Estoy en Puerto Marte sin Hilda. Recuerdo ese libro de cuentos y también la novela El sol desnudo, que circularon por las librerías en ediciones cubanas allá por los 70. Ellos no fueron mis primeros encuentros con la ciencia ficción (CF); antes leí las anticipaciones de Verne, a H. G. Wells y su Guerra de los mundos, a Bradbury y sus Crónicas marcianas; a los infaltables soviéticos de entonces: Efrémov y La nebulosa de Andrómeda, el dúo Abrámov y los Jinetes del mundo incógnito y el Cataclismo en Iris de los hermanos Strugatski.
Pero los primeros títulos que mencioné, pertenecientes a obras del bielorruso-estadounidense Isaac Asimov, se me quedaron grabados en la memoria, acaso por su coexistencia con la revuelta hormonal del umbral de la adolescencia. Luego tuve la gran oportunidad de leer, en volúmenes importados por no sé quién y gracias a no sé qué, la trilogía Fundación; y desde entonces y para siempre Asimov fue «el Maestro».
Si hoy evoco todo esto es porque el 6 de abril se cumplen 20 años de la muerte de quien fuera no solo un prolífico autor de CF, sino un erudito verdadero, que además de contribuir como nadie a la popularidad del género en el mundo, encima produjo enjundiosos libros para divulgar la Ciencia y la Historia. Si hoy evoco todo esto es, también, por una coincidencia afortunada.
Pues no ha habido en los últimos años (más bien décadas), lamentablemente, una justa correspondencia entre la cantidad de entusiastas lectores de CF que hay en Cuba y los volúmenes de esa clase de literatura que las editoriales del patio colocan en los anaqueles. Y sin embargo, cual si se tratara de un cumplido al «Maestro», en este 2012 salieron tres buenos libros del género y producidos por tres editoriales diferentes. Hablo de Qubit. Antología de la nueva ciencia ficción latinoamericana (compilación preparada por Raúl Aguiar y editada por Casa de las Américas); Tiempo Cero (una recopilación de los premios y menciones del concurso Juventud Técnica, que presentó la Casa Editora Abril), y En sus marcas, listos… ¡futuro!, un volumen publicado por la prolífera Gente Nueva en el año 45 de su existencia.
Voy a detenerme en este último por la singularidad de su tema: el deporte. Esquivo por siempre ha sido el ejercicio de los músculos (en cambio no la actividad cerebral) a llamar la atención de los escritores. Escasean los ejemplos en la historia de la literatura en general. Pienso, apenas, en el relato El mexicano, de Jack London, en el Rodney Stone, de Conan Doyle, en algunas historias de Hemingway, en La soledad del corredor de fondo, de Alan Sillitoe, o en la famosa crónica boxística de nuestro José Martí. Por eso aplaudo que en esta islita de resonantes y paradójicos éxitos en la arena olímpica, se le dedique un libro a recopilar textos con asuntos deportivos, y dentro de un género tan maltratado como la CF.
Pero entremos de una vez en las páginas de En sus marcas, listos… ¡futuro!... Menciono de entrada a Elisa, porque es el más «asimoviano» de los cuentos recogidos. Ahí se hace un homenaje explícito (Asimov Town es el nombre de una locación en el relato), se introducen pinceladas de novela negra (fue Isaac uno de los fundadores de la llamada «ciencia ficción-policiaca») y se cuelan aires de romance (entre un hombre maduro y una adolescente, al estilo Lolita, la novela de Nabokov). Su autor, Michel Encinosa Fú, demuestra otra vez que él puede transitar del privilegiado «realismo» a la subvalorada CF sin rebajar un ápice su compostura literaria.
Yoss (José Miguel Sánchez según carné de identidad) no podía faltar en esta selección, y desdoblándose (como ya nos tiene acostumbrados) en antologador y autor propiamente. En la primera función nos regala un prólogo exquisito, donde además de justificar sus elecciones nos actualiza en lo que acerca del deporte ha producido la CF de allende los mares. En la segunda, si bien no nos deja gozar de nuevo con el juego de Voxl y su cuento maestro, El equipo campeón, a cambio nos retorna a un ambiente de space-opera —subgénero que pinta al cosmos del futuro como «aldea universal», donde se ha producido ya «el Contacto» entre sus numerosas especies inteligentes, tal cual vemos en las sagas fílmicas Estrella viajera y La guerra de las galaxias—, y ofrece la divertida historia del vanidoso y mujeriego Johny Go, el juego de la Doma, y el Torneo Espuelas de Bicrován, que da título a su cuasi noveleta.
Tampoco se repite Erick Mota, quien pudo incluirse con ¿Y quién nos librará de la derrota? (del libro suyo que ganó el Premio Calendario 2009), pero trae la novedad Los que van a morir te saludan, en donde gladiadores clonados dejan la vida en el ruedo mientras en las gradas todo es apuestas y diversión. Saludable alerta: el Circo Romano del pasado siempre puede retornar.
Léster Alfonso comienza muy a lo García Márquez: «Cuando Roxana Michael Carvalho Cruz, la estelar corredora, se colocó en el bloque de arrancada, no sabía que su final estaba cerca...». Su relato titulado Adiós para siempre, ciborg es tan breve como la carrera de 100 metros planos que describe, pero su hermosa heroína y el cruento final lo hacen muy atractivo.
Saca la cara para demostrar que el deporte y la CF no son solo cuestiones de hombres, la jovencita Elaine Vilar Madruga, con No camines hacia el sol. Una narración trepidante, de exacto lirismo y mucha emoción, en la que el fin de la Guerra de la Nueva Era, entre Renegados y Terrícolas, se define en un combate hasta las últimas consecuencias.
Un mañana con ajedrez tridimensional (Escaques 3D, de Carlos Duarte Cano, también coantologador junto a Yoss); un partido de béisbol con astros como pelotas y el Universo entero como estadio (De pie para el himno, de Juan Pablo Noroña); un duelo a base de neuronas golpeando como guantes de boxeo (El «Incidente Johnson-Muñoz», de Gabriel Gil); un match futbolístico del futuro con los hinchas injertados en el terreno (El día del fanático, de Eric Flores y Jesús Minsal); una Federación Universal de Planetas Habitados que practica el ultrafuturista Spaceball (Decisión deportiva, de Roberto Luis Sotero Estrada)... Así de diverso y seductor es este volumen, por demás gratamente ilustrado desde su misma portada con una obra del pintor Ignacio Nazábal Cowan, y en las páginas interiores por Carlos Guzmán, Alejandro Arrechea, Alien Ma, Grecy Pérez, entre otros.
De modo que cualquier «lector de raza», fan o no de la CF, en sus marcas, listos, y corra a buscar el libro.