La línea entre lo público y lo privado se ha diluido peligrosamente. Cada foto, publicación y comentario está sujeto a la interpretación y juicio del público virtual. Lo que antes era un espacio íntimo, ahora se comparte con miles de desconocidos.
Plataformas como Facebook, Instagram, X (antes llamado Twitter), Tik Tok, y su proliferación, han traído consigo una nueva realidad, donde los
likes son medidores de aprobación y las opiniones personales de extraños ejercen presión social y alimentan la búsqueda de seguidores para obtener validación externa. Pero, ¿a qué precio?
Muchas veces el precio es la construcción de una imagen distorsionada, que funciona en las plataformas y atrae atención, pero no refleja la realidad. Entonces la vida personal de los creadores de contenido se somete a escrutinio, bajo la lupa de la opinión de usuarios, muchos sin formación para
desempeñar ese rol de juez.
En este punto asume un peso esencial la cultura de la cancelación, que empodera a las masas en detrimento del individuo y articula un mecanismo de censura sin apelación. Esta dinámica muchas veces deriva en actitudes tóxicas.
Un ejemplo reciente y muy viral es el caso de la influencer española conocida como Roro Bueno, quien acumuló 3 000 000 de seguidores en Tik Tok en menos de un año y más de 50 000 000 de visitas en cualquiera de sus videos, esos que tienden a comenzar con «Pablo quería…» o «a Pablo se le antoja…».
Cabe destacar que Roro es un personaje ficticio, creado por Rocío López Bueno, una joven chef española con talento para las manualidades, amor por la moda, dominio de varios idiomas, inteligente y sagaz.
En principio se dedicó a los famosos videos tutoriales de rutinas de ejercicios, sin embargo, esta nueva fórmula de la «esposa tradicional» o tradwife ha probado ser económicamente rentable para ella.
Su contenido —mayormente basado en complacer a su pareja— resulta inusual por la capacidad de comenzar cualquier actividad desde la obtención básica de cada recurso, y el público bromea y hace memes de ello. De ahí que las opiniones de los usuarios de diferentes plataformas digitales sobre el tema se encuentren segmentadas.
Mientras parte del público masculino denomina a Roro «la mujer perfecta», un sector del femenino la denomina «esclava del machismo» y le piden reevaluar sus conductas tradicionales, perpetuadoras de roles de género arcaicos, que durante años se han querido desmontar.
Este caso es el de una joven que vende un sueño irrealizable y aprovecha la polémica —con conocimiento de las consecuencias— para ganar popularidad y enriquecerse. Sin embargo, las corrientes de opinión alrededor de su personaje reviven una cuestión que siempre ha estado latente acerca de la falsa creencia de que la vida exhibida en las redes es la vida real y no solo un producto falseado de la imaginación de una mente proactiva.
Es imperativo el uso inteligente de las plataformas digitales, pero otorgar respaldo real a todo el contenido que se consume en ellas equivale a asumir de manera consciente una máscara de ingenuidad similar a la del infante que, tras ver algún dibujo animado, de repente cree en la existencia de las sirenas y hadas.
Por ello, la red de redes no debe ser espacio para el juicio sumario, sino para el entretenimiento, el diálogo, la construcción de puentes y el desarrollo de una sociedad más empática y tolerante. Es tarea de todos, usuarios, plataformas y sociedad en general, frenar la intromisión y defender la privacidad y libertad individual en el mundo virtual.