Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Lenin sigue hablándonos

Autor:

Darian Bárcena Díaz

A 155 años de su nacimiento Lenin no deja de hablar. Su voz se hace más fuerte e intensa, y cada vez más necesaria, sobre todo en estos tiempos de urgente convocatoria revolucionaria para las preteridas masas obreras. El célebre hijo de Simbirsk, allá en las nevadas tierras del socialismo real, se puso al frente de un grupo de soviets y decidió que había llegado la hora de establecer una dictadura, ¡oh, palabra horrible!, si no fuera por que a renglón seguido, se le colocó el calificativo más fecundo: dictadura del proletariado.

Con especial énfasis levanta la voz el cuarto hijo de la familia Uliánov contra la injusticia, con la misma cadencia y tono fuerte con que convocaba y agitaba a los trabajadores en las fábricas o en las encendidas asambleas en las que participaba, siempre con la arenga necesaria y urgente, no solo para la entonces Rusia blanca, sino para todos los pueblos, dada su concepción de que el movimiento revolucionario debía extenderse a varios países para poder alcanzar el éxito que de él se esperaba y demandaba.  

Así lo había esclarecido durante el 3er. Congreso de la Internacional Comunista, celebrado en Moscú, en 1921: «Cuando iniciamos la revolución internacional, no lo hicimos persuadidos de que podíamos prever su desarrollo, sino porque toda una serie de circunstancias nos impulsaron a comenzarla. Pensábamos: o la revolución internacional acude en nuestra ayuda, y entonces tenemos plenamente garantizada nuestra victoria, o llevaremos a cabo nuestra modesta labor revolucionaria con la convicción de que aun en caso de derrota serviremos a la causa de la revolución, y nuestra experiencia será útil para otras revoluciones». 

De esa manera, la Revolución Socialista de Octubre no solo se convirtió en «diez días que estremecieron al mundo», sino que, aun con todos los errores que puedan señalársele, sustituyó el viejo orden imperial de los zares por el de los obreros y trabajadores, los verdaderos artífices del desarrollo del país y de reformas en todos los órdenes que no podían seguirse postergando.

Lenin dio el tiro de gracia al zarismo y edificó la utopía, con bases sólidas. Una utopía que se inscribió en los anales de la historia por mérito propio y cuyos vientos de renovación llegaron hasta este distante archipiélago del Caribe. Una utopía que resistió con obstinación y grandeza durante más de 70 años y que constituyó para los pueblos del mundo un ejemplo imperecedero.

Atacado desde todos los frentes, como suele suceder con las grandes figuras cuando se advierte en ellas el nacimiento de un líder, el bolchevique Vladímir Ilich Uliánov se nos presenta renovado, con el talante propio de un político del bien, cosa tan poco común y tan imprescindible en el mundo contemporáneo.

Desde su óptica, se reveló la condición genuinamente transformadora y dialéctica del marxismo, las particularidades y mezquindades del imperialismo, los objetivos de la revolución y de sus estructuras. Al leerlo encontramos más preguntas que respuestas, más dudas que certidumbres, pero, sobre todo, más esperanzas.

Su obra es concreción de la praxis, pues el ideario leninista se fraguó en sincronía con sus actos, con las nociones aprendidas de Marx y Engels, pero atemperadas a su propia circunstancia histórica y, además, en intensos debates con sus coetáneos. Por tanto, no estamos frente a un teórico aséptico, sino a la vera de un verdadero revolucionario que consiguió extraer de la realidad concreta las bases y leyes para transformarla. Y ese elemento, quizá como ningún otro, contribuyó a cimentar su vigencia.

Las concepciones del estadista no son un compendio de dogmas inalterables, sino que se revelan en una guía minuciosa para comprender y desentrañar los fenómenos de nuestra propia realidad, pero, además, para enfrentarlos y revertirlos, aun cuando muchos de sus enemigos se enfrasquen en desacreditarlo y con él, al modelo que construyó.

No fue Lenin el causante del fin de la utopía. Esa idea se ha extendido, incluso Rusia adentro. Fue apartarse de su camino lo que provocó el derrumbe de aquella sublime empresa, con procesos forzosos, cultos a la personalidad e imperdonables desaciertos democráticos. A despecho de todo, Vlamir es, todavía, un paladín de lo utópico como antídoto contra la opresión. A él habrá que retornar siempre que se quiera aquilatar la verdadera significación de la palabra libertad.

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