Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Normalizar lo absurdo

Autor:

Laura Fuentes Medina

Cuando escuchamos «normalizar», tendemos a analizar la cara más agradable de una moneda y a pensar en la ruptura de tabúes arcaicos que, como la discriminación por motivos raciales, de sexo o género, no deberían tener lugar en un mundo respetuoso.

La otra cara, sin embargo, da cuenta de una disposición incorrecta a disminuir el peso de fenómenos tan negativos como pueden serlo, por ejemplo, las acciones de odio y los crímenes.

Hasta hace pocos años, un ladrón (por escoger una figura delictiva) era una persona cuya conducta reprobable provocaba escándalo y vergüenza dentro de cualquier núcleo social y familiar.

Más de una vez he escuchado historias de rateros que, al saberse descubiertos, prefirieron precipitar el final de sus vidas antes de permitir que el estigma de sus delitos pesara sobre sí mismos y sobre sus seres cercanos.

En alarmante contraste, hace escasos días encontré un meme en redes sociales (de esos pensados para hacernos reír) acerca del reclamo de justicia de una madre cuyo hijo acababa de fallecer en un altercado nocturno, y la afligida señora alegaba que «él solo había salido a asaltar, como todos los días».

¿En qué momento el discernimiento y el sentido común se enturbiaron tanto? Si bien es cierto que este tipo de contenido se hace popular por traspasar los límites de lo considerado coherente, supuestamente con el objetivo de parodiar la realidad, no debemos perder de vista que, gracias al amplísimo alcance de esas plataformas virtuales, no es posible predecir las
interpretaciones que cada consumidor hará de estos.

Según detalló el investigador mexicano Guillermo Sánchez Zazueta en el artículo ¿Cuál es el origen de la palabra meme?, publicado por la Dirección General de Comunicación Social de la Universidad Autónoma de Sinaloa, «cualquier comportamiento transmitido por imitación de una persona a otra se considera un meme; es una cuestión teórica de comportamiento animal y humano, que conforma a todas las culturas».

Para Sánchez Zazueta, el meme se comporta similar al gen: se transmite, evoluciona y es sujeto a la selección natural. Y como se inserta en la mente de manera involuntaria, puede ser complicado desaprenderlo.

Estoy lejos de querer hacer una tempestad en un vaso de agua, pero sigue siendo necesario llamar la atención sobre el consumo crítico de los contenidos que se ocultan tras la pantalla de nuestros dispositivos electrónicos, tan cercanos que ya forman parte activa del crecimiento de las nuevas generaciones, cuyos límites morales se desdibujan desde edades demasiado tempranas.

Digan lo que digan, los memes seguirán ahí y las incoherencias también; pero podemos vacunarnos contra la insensibilidad y el absurdo.

El sufrimiento de una madre no nos puede ser ajeno, y la pérdida de una vida humana siempre es profundamente penosa. Lo que resulta inadmisible en este caso, por decir lo menos, es normalizar la comparación de un acto delictivo como el robo con un trabajo común, porque en esa misma línea estaremos normalizando la pérdida de valores morales como la dignidad y la vergüenza.

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