Este joven escritor obtuvo en el 2009 el premio de Ensayo Alejo Carpentier por el título Virgilio Piñera o la libertad de lo grotesco
Callado y sonriente, afable y reservado, ensayista de gran rigor y acuciosidad pese a su juventud, con un conocimiento curioso, tamizado y peculiar de los clásicos, así puedo calificar a David Leyva, escritor que en el pasado año 2009 obtuvo el premio de Ensayo Alejo Carpentier, que otorga el Instituto Cubano del Libro, por el título Virgilio Piñera o la libertad de lo grotesco y el premio de la revista Temas, por su ensayo Dante Alighieri y José Martí. El autor es investigador del Equipo de Estudios Literarios del Centro de Estudios Martianos y ha tenido a bien contestar las siguientes preguntas a los lectores de El Tintero.
—¿Cómo fue tu iniciación literaria? ¿Cómo descubriste tu vocación y qué relación se establece entre esta y el hecho de haber estudiado Filología?
—La vida de becado y luego de recluta y movilizado fue propensa para mis primeros textos. Hay cierta relación entre el enclaustramiento y las letras, que existe pero no puedo definir. Es como un fatalismo medieval en que no tienes la libertad que ansías y decides transgredir los límites de tu circunstancia a través de la hoja en blanco. También en mi caso, y, gracias a mi madre bibliotecaria y lectora constante, he tenido siempre un entorno de libros y lecturas favorables; así que escribir me llega casi por inercia.
«La carrera de Filología o Licenciatura en Letras es un excelente y exigente campo de cultivo; es como un gran embudo donde recibes muchas materias que te permitirán luego ir con precisión al torrente de estudios que decidas. Se trata de una facultad abierta que te da las bases para la investigación literaria, la escritura, la crítica de arte, la investigación lingüística, el estudio de las letras clásicas, la docencia, el periodismo, la asesoría y conformación de guiones para radio y televisión. Sin embargo, la carrera te imprime un metalenguaje, un espíritu de corrección e hipercriticismo y un pernicioso ego que hay que mantener a pan y agua para no acabar en la pedantería».
—Ya que has entrado al cenáculo literario cubano a través de la obtención de dos importantes y codiciados premios, ¿qué piensas de los galardones en esta difícil profesión de la Literatura? ¿Qué pudieras apuntarnos sobre los vasos comunicantes entre la investigación y el ensayo y cómo lo asumes en tu caso?
—Casi siempre el tiempo de trascendencia, o lo que verdaderamente considero el cenáculo de un creador, no está en su vida sino en su muerte. Cuando más te coronen tus contemporáneos, menos acústica existe al tiempo de morir. No sé porqué siniestra razón los pueblos gustan —como en el carnaval— de coronar a los mendigos —en este caso sería a los artistas muertos— y hay una ley rabelaisiana de que los reyes de hoy son hijos de indigentes y que los pobres de ahora descienden de apellidos ilustres.
«Como tú dices, si en esta difícil profesión de la Literatura existiera una vía de llegar al sustento que no fuera el galardón y la competencia, la tomaría de inmediato, pero como los mecenas han caducado hay que bracear en los concursos y en las publicaciones sin pensar por un instante que si me llevo el gato al agua soy mejor que el resto».
—Comenta al lector de El Tintero de qué tratan tu libro de ensayos ganador del premio Alejo Carpentier, y el estudio con el que obtuviste el correspondiente a la revista Temas.
—Debo aclarar que detrás de ambos trabajos está mi profesora de literatura Mayerín Bello. Ella fue mi tutora de la investigación de Virgilio Piñera que acabaría en libro, la primera que separó la hojarasca de los elementos de valor, pues suelo disgregarme al escribir y mi redacción no es acabada. Después ella preparó un curso de posgrado que se propuso, por primera vez en nuestro medio, una lectura completa de La Divina Comedia y como evaluación final de ese curso emerge el ensayo de Temas.
«También me fue de mucha utilidad el conocimiento de Jesús David Curbelo sobre Dante Alighieri a través de esa importante asignatura que imparte en el Diplomado: Historia de la Creación Poética. El factor común de ambas investigaciones es la estética de lo grotesco, palabra que escuché por primera vez a través de mi otro gran profesor de literatura José Antonio Baujín, al analizar el prefacio del Cromwell de Víctor Hugo —uno de los mejores ensayos que haya leído, junto al capítulo introductorio que realiza Hugo para su libro William Shakespeare. Por tanto, podría resumir que son dos estudios donde se analiza la obra de Virgilio Piñera, Dante Alighieri y José Martí desde la riqueza simbólica y fuerza imaginativa de esta estética fascinante».
—A propósito del centenario de José Lezama Lima y el creciente interés que despierta en la actualidad entre las más jóvenes generaciones de críticos y ensayistas la obra de Virgilio Piñera, ¿qué opinión te merece el legado de sus obras y la rivalidad entre las mismas, que trasciende a eruditos literarios y a permanentes lectores?
—Si el siglo XIX fue, intelectualmente hablando, nuestro clasicismo, ilustración, romanticismo y modernidad —todo en el marco estrecho de poco más de cien años— la verdadera relación barroca de nuestras letras, por su asimetría de cuerpos y negación complementaria de poéticas, fue la de José Lezama Lima y Virgilio Piñera. Y aún más curiosa que la de Góngora y Quevedo, pues nunca se distanciaron totalmente y culminó aquella —luego de la publicación de Paradiso— en cercana y bella amistad.
«Los escritores que se aproximaron a estos dos epicentros trascendieron de manera ineluctable, y lo necesario, desde mi punto de vista, es que se promueva la ambivalencia de estas figuras y no la instauración de polos excluyentes. Lezama culterano, narcisista, voluptuoso, ornamental, optimista, pozo inmenso de saber acumulado, sintaxis de ensueño y diálogo platónico; Piñera conceptista, objetivo, fría lucidez, justificada frustración, laboriosidad en todos los géneros, sinceridad escabrosa, absurdo, grotesco y existencialista».