Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La gloria de estar vivos

Autor:

Marianela Martín González

Por estos días, al menos para mi «universo», han sido muchas las noticias adversas: enfermedades de amigos, criaturas que nacieron marcadas por desaciertos genéticos, seres que quiero y andan por recodos del mundo buscando un lugar donde cumplir sus sueños y no han hallado más que contratiempos y sentimientos encontrados, al querer y no querer estar en esta Isla.

En medio de tales circunstancias me convidan a escribir, a detener mi pluma en penurias que flagelan al individuo de a pie, las cuales sufro porque muchas me tocan, y otras me indignan tanto, aunque no me rocen, porque su causa está en la desidia, el desinterés y el desamor por el prójimo.

Finalmente escojo escribir sobre la vida, ese derecho que para algunos es un milagro. Las imágenes de niños padeciendo cáncer que en días recientes difundió el noticiero en su espacio estelar se han quedado en mí, como las cicatrices en el abdomen de una de las pequeñas, mostradas en el espacio informativo.

Su padre la sostenía entre los brazos y hablaba con dolor de los medicamentos que le faltan por culpa de un bloqueo que mata y hace sufrir a la gente común, a personas que no saben siquiera de política, como esa pequeña de las heridas en su barriguita, cuya vida está en peligro sin haber saboreado aún sus mejores momentos.

Entonces pienso que, para que cada uno de nosotros pudiera disfrutar de esta maravilla que es la Tierra habitada —con sus portentos naturales, su música, los libros, y las señales de Dios—, muchos astros tuvieron que alinearse; una razón más que sobrada para disfrutar intensamente de cada segundo.

Tal vez los limitados para ver la maravilla se pregunten a qué me refiero. Luciano, el anciano que recoge materias primas en el contendor desvencijado de la esquina de mi casa, pudiera ayudarnos a encontrar la hermosura circundante que a veces miramos y no vemos; la que está hecha para alimentar nuestras almas, pero en ocasiones la desperdiciamos por usar los ojos solo para descubrir dimensiones, colores y contornos de lo obvio.

Este hombre, huérfano desde que vino al mundo, lleva años batallando contra una rara enfermedad que toca a pocos en el universo, y aun así todos los días saca de la basura lo que él considera la maravilla, porque es lo que le permite llevarse algo al bolsillo. Aun así alimenta a su perro, que anda junto a él de tacho en tacho, buscando para vivir. Aun así, salva muchos animales condenados a morir dentro de los contenedores llenos de podredumbre.

Hace unos días, una amiga que tiene a un familiar en estado de coma ha sublimado el movimiento de uno de los ojos del paciente, porque en ese pequeño detalle subyace la esperanza de una vida que puede salvarse. Ella, que está de un sobresalto en otro por la suerte del ser querido, pudiera también desmenuzar la belleza de existir, y hasta reducirla al valor de un simple gesto mecánico.

Marcela, una niña que nació muy lejos de esta Isla, fue diagnosticada con Síndrome de Down cuando estaba en el vientre materno. Sus padres decidieron que naciera, y a sus escasos días de vida, sus progenitores no se desaniman ante un trastorno cardiaco que le fue detectado después. Ellos ven con esperanza las posibilidades de que ella crezca feliz. Creen que el amor obrará la magia de salvarla.

Vivir es un prodigio, una dimensión, un estatus que a veces la propia cotidianidad no nos permite valorar en toda su trascendencia. Pasamos mucho tiempo alelados en lo banal, en lo tangible y fugaz. Y es tan así, que estar en este mundo es un suceso que damos por sentado.

Deberíamos, sin embargo, detenernos alguna que otra vez en el asombro de ser útiles y entender el sentido de nuestras batallas, esas sin las cuales nuestras existencias no fueran una verdadera gloria.

 

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