La empresa estatal socialista, desde hace rato, anda pidiendo que la quieran. Parafraseando al maestro Juan Formell y su orquesta los Van Van cuando en 1986 cantaba inspirado en La Habana, las entidades económicas del Estado primero estaban que no aguantaban más con las trabas a cuestas y los excesos de control, para ahora llegar a solicitar, casi implorar, que les den cariño y las cuiden.
Resulta «interesante» que, entre el cruce de informes de eventos locales y las opiniones de «radio bemba» escuchadas en las últimas semanas, algunos criterios ubiquen al sector estatal como la fuente desde la cual emana la corrupción, el inmovilismo, las ineficiencias, las inequidades y toda una serie de males que dejarían pequeños a los vaticinados por la Biblia desde tiempo ancestrales.
De dárseles crédito a esas ideas, no habría nada más que hacer. Dicho y hecho: se acabó el proceso y la suerte está echada. Cabría, entonces, la pregunta: ¿seremos tan desmemoriados? Porque en verdad, si hemos llegado a estas alturas del camino con dignidades y mataduras a cuestas, es por muchas razones, pero entre ellas se encuentran esas agrupaciones públicas que han dado sustento a Cuba durante décadas.
Por las historias de empresarios y empleados, por los devaneos y dolores de cabeza observados del «Tengo que hacer más con menos, o más con nada», tal pareciera que, junto con los «condimentos» de la pandemia y las medidas del Gobierno norteamericano, la empresa estatal ha debido de subirse a un ring de boxeo con un brazo amarrado en condiciones de león contra mono, como se dice popularmente. Y aun así, con todo sus amarres, ha ganado unos cuantos campeonatos de forma anónima.
Desde hace ya varios años, desde el Gobierno se ha advertido que los cambios más importantes y complejos dentro de la economía del país transitan por dinamizar el sector estatal, donde se origina el mayor nivel de riquezas del país y los niveles más altos de empleo.
Precisamente a finales de 2021, durante un encuentro de la dirección del país con ejecutivos de empresas estatales, se conoció de la aplicación de más de 250 decisiones, junto a la modificación de 145 normas jurídicas, como parte del seguimiento a la Tarea Ordenamiento y que incluían ajustes y rectificaciones de ese proceso.
Sin embargo, a la vez que se reconocían los cambios de esos marcos de actuación, los cuales otorgaban mayores niveles de flexibilidad a las empresas, también se hacía saber que, a pesar las posibilidades dadas por las nuevas normativas, las transformaciones no se producían a la velocidad deseada.
En verdad resulta muy difícil andar al paso que se requiere con un lastre muy pesado de mentalidades acomodadas; de directivas que en papel dicen una cosa y en la realidad exige otras; de estructuras superiores o intermedias que toman de las bases productivas a cambio de dar poco, o algo, o casi nada, y que, al
parecer por el sello de sus acciones, se acercan más al vampiro Nosferatus que a Lenin o a Karl Marx.
En conversaciones con varios directivos de base nos ilustraban sobre situaciones vividas a diario. Una de estas era que, a pesar de la eficiencia de sus unidades, una parte importante de los ingresos se dirigían hacia arriba para solventar el gasto de estructuras de oficinas sobredimensionadas.
El asunto no quedaba ahí. El problema se «trancaba», como en el dominó, cuando se hacían ver las intenciones de convertir a las unidades de base en empresas filiales, una de las nuevas formas de gestión económica que dota de gran autonomía a las entidades vinculadas directamente a la producción.
Planteado el asunto, quizá ni un cura de pueblo tendría la posibilidad de recibir tantas solicitudes de consultas y confesiones como las anunciadas por los superiores a modo de barrera a las iniciativas de los de abajo. Y aquí, como conclusión, aparece otra realidad, una entre tantas: para aligerar a la empresa estatal, para ponerla en disfrute pleno de sus innumerables potencialidades, para que sus ingresos lleguen como se desea, para darle el cariño que ella necesita, hay que limpiarle con rapidez e inteligencia las malezas de la burocracia, surgidas de años de matrimonios muy mal llevados. Por ahí está uno de los antídotos. Soltar amarras para que el mono sea también león. Los empleados de la empresa estatal así lo demandan.