Hoy está en desuso el reclamo de virginidad, pero hace varios siglos, el himen era considerado el componente más importante de la genitalidad femenina
No son buenos los extremos aunque sea en la virtud.
Teresa de Jesús
Hasta finales de los años 80, si preguntabas a los adolescentes cubanos qué era el clítoris, la mayoría reconocía su ignorancia absoluta sobre el tema. Tampoco muchos de sus padres o abuelos estaban al tanto, pero ya se empezaban a interesar por acariciarlo mejor para ser considerados como buenos amantes.
Por entonces, y desde varios siglos atrás, el componente más importante de la genitalidad femenina era el himen. Si estaba ahí, era señal de virtud, y si no, implicaba un montón de tribulaciones para la chica y su familia, al punto de precipitar o interrumpir muchos casamientos.
Lo curioso es que casi nadie tenía claro cómo era, ni por qué existía más allá de esa misión culturalmente asignada, lo cual suscitó siempre malentendidos y hasta crímenes, pues la idea de que ese supuesto umbral de honradez puede perderse de modo accidental no cabía en las moralistas cabezas de quienes regían el destino de las mujeres.
Tan valioso resultaba ese perfecto desconocido, que a la primera noche de bodas se le llamó himeneo, nombre griego del dios invocado para proteger el matrimonio, según EcuRed.
En las civilizaciones más celosas de su conservación se perpetuaron ritos hoy inconcebibles en el mundo occidental, como el de mostrar el lienzo manchado en el banquete de nupcias o el de incorporar testigos al crucial momento, por si el novio accedía a ocultar la mácula de la enjuiciada.
Las más avispadas (o mejor aconsejadas) recurrían a ardides como casarse al final de la menstruación o derramar sangre de un animal, hasta que se inventaron el «recape» quirúrgico (himenoplastia) y el himen artificial.
La historia recoge con repugnancia el Derecho de Pernada, que otorgaba al señor feudal el «honor» de desflorar a sus siervas antes de que el marido tuviera acceso a ellas. Fue instituido en la Europa del Medioevo, aunque aún hoy muchos señorones lo ejercen como muestra de su incuestionable poder.
Era tal la presión familiar y social, que la joven desvirgada antes del matrimonio era condenada a quedar solterona si no aparecía quien la aceptara con su «defecto», a cambio de aumentar la dote u otros privilegios. Muchas veces su pecado era el de ser víctimas de abuso sexual, tener un himen caprichosamente elástico… o ninguno, lo cual es más común de lo que se sospecha.
Como ya está en desuso el reclamo de virginidad, los jóvenes tienen hoy pocas posibilidades —e interés— de topar con un himen intacto. Es una certeza de la que hablamos esta semana con estudiantes de la Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana, muy al tanto de cómo el devenir histórico cultural de la humanidad ha sido marcado por nuestra condición de seres sexuados.
La edad promedio de inicio de las relaciones coitales es cada vez más baja, y las adolescentes pierden su himen sin tener noción de cómo era, a menos que las llevaran a una consulta ginecológica por cualquier malestar, o si por curiosidad se exploraron con un espejo antes de iniciar su vida sexual activa —práctica saludable, porque conocer el cuerpo ayuda a detectar precozmente cualquier anomalía.
Un elemento curioso es que esa membrana no es uniforme en el tiempo, sino que depende del nivel de estrógenos. Por eso hacia la pubertad engrosan sus paredes y cambia el orificio destinado a expulsar la menstruación u otros fluidos.
En el fondo esto no es importante, pero es absurdo que algunas chicas busquen «salir de eso lo antes posible», como si se tratara de una maldición, y más aun que utilicen objetos inadecuados para eliminarlo con la masturbación.
Según se ubique el orificio y sus tejidos adyacentes, se han descrito hímenes de medialuna, anular, semilunar, labiado y de herradura. También los hay con varios pliegues, tabicados, cribiformes (muchas aberturas microscópicas), complacientes (muy flexibles) e imperforados, que necesitan intervención al llegar a la pubertad.
Cierto tabú entre pediatras hace que la revisión rutinaria de genitales sea menos frecuente y exhaustiva en las niñas que en varones, por tanto las probabilidades de detectar y corregir anomalías congénitas o enfermedades son menores.
El chequeo de rutina no está de más, pero además debe enseñarse a las niñas a reportar cualquier molestia, a mantener la higiene de la zona y a prevenir accidentes o la entrada de cuerpos extraños durante sus actividades cotidianas, como el juego.
Existe gran diversidad de métodos para revisar el introito vaginal sin comprometer la integridad del himen, lo cual depende más de la pericia que de los recursos tecnológicos.
En los eventos de Ginecología Infanto Juvenil siempre se insiste en la privacidad y confianza como pilares de la especialidad. La paciente y su compañía adulta necesitan de un tiempo previo con el equipo profesional para que la exploración no se vivencie como un acto traumático, ni se tambaleen los límites de la educación, por lo general categórica en cuanto a no permitir que nadie acceda a las partes pudendas de la menor.
Los tiempos en que esta exploración se pedía para verificar la experiencia sexual de una chica ya quedaron atrás, entre otras cosas porque se demostró que sus resultados no eran concluyentes. Solo se prevé como prueba forense en caso de abuso sexual, con el propósito de establecer el alcance del daño biológico y psicológico de la afectada.