¿Cuántos malestares asociados a los trastornos sexuales en la adultez responden a una crianza errónea? ¿Se pueden prever esos inconvenientes y corregir sus causas durante la infancia? Les ofrecemos algunos elementos para reflexionar en familia
Los amores son como los niños recién nacidos; hasta que lloran, no se sabe si viven.
Jacinto Benavente
El inventario de malestares asociados a los trastornos sexuales en la adultezincluye desde daños cerebrales o físicos que impiden la materialización del erotismo hasta rasgos de la personalidad como timidez, dependencia afectiva, baja autoestima, torpeza para comunicar necesidades o emociones, tendencia a la solución violenta de los conflictos de pareja…
¿Se imaginan cuántos de estos obstáculos responden a una crianza errónea? ¿Se pueden prever esos inconvenientes y corregir sus causas durante la infancia? Exponemos algunos elementos para reflexionar en familia.
Nadie pone en duda la importancia de «afinar» los sentidos para mejorar nuestra existencia, proceso que se inicia desde las primeras horas de vida y en el que el olfato desempeña un papel privilegiado a la hora de reconocer personas u objetos y establecer vínculos emocionales profundos.
Cuando abusamos de colonias, cremas o talcos para la higiene del bebé o permitimos que se le acerquen personas con perfumes muy fuertes e incluso fumando, lo estamos atiborrando de sensaciones irritantes que, además de predisponerlo a alergias tempranas, pueden perjudicar su potencial olfativo y escamotearles un recurso esencial a la hora de disfrutar de sí mismo y de sus parejas.
Otro sentido muy sensible es el del oído. Que la criatura duerma aun con música bulliciosa o conversaciones altas a su alrededor no quiere decir que no le importen: su sistema nervioso se resiente, crece con inseguridad y aprende a responder con sonidos altos cuando se molesta. En cambio, si se le garantiza un entorno de paz y se le arrulla mucho, aprende a distinguir el amor y a expresarlo abiertamente cada vez que lo necesite.
También es básico acariciar su piel y masajearla con suavidad, dejarse tocar por sus manos y pies, ofrecerle sonrisas y expresiones tranquilizadoras y reír de sus ocurrencias para que sienta cuán felices pueden ser las personas a su lado. Un bebé que apenas reclama atención no debe «premiarse» con abandonos prolongados, porque la sensación de soledad afectará su autovaloración y su capacidad de relacionarse con otras personas, además de retrasarlo en el desarrollo del lenguaje.
Los sustos dejan secuelas o fobias que luego afloran en la conducta cotidiana y afectan su posición en el grupo. Las cunas no deben estar planas o levantadas por los pies para evitar una broncoaspiración, y tampoco debe haber exceso de almohadas u objetos pequeños ni barandas o mosquiteros inapropiados.
Igual de peligrosas son las sacudidas al aire que tanto gustan a los papás. Su cerebro, más pequeño que su cráneo, rebota dentro de este y puede sufrir daños neurológicos. Mucha gente cree que el bebé disfruta porque se ríe, pero esa risa es más bien nerviosa. Ese y otros juegos violentos suponen además un mensaje negativo: «A mi familia le divierte que yo esté en peligro». ¡Cómo esperar entonces que no se meta en problemas cuando adquiera autonomía motriz, y sobre todo al llegar a la adolescencia!
La mayoría de las disfunciones sexuales fueron sembradas en el inconsciente desde edades tempranas con una actitud inadecuada de los adultos en la familia, el vecindario o la escuela. El cerebro inmaduro almacena patrones que luego reproduce aunque no los recuerde. Mientras menos misterio se teja alrededor del sexo, menos bochornoso se le verá al crecer y, por tanto, habrá menos reservas para consultar las dudas con personas significativas en su entorno.
Uno de los asuntos más polémicos es la manipulación de los genitales, hecho notable desde los 18 meses aunque adquiere mayor intencionalidad a partir de los dos o tres años, cuando además se acompaña de cierta curiosidad por ver o tocar los de papá, mamá, otros familiares y niños.
Reportes de varios países afirman que al menos una tercera parte de los niños y niñas en edad preescolar (antes de los seis años) sienten la necesidad innata de tocarse. En esa etapa de la vida, comparar y diferenciar son procesos cognitivos naturales y necesarios. Muy pronto descubren que es agradable al tacto y además les ayuda a aliviar tensiones y a sentir menos la soledad.
Si reaccionamos con reproches o bromas de mal gusto lo asumirán con una inadecuada idea de misterio (¿pasará algo malo con esa parte de mi cuerpo?). Por eso lo apropiado es llevar su atención hacia algo que los motive, y si insisten en saber por qué tienen esos tamaños y formas, o para qué sirven, debemos buscar materiales didácticos acordes con la edad y aclarar sus dudas con palabras sencillas.
Es inútil negar lo placentero de tocarse, pero después de los cuatro o cinco años, cuando ya adquieren la noción de privacidad y pudor, es bueno remarcarles que no es correcto hacerlo en público y además que sus manos no deben estar sucias, porque pueden causarse infecciones en la zona.
Cuando los menores reciben suficiente ternura filial acuden menos al autoplacer. Es preciso dedicarles tiempo sin que lo asocien a su «juego» para evitarles daño emocional, complejos sexuales o sentimientos de culpa.
Pero tomarlo con calma no significa descuidar el asunto. Varios sitios en la web, como guiainfantil.com, alertan que un afán por tocarse frecuentemente puede indicar un exceso de ansiedad del infante en respuesta a cambios inesperados en la relación madre-hijo (otro nacimiento, abandono, una pareja nueva) o denunciar una exposición inadecuada al comportamiento sexual de adultos, ya sea a propósito o por descuido.
Si el niño utiliza objetos para masturbarse o presenta infecciones genitales o en la boca puede considerarse un síntoma de abuso sexual previo. Se impone entonces vigilar más estrechamente al menor, brindarle mucha seguridad y cariño y no forzarlo a hablar del asunto si no quiere, pero buscar ayuda especializada de inmediato para explorar la situación y resolverla minimizando las secuelas psicológicas que genera este tipo de trauma.
El sexólogo Fernando Bianco, experto a nivel mundial, aclara que la mente infantil no está al tanto de la función erótica del cuerpo, no es lasciva ni elige conscientemente los estímulos que provocan una respuesta fisiológica natural como la erección o el bienestar ante las caricias propias o ajenas.
Las ideas eróticas y su carga social son un patrimonio cultural de nuestra especie, y si un adulto se pone demasiado nervioso al ver niños jugando con sus genitales o los de otras personitas, debería ser él quien pida ayuda para controlar sus propias fantasías.