Los afrodisiacos y sus antagónicos actúan a nivel físico, pero responden a procesos mentales y culturales no siempre conscientes
A menudo los labios más urgentes no tienen prisa dos besos después.
Joaquín Sabina
Una lectora me abordó hace pocos días para quejarse por la ineficacia de los afrodisiacos para «someter» a un hombre escurridizo e indagar qué otras artes podría experimentar. ¿Con quién probaste?, pregunté curiosa, y sin reparos dijo que con el esposo de una amiga, a quien tenía «echado el ojo» desde hacía años sin avanzar lo más mínimo. «¿Qué tiene ella que no tenga yo?», insistió contrariada muchas veces.
No me correspondía entrar en juicios morales, pero al menos logré hacerla entender que imponer su lascivia puede ser un potente anafrodisiaco, especialmente si esa persona se siente satisfecha con alguien y no es de las que aceptan ser usadas como objeto sexual para complacer caprichos ajenos.
El término le resultó raro. «¿Hay algo que reduzca el deseo en lugar de elevarlo?» Pues sí: decenas de sustancias, conductas, imágenes, sonidos... Incluso los trucos afrodisiacos generan sueño, apatía o repulsión cuando se emplean en la dosis o la persona incorrecta, o si te obsesionan a tal punto que inviertes todas tus esperanzas y recursos financieros en ellos y no en el ser que pretendes conquistar.
Los afrodisiacos y sus antagónicos actúan a nivel físico, pero responden a procesos mentales y culturales no siempre conscientes. En el caso narrado la aversión para aquel hombre pudiera responder a la impertinencia de alguien que no le atrae y, para colmo, se da tan poco valor a sí misma y a la supuesta amistad.
Aunque suene raro, el amor es un anafrodisiaco selectivo: sus mecanismos hormonales direccionan el deseo hacia el sujeto idealizado y protegen bastante de otras tentaciones. Al amar a alguien o algo en particular (puede ser una deidad o una misión a la que elegimos consagrarnos) basta evocarle para que el cuerpo se inunde de oxitocina, hormona potenciadora de la empatía, y el cerebro se sienta más comprometido, exclusivo y feliz. No es ciento por ciento efectivo, pero es más eficaz que actuar bajo la presión de los celos o la inseguridad ajena.
Esa respuesta devocional es la que pícaramente se persigue con el uso de lavanda, almizcle, mirra u otras sustancias que funcionan cuando se asocian a un momento de placer integral, no solo a la promesa de sexo, y por tanto remiten a anclajes previos de genuino bienestar que refuerzan la fidelidad hacia quien los provoca, no el ánimo de traicionarles.
También influye en los mecanismos del deseo erótico el respeto inculcado hacia figuras «intocables», representadas por su vestuario o contexto. Por muy atractivo que resulten un sacerdote, la madre de un amigo, la doctora que te visita, el hijo de tu madrastra o el fiscal de tu caso (por mencionar solo ejemplos), la sociedad espera que te inmunices frente a los encantos de esas personas, al menos mientras cumplen su rol social, y no tengas siquiera fantasías con ellas, aun cuando no existan otros impedimentos legales o consanguíneos para una relación.
La falta de higiene, el carácter amargado, el comer compulsivo que atenta contra la figura, las adicciones (sobre todo al juego y el alcohol) y el lenguaje descompuesto son otros anafrodisiacos frecuentes.
Lo sanamente instintivo es acercarnos a la gente que brilla por su salud y repeler a la que anuncia complicaciones, incluso si el mal no es visible. Varios estudios demuestran que si dos personas tienen un ADN muy parecido y su unión potencia defectos congénitos en la descendencia, la reacción natural es el rechazo físico y la disfunción sexual, por muy bien que se caigan en otros aspectos.
Sin embargo, hay quien se obliga a «funcionar» sin escuchar las señales del cuerpo ni analizar las causas de su desgano (sobre todo los hombres), o consume sustancias para vencerse a sí mismo. Si necesitas alcohol o dependes de píldoras para animarte sin una causa orgánica demostrada, probablemente estás forzándote a hacer lo que no te conviene y terminarás pagándolo con tu salud física y mental.
Las enfermedades y sus tratamientos (naturales o químicos) suelen ser potentes anafrodisiacos. Solo en pocas personas despiertan un deseo morboso muy difícil de explicar, a menos que se profundice en traumas no solucionados.
El alcanfor, el yodo, el clavo de olor y casi todos los productos de uso médico suelen quitarnos las ganas, no solo de tener sexo, sino de otras actividades como comer, pasear y hablar de cosas agradables. Puede ser el olor, el color, la textura, el sabor, la acción química: algo indica que ese es un tiempo para reponerse, no desviar la energía hacia otros propósitos.
Solazarse con los achaques puede ser adictivo y es peligroso en materia de relaciones: Si tu pareja te reclama por una falta frecuente de deseo, revisa tus hábitos de descanso y tus tópicos de conversación, y además sopesa cuán beneficioso es en verdad cada producto que usas, no sea que el remedio sea peor que la enfermedad y termines perdiendo su respeto y compañía.
Para hablar de todo lo que estimula o vence el deseo no alcanza una sola página, pero aquí va otra pista del fracaso de la imprudente lectora. Como fuma dos cajetillas al día, sus manos, rostro, pelo y aliento tienen un fuerte hedor a cigarro, franco indicador de poca salud, baja autoestima y una conducta compulsiva. Por eso fumar es uno de los más fuertes inhibidores de aventuras, al menos en la mente de los no fumadores, que afortunadamente somos mayoría.
Mi primer beso me supo a nervios con fragancia a miel, y al mismo tiempo mi corazón abrigaba la esperanza de seguir besando esos tiernos labios. No soy romántico, solo escribo lo que pienso, y con ese beso sentí una sensación nunca antes experimentada por mí. (Cristian Lázaro Días Baute, 16 años)