Jesús Lara Sotelo (La Habana, 1972) Poeta, pintor, escultor, ilustrador, fotógrafo y ceramista. Ha realizado más de 40 exposiciones personales y colectivas, tanto nacionales como internacionales. Como poeta ha publicado varios cuadernos, entre los que se destacan: ¿Quién eres tú God de Magod?, Mitología del extremo, Alicia y las Odas Prusianas y Domos Magicvs. Los poemas que presentamos a los lectores de El Tintero son inéditos.
Soy optimista ¿por qué tendría que negarlo?
A pesar de las atrocidades y la nieve, a pesar del gris
y de las de flores negras con que azoto las nalgas de mis amantes,
soy optimista y en mis pupilas anida la imperfección del mundo.
He dejado atrás miles de recuerdos tan lentos como una gota de mercurio.
Las arenas movedizas matan despacio, te tragan con un sonido de lija
(lo he visto en ciertas películas donde las estadísticas se equivocan).
Me alegro de haber recorrido kilómetros tras los nubarrones
para acariciar la cabeza de un halcón antes de que lo lanzaran al vuelo.
Un vuelo concebido para matar a otras aves más inocentes.
La carne de un ave comida por otra ave es un acto de travestismo natural.
A mi edad el teatro entra en una crisis digamos existencial:
tengo úlcera en el duodeno y uso suéter en verano para bajar de peso.
Los idealistas como yo ignoran la realidad de las aceras
y a cada rato tropiezan y se hunden en una laguna de azufre.
Quizás buscando calor o algo gris que cae con la nieve.
Quizás porque los optimista sufrimos de parálisis facial
y detestamos comer la carne de otros hombres.
Quizás porque mal la profundidad y una gota de mercurio
puede matarnos en medio de una noche de atrocidades blandas.
Después de siglos de decadencia, solo danzará el universo.
Nada produce más conmoción que la de ver morir un cisne derrotado.
Respiro una inocencia madura y en la pantomima del dolor hallo los versos.
Si alguien debe perdurar es el ser desangrado,
listo para admitirse imperfecto, vital, es decir, consecuente.
En la vida hay un retozo irrefrenable calentado por arcángeles.
Solo por esa razón el hombre puede sentir que flota.
No espero a ser descubierto por lo que puedo descubrir.
Hay algo en mí que resulta extraordinario
y estoy obligado a desear que ese algo exista a cualquier precio.
Viajábamos en un Chevrolet del 56 con 8 caballos de fuerza.
Mi cámara GoPro iba grabando el recorrido
hasta alejarnos de toda traza de civilización.
Yo, desnudo como siempre, fruncí el ceño
cuando en el cielo apareció un raro cetáceo negro.
Con el ardor de 8 caballos de fuerza
corríamos rumbo a lo desconocido.
A esa velocidad poco o nada se entiende.
A esa velocidad se puede confundir un cetáceo con la noche.
Yo, escueto como siempre, decidí soltar el timón,
cerrar los ojos y olvidar que viajábamos
en un Chevrolet del 56 rumbo a la eternidad.