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Cuba y su irreversible voluntad

El 1ro. de julio de 2015, la Mayor de las Antillas y Estados Unidos anunciaban de manera oficial el restablecimiento de las relaciones diplomáticas y la apertura de Embajadas en sus territorios. Luego de una década de aquel acontecimiento, las tensiones y la arrogancia imperial se han hecho más evidentes

Autor:

Raciel Guanche Ledesma

 

 

«Estados Unidos y Cuba volverán a tener Embajadas en sus respectivos territorios». Ese fue el gran titular de los principales medios de prensa el 1ro. de julio de 2015. Hace exactamente diez años de ese momento en que se anunció la decisión oficial sobre el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre ambas naciones.

Aquel paso constituyó, sin discusión, una victoria de nuestro país y de su pueblo que se ha sostenido, frente a la arrogancia imperial, con la misma dignidad mitológica que David. Meses antes, el 17 de diciembre de 2014, el General de Ejército Raúl Castro Ruz y el entonces presidente de Estados Unidos, Barack Obama, captaban la atención del mundo al dejar claras sus intenciones de acercamiento entre los dos Gobiernos en mensajes públicos y simultáneos, tras un largo trecho de negociaciones en estricto secreto.

Para Cuba los avances diplomáticos de ese instante formaban parte de un esfuerzo esperanzador, necesario y audaz. Pero el tiempo habló por sí solo, y demostró quién tuvo la voluntad sincera de estrechar la mano y sostenerla. 

Del lado norteño, el restablecimiento de relaciones diplomáticas fue un paso volátil, justo en el ocaso del segundo y último mandato de la administración Obama. En realidad, el establishment estadounidense nunca estuvo listo —y puede que, de ningún modo, estuviera interesado— para darles un vuelco real a las relaciones. De dos años dispuso Obama, desde que se hiciera público el acercamiento, para buscar que el Congreso de Estados Unidos suprimiera de un plumazo el injusto y cruel bloqueo económico, comercial y financiero contra la mayor Isla del Caribe.

Sin embargo, la obsoleta y criminal medida continuó vigente con su peso de acero sobre los hombros de nuestra gente. Quedó claro que, ese paso histórico representó para los ególatras que profanan el Derecho Internacional y la justicia, en nombre de las libertades, un cambio de estrategia en su política de máxima presión hacia Cuba. 

Solo se modificó la táctica porque la esencia, los propósitos y el alcance de su obcecada política se mantuvieron —y hasta se reforzaron—. Así, la punta del cañón, aunque camuflada, seguía dispuesta a derribarnos, a rendirnos. Los cambios pretendían inducirlos de forma «suave» y sigilosa, por su propio peso, promoviéndolos a través de una feroz guerra cultural y de símbolos, y de una manipulación mediática, que hoy permanecen intactas. 

Y luego, se desvaneció como arena entre los dedos, los intentos de acercamiento y la normalización de relaciones. Cuando Donald Trump, primero, y Joe Biden, después, ocuparon la silla del Despacho Oval en la Casa Blanca, el imperio sacó su estirpe prepotente. Sin esconderse, arremetieron contra la voluntad de Cuba de relacionarse sin imposiciones. 

Un Republicano retrógrado y mentiroso patológico hizo (y hace) hasta lo imposible por complacer al extremismo electoral del sur floridano. Y luego vimos a un Demócrata que había sido, irónicamente, vicepresidente de Obama, sin tener la más mínima decencia de revertir tanta maldad de su predecesor. 

Eso me reafirma la certeza de que el establishment jamás fue sincero ni quiso profundizar en unas relaciones basadas en el respeto mutuo, la cooperación y el entendimiento. No se trata únicamente de las caras visibles en un despacho, si no que hablamos de la clase dominante o grupo de personas que, tras bambalinas, concentran el poder político-económico de Estados Unidos. Ellos y sus intereses electorales necesitan del diferendo Cuba-Estados Unidos para vivir, sin importar nada ni nadie.

En los últimos ocho años hemos estado bien distantes de algún tipo de acercamiento. Desde entonces los pretextos absurdos, acompañados de la torpeza trumpista, caen con la misma falsedad de los supuestos ataques sónicos o de la inclusión de Cuba en la infame lista de Estados supuestamente patrocinadores del terrorismo.

Las 243 medidas adicionales al bloqueo durante la primera temporada del magnate-presidente, y su perversidad actual, mientras se codea con lo más retrógrado del lobby cubanoamericano, ha dejado claro cuál es el propósito sistémico. Para quienes tengan alguna duda de eso, solo bastaría mirar el memorándum presidencial que, este lunes, firmó Trump para darle otro apretón a la retorcida  tuerca contra nuestro país.

¿Puede alguien tener la voluntad de mejorar las relaciones «vecinales» con semejante nivel de hostilidad? La respuesta es evidente dentro del maremágnum en la política de Estados Unidos.

En cambio, Cuba no se cansa de reiterar la disposición al diálogo las negociaciones entre iguales, y bajo ninguna condicionante. Ese será el único camino para el entendimiento, aun cuando las marcadas diferencias políticas, ideológicas o económicas permanezcan. De sobra saben los artillados de inmoralidad que por la fuerza no lograrán su encomienda. 

Aunque efímero, el estrechón de manos de hace una década demostró que es posible tomar otras rutas, otras salidas, otras variantes mutuamente beneficiosas para ambos pueblos. La voluntad nuestra permanece incólume, no solo durante estos diez años, sino desde mucho antes con la luz certera de Fidel y Raúl. 

Eso sí, las exigencias para dar un nuevo paso, como aquel de 2015, continuarán invariables. No hay ni habrá acercamiento, relaciones, intercambios… reales y normales, sin el respeto, primero y por siempre, a nuestra independencia. Cuba no pide una quimera, solo argumenta el derecho que le asiste como Estado soberano. Los principios indeclinables que nos han traído hasta aquí no se negocian. Mientras la vanidad imperialista busque someternos a punto de cañón, la mesa permanecerá vacía.

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