijas tiene en la etapa a partir de la pubertad su mayor prueba de fuego. Pero luego de 12 o 15 años sembrando amor y compartiendo herramientas de vida, toca confiar en que la semilla es tan buena como la intención con que la plantamos y permitir que esas personas tan importantes para nuestro mundo empiecen a construirse uno propio, en el que cada vez tendremos menos participación directa.

 Eso no significa que nos ignoren o pasen de nuestras ideas y consejos por ingratitud o soberbia. Los valores inculcados durante la infancia siempre estarán trabajando en sus mentes, incluso cuando los cuestionen y se rebelen contra ellos. 

 Si algo podemos hacer como adultos a cargo de adolescentes en proceso de romper la crisálida, es escuchar sus historias llenas de rodeos sin perder la paciencia, leyendo entre líneas las inquietudes que no saben cómo plantear. 

 Si el contenido no nos gusta, reaccionar mal es un lujo que no podemos darnos porque estaríamos siendo incoherentes con la confianza de la que hacen uso al contarnos algo muy propio
o de alguna amistad. Algo que tal vez no ha pasado, pero tantean a ver si estamos listos para cuando ocurra de verdad.

 Hay situaciones que llevan una respuesta tajante en función de las consecuencias que pueden acarrear. Pero esa respuesta exige una conversación de «adulto a futuro adulto». No basta decir ¡No! para frenarlos, porque su creatividad, energía y persistencia están más frescas que las nuestras.   

 De todas formas, los golpes, amenazas y humillaciones no funcionan en esta edad (ni antes tampoco: lo que controla de pequeños su disciplina es el miedo, no la convicción). Así que si no lo hiciste aún, te toca describir con calma, para que asimilen los efectos de una mala decisión. Como dejar la escuela, involucrarse en actos delictivos, consumir drogas, tener sexo sin protección, abusar de otras personas o disponer
de dinero u objetos que no son de su propiedad.  

 Esa explicación incluye ilustrar el daño sicológico y físico que causaría a su persona y a sus seres queridos, y también cómo afectaría  su proyecto de vida a largo plazo. Incluso lo que implica para su libertad e historia personal una conducta tipificada como delito, aun si tiene menos de 16 años.

 La autonomía de criterios es una meta clave en una edad en la que el grupo es esencial para el desarrollo socio-sicológico. Si no queremos que se deje «guiar por cabeza ajena», debe sentir en casa que se respetan sus criterios en temas que tal vez para los adultos ya no son relevantes, como el peinado, estilo de hablar, música, ídolos deportivos o artísticos…

 Dialogar con respeto y permitir una paulatina emancipación en esos asuntos facilita el debate intergeneracional sobre otros tópicos, como la continuidad de estudios, la incorporación a un empleo, la elección de pareja, la fe religiosa, el inicio de la vida
sexual, la decisión de vivir con mamá, papá u otra persona, la contribución al hogar.

 Educar en positivo no es infalible, pero es honesto. Nadie lo hace todo bien todo el tiempo, así que confía en que el aprendizaje es de ambos lados y el reto fortalece su conexión.

Educa con consistencia

  • Honra a tu adolescente cuando haga bien las tareas o emita criterios propios, sin restar valor al elogio con comentarios sarcásticos o bromas.
  • No te tomes personal una grosería suya. Pueden ser las hormonas. Reacciona como esperas que reaccione contigo.
  • Si estás bajo estrés pospón el debate, pero deja claro que hay un conflicto y en poco tiempo habrá que dialogar.
  • Dale a la par responsabilidades y libertades. Cada una condiciona a la otra. Si se
    autorregula cumplirá ambas.
  • Las reglas se revisan para adecuarlas a la edad, pero su esencia no cambia. Y también valen para los adultos: el ejemplo es la mayor inspiración para aceptar patrones.
  • Haz que las consecuencias sean relevantes. Si rompe algo, debe pagar con sus ahorros o el dinero destinado para darle un gusto (pospones esa compra, no la eliminas). Si es algo reparable, que participe en la reparación. Si llega tarde, restas una hora del siguiente permiso.
  • Los inconvenientes ocurren. Anticipen lo que pueda poner en riesgo su integridad o el cumplir una regla y modelen vías de comunicación, reacciones y soluciones.
  • Entrena sus destrezas en juegos de roles o aventuras. Crea situaciones en las que sea responsable por los demás y acata sus decisiones. Luego valoren lo que aprendieron y reafirma sus avances. Un día ese juego será real.
  • Organiza pasatiempos de calidad que seduzcan a su grupo de amistades y limiten su tiempo frente a las pantallas sin que se sienta como castigo o aburrimiento.
  • Esfuérzate por cumplir lo que prometas. Discúlpate si no lo logras y busca una compensación similar, no material.

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