«Ah, pero tú eres de Hialeah, la cuadra linda», me dijo al entregarle mi dirección en un papel. Realmente no entendí la «broma», basada en una comparación con un territorio foráneo, pero luego supe que a nivel popular en algunas instancias, así nombran la zona en la que el buen gusto, la higiene y las ganas de rodearnos de un entorno amigable y atractivo se destacan.
Los parterres están cuidadosamente arreglados por un incansable jardinero que limpia al detalle a diario, y rodeados de unas cercas blancas «como las de los jardines de las películas». Las plantas, incluso las sembradas recientemente, refrescan el ambiente y lo embellecen. Las aceras han sido restauradas, y donde hace unas semanas el basurero cubría hasta casi la mitad de la calle, ya pronto disfrutaremos de un verde césped y florecientes flores. Ingeniosos cestos en varios tramos propician que no haya ni un papel lanzado por falta de ellos, y si por notorios detalles se trata, hasta una gran roca en una esquina con una planta creciendo en ella demuestra que, si queremos embellecer, las simples ideas ganan.
Todo el empeño nació del joven dueño de un archiconocido restaurante, donde la calidad de sus ofertas se ha mantenido por más de diez años de manera constante y su servicio es intachable. De él surgió el interés por arreglar y adornar, por cuidar y promover.
Cierto es que pintó el gran edificio donde está enclavado su establecimiento. Y sus vecinos, imagino, no tengan quejas de su gestión porque me consta que cada área del inmueble, aún cuando no sea de su uso total, es debidamente atendida. Y aún no cesa de buscar alternativas para mantener lo logrado.
El proyecto barrial, apoyado por las instancias del municipio, como debe ser, es un loable ejemplo. No faltó el «atravesado» que intentó impedir alguna que otra acción, argumentando huecas razones y buscando, tal vez, alguna recompensa.
Nada se ha hecho sin consentimiento, y lo más importante es que todo se hace desde el corazón. Lo menos relevante es lo que intentan destacar algunos: a mayores gastos, menos impuestos a pagar. Y a ellos les digo: ¿Y qué? Podría gastar de otra manera en otro lugar, y sin embargo ha apostado por el beneficio colectivo. Ello requiere ser aplaudido y estimulado.
En otro momento y en este mismo periódico he comentado sobre la necesidad de otorgarle encargos sociales al sector privado que, en definitiva, tributen al bienestar de todos, teniendo en cuenta que el sector estatal no puede cubrir todas las demandas, desde la recogida impoluta de basura hasta la reparación de calles. Si cada mipyme o establecimiento privado se ocupa de su entorno, ganamos todos.
Y, por supuesto, ninguno de nosotros queda fuera de las responsabilidades colectivas. No es quedarnos como el pichón, recibiendo todo lo que nos da otro y apreciando la belleza y la limpieza del entorno sin hacer que perduren. Nos toca cuidar ese césped sembrado, esa cerca colocada, y respetar a quien barre haciendo uso de los cestos colocados. Si lo que uno crea los demás lo destruyen, luego no nos quejemos.
Así, poco a poco, nuestros barrios serán bellos y relucientes, y seguirán llamándose por sus nombres, no como otros de otras latitudes. Es triste que encontremos las referencias de lo bien hecho en otro país cuando en el nuestro tanto se puede hacer. Despojémonos del síndrome de Hialeah.