Empecé a trabajar en Bohemia intimidada por todos los gurúes del periodismo con quienes debía compartir páginas. Hablo de esas plumas que lamentablemente no se mencionan hoy, pero que están entre los padres del periodismo cubano. Me refiero a Fulvio Fuentes, Mario Kuchilán, Alberto Pozo, Juan Sánchez, Ricardo Villares, Mario García del Cuento, el «olímpico» fotógrafo Tony Martin, y otros más que no vienen a mi memoria. Uno de los más jóvenes entonces era Hugo Ríus Blein, con quien tuve desde el principio muchas afinidades. Enseguida caí en cuentas de que a él podría hacerle preguntas y consultas sin avergonzarme. Y así fue el comienzo de una bonita amistad.
Fue Mario García del Cuento —el mismo que reportó la boda de Raúl Castro y Vilma Espín desde el Motel el Rancho de Santiago de Cuba— quien bautizó a Hugo como «el árabe», decía que tenía el color de piel de un claro Almácigo, y se mostraba misterioso y discreto. A partir de ahí, sin que Hugo lo supiera le decíamos «el árabe».
Hugo fue mi jefe de información y quien presidió el tribunal de revaluación para Periodista clase A, aquel invento macabro que autorizaba a un equipo de colegas disponer si eras clase A, B o C, y determinar cuánto ibas a ganar cada mes. La evaluación fue para todos, pero los recién graduados estábamos más que obligados a pasar por aquel tamiz. Recuerdo que al entregarme la carta que me acreditaba como periodista A me dijo: «Ya eres A. A ver si lo demuestras a partir de hoy y no me haces quedar mal».
Su apelativo de «el árabe» lo ratificó cuando hizo un largo periplo por los países de esa zona del mundo y vino con fotos e historias increíbles que contaba con un sentido del humor fino que le caracterizaba. En Bohemia deben estar durmiendo el sueño eterno esos deliciosos reportajes que hoy día deberían ver la luz como parte de lo que era el periodismo entonces.
Luego estuvimos juntos en la rutina de cada día: en el comedor, en las marchas políticas, en los trabajos voluntarios, en las festividades, hasta que un día decidió irse a Prensa Latina y nos distanciamos. Para esa época ya había conocido a María del Carmen, su compañera de vida que lo siguió a todos esos sitios del mundo donde cubrió corresponsalías, como Etiopía, Viet Nam, Uruguay, según recuerdo.
Juntos estuvimos durante más de diez años en el Comité Nacional de la Unión de Periodistas de Cuba, donde nos veíamos y nos guardábamos asiento en cada pleno nacional. Nos divertíamos una barbaridad haciendo crónicas impublicables de lo que allí acontecía. Fue, según creo, la mejor época de la UPEC, con Fidel Castro asistiendo con nosotros a largas jornadas que se extendían hasta la madrugada.
Nos distanciamos cuando se fue a las corresponsalías en el exterior, pero siempre al regreso hacía una llamada para preguntar: «¿cómo está el patio?». Y ahí echábamos unas parrafadas telefónicas que duraban horas. La vida no quería que nuestra relación de tantos años se cortara y comenzó a colaborar con Cubadebate, donde ya trabajaba y así esporádicamente nos veíamos en la sede de Vía Blanca y Palatino y, en modo telegrama, nos poníamos al día.
Siempre lo imaginaba en un lugar del mundo haciendo un periodismo de lujo que sobrepasaba las exigencias de una agencia de noticias, por eso me sorprendió tanto la nota de Iramis Alonso en Facebook con la terrible noticia. ¿Qué puede uno hacer ante algo así?
Primero seguirlo imaginando en una corresponsalía, luego, recordar los tantos momentos buenos que vivimos, los tantos chistes que fabricábamos, y la enorme enseñanza que nos deja como periodista, como ser humano, como compañero, como padre y como esposo; amoroso con la familia y los amigos.
No pasa nada Hugo, quizá estas apuradas líneas pudieron ser más sustanciosas, pero son las que salen de la tristeza de tu ausencia y de la alegría de haber compartido contigo tantos momentos. (Tomado de Cubadebate)