JR se acerca a Alessandra Santiesteban, ganadora del Premio David de Poesía en 2014, con el fin de profundizar en los propósitos estéticos y conceptuales de su obra
Alessandra Santiesteban fue la ganadora del Premio David de Poesía en 2014. Confieso que sus textos me produjeron cierto desconcierto y me costó trabajo acceder a sus propósitos estéticos y conceptuales. Y es por eso y porque tal vez sucediera lo mismo a algunos lectores, que decidí formularle para El Tintero una serie de interrogantes que pudieran esclarecer un tipo de poesía que no resulta fácil y en el cual la nostalgia de los años anteriores a la desaparición de la Unión Soviética constituyen un leit-motiv que se conjuga con la presencia de las nuevas tecnologías en la llamada era digital.
Mecanismos para (des)habilitar —tal es el título de su libro galardonado— fue en principio una obra de teatro. Pero Alessandra no reconoce fronteras entre los géneros.
Según la crítica Mayté Hernández Lorenzo, «el volumen propone un juego hasta donde es posible en el soporte y formato libro objeto, que recrea el diseño web 2.0 para interactuar, para crear lazos afectivos».
A esta joven autora dedicamos hoy nuestra habitual entrevista. He aquí sus respuestas.
—Tu libro de poemas premiado, ¿no crees que puede resultar un poco hermético para el lector promedio? ¿Qué tipo de comunicación es la que buscas en tu poesía?
—Los recuerdos de mi infancia están ligados a una Aurika donde cabía todo. Quiénes éramos, quiénes queríamos ser. Nuestras ropas y sueños. Toda esa gente que quería a uno e indiscutiblemente la Familia (siempre en alta porque no hay regalo más grande). Desde ahí nos comunicábamos (si de vínculo directo se trata) con el mundo exterior. Un aparato que lavaba, purificada, blanqueaba... nuestro universo revolucionario y amigo ante los males del mundo.
«Todos recordamos el sonido de la Aurika. El sonido de los sábados por la mañana. El sonido de la felicidad. La Aurika de mi abuela, la Aurika de mi madre, la Aurika de la Presidenta del CDR… todas conectadas a un bien común y nosotros a ella. Una red de millones de motores y secadoras socialmente útiles. Una maquinaria azul o verde o rosada que rompía algún que otro pantalón, pero ahí estaba. Como el objeto más hermoso y dúctil de la casa.
«Con los años fueron partidas a la mitad. Y nosotros, usuarios promedio, no quedamos al margen de la división.
«Así se erigen estos Mecanismos para (des)habilitar, cuando nuestras Aurikas han desaparecido casi de nuestra cotidianidad, remplazadas por modernos paradigmas (Daewoo, Daytron, Midea…). Ahora los usuarios promedio acceden a otro tipo de red. Una menos “comunicada” (si de vínculo directo o amigo entre ellos se trata). Y donde cada quien accede a ella de la mejor manera que puede (monetariamente hablando).
«Cada quien realiza su lectura como puede. No hay nada más cercano a lo hermético (y contradictoriamente penetrable) que la experiencia. Esa es la verdad que defiende mi palabra poética».
—¿Alessandra Santiesteban es una dramaturga que escribe poesía o una poeta a quien le interesa el teatro?
—Alessandra sueña con construir materiales que sobrepasen la denominación poema, obra, relato… que simplemente provoquen una determinada reacción-acción en el otro. Ese alguien antes que nada debo ser yo.
—¿Por qué buscas en otro país, como la antigua Unión Soviética, puntos de conexión?
—Hace un tiempo me contaron una historia muy simpática sobre unas barredoras de hielo que en cierto momento fueron importadas de la URSS a la Isla. No sabría decir si fue verdad o no. Poco importa. Lo cierto es que a partir de ahí comencé a articular un entramado de posibilidades sobre lo que había sucedido realmente. Preguntas como: ¿Cómo llegaron? ¿Qué fin tenían? ¿Si fue un error, quién era el culpable? ¿Se esperaba nieve en Cuba? Y la más importante… ¿dónde estaban ahora?
«Definitivamente todo esto se trata de una relación nostálgica con el pasado. Como una especie de instalación. Un dispositivo que en vez de objetos con caducidad finita acumula nombres, apellidos, sentimientos... La ausencia también es un afecto adictivo. La ausencia de todos los días. La ausencia amiga.
«Cuando llegaron los 90, por ejemplo, aún yo coleccionaba revistas Misha y Sputniks. Sentía que de alguna manera me había perdido de algo que había pasado cerca de mí y por cuestiones de edad no podía recordar del todo. Eso, quizá, ha sido el motivo de revisitar una y otra vez, siempre desde el juego entre mi experiencia y la ficción, toda esa herencia cultural que nos dejaron también los televisores Krim-218, el cosmódromo de Baikonur y, por supuesto, las latas de carne rusa».
—¿Qué nuevos proyectos tienes a partir de ahora?
—Actualmente trabajo en un texto que lleva por título La felicidad a veces dura para siempre. Creo que acercarnos al vocablo Felicidad, hoy más que nunca, es la urgencia que tenemos los usuarios promedio que habitamos o transitamos este país. También estoy inmersa en varios proyectos de puestas en escena. Y, por supuesto, continúo colaborando con la Casa Editorial Tablas-Alarcos.
—¿Consideras este Premio David como un punto de partida o de llegada?
—No creo que haya nada más excitante y urgente que el camino. Por supuesto, el David ha sido un premio que me ha traído mucha felicidad. Me encantaría que la red social Aurika tuviera cada vez más usuarios, que el acceso a internet fuera más accesible a todos y por supuesto que dieran muchos Me gusta.