El azar me regaló la oportunidad de escuchar las palabras de Frei Betto pronunciadas en la clausura del Congreso Universidad 2022, celebrado recientemente en La Habana. Por su profundidad, síntesis y alcance, así como por su incitación al desarrollo de una reflexión necesaria, el texto —improvisado a partir de breves apuntes— merece transcripción para garantizar su más amplia difusión.
En sus palabras iniciales devela que la posibilidad del estallido de una pandemia arrasadora en zonas densamente pobladas de intercambio creciente entre seres humanos y animales desplazados de su hábitat natural, constituía un peligro inminente que se expandiría con rapidez al planeta todo.
A pesar del análisis elaborado por la CIA, los Gobiernos nada hicieron, embargados en la lucha por la dominación económica y geopolítica del mundo. El costo de las decisiones irresponsables ha sido inmenso en vidas humanas, secuelas en padecimientos de todo orden y en consecuencias económicas que repercuten en el aumento de las desigualdades, la miseria y el desempleo. Y lo que resulta aún más grave: es el anuncio de que estamos en el preludio de fenómenos que habrán de repetirse ante la incapacidad de los Estados de superar los mezquinos intereses nacionales para asumir, de manera conjunta, la salvación de la especie.
Para no abrumar al lector impaciente, en el breve espacio de esta columna me limitaré a centrarme en el tema de la universidad abordado por Frei Betto, profundo conocedor de las esencias del pensamiento de José Martí y Fidel Castro. En un discurso pronunciado en ocasión del otorgamiento del grado de Doctor Honoris Causa por la Universidad de La Habana, Carlos Rafael Rodríguez afirmó que el pensamiento socialista no había centrado su análisis en la misión de esa institución de primordial importancia para el desarrollo económico, ideológico y social.
Habría que añadir a ese señalamiento que no fue similar al caso del proceso de maduración en el contexto histórico de la América Latina subdesarrollada, dependiente y sujeta al dominio de distintas formas de coloniaje. En 1918 había estallado en Córdoba, Argentina, animado por la masa estudiantil, el movimiento en favor de la Reforma Universitaria que muy pronto se expandió por el subcontinente todo. No se limitó a enfrentar el adocenamiento de claustros adormecidos en la rutina. Planteó la redefinición de la misión de la educación superior en términos de proyección hacia la sociedad en su conjunto, con el propósito de impulsar su transformación radical.
Lúcido como siempre, Julio Antonio Mella percibió el alcance revolucionario del proyecto. Fue su impulsor en la Isla y asumió ese papel hasta sus últimas consecuencias en términos de sacrificio personal. A pesar de su momentánea derrota aparente, el sueño quedó sembrado de manera definitiva entre nosotros. Según confesión propia en su esencial discurso del Aula Magna evocado por Frei Betto, Fidel se hizo revolucionario en la Universidad. Guardando las distancias debidas, así ocurrió también con muchos de nosotros.
En uno de sus ensayos, al analizar el comportamiento de las clases sociales, Carlos Rafael Rodríguez subrayaba el potencial revolucionario existente en el estudiantado latinoamericano, tal y como lo ratificaron las acciones emprendidas contra la dictadura de Machado y contra Batista a partir del 10 de marzo de 1952.
No había concluido la Campaña de Alfabetización cuando, bajo la inspiración de Fidel y la conducción de su ministro de Educación, Armando Hart, con representación del estudiantado universitario se modificaron concepciones organizativas para colocar al departamento docente como célula básica articuladora de la inseparable unión de enseñanza e investigación.
Se crearon nuevas carreras y se rediseñaron algunas de las existentes. Rompiendo las bases de la tradicional dependencia del dominio neocolonial, la Facultad de Economía se instauró en la bicentenaria universidad habanera. Pero la transformación habría de conducir a calar en lo más profundo de la realidad nacional.
De la mano del inolvidable rector Chomy Miyar, encargado de traducir en práctica concreta la perspectiva visionaria de Fidel, se impulsaron los denominados «trabajos sociales». Junto a los estudiantes de la época viví en lo más íntimo de mi intelecto, aunado a mis fibras más sensibles, aquella experiencia estremecedora. Desde entonces, no volví a ser la misma. Conocí el lastre del subdesarrollo en todas las dimensiones de la vida. Modifiqué radicalmente mi concepto de cultura, circunscrita hasta entonces al conocimiento de la creación artístico-literaria.
Por humanos, por asumir el legado de una tradición, de un saber hacer, de una memoria particular, de un conjunto de valores, todos somos portadores de cultura, requerida a veces de redescubrirse y de abrirse hacia horizontes más anchos. Participar en ese diálogo fecundante de manera efectiva requiere un intenso trabajo de investigación basado en el respeto mutuo, de la disposición de aprender del otro.
Esa visión se reafirmó pocos años después. Tuve el privilegio de acompañar a la antropóloga franco-mexicana Laurette Séjourné a conocer el trabajo del Grupo Teatro Escambray. Eran los días previos al estreno de La Vitrina, de Albio Paz. Cabaiguán, el inolvidable chofer del colectivo, había sido transportador de bolos en lo más intrincado de aquella zona montañosa. Ahora hablaba del Grupo en términos de «nosotros». Nos explicaba pormenorizadamente la importancia de convivir en la zona para conocer las complejidades de su realidad esencial.
En lo personal, decidí dedicar cinco años de permanencia en el territorio para emprender una tarea de investigación-desarrollo sobre los problemas de la animación de la vida cultural en el contexto de un proceso de transformación socioeconómica, desde un lugar sacudido dolorosamente en el período de enfrentamiento a las bandas contrarrevolucionarias. Con maestría insuperable, Laurette Séjourné publicó un libro de testimonio lamentablemente olvidado en los días que corren, cuando podría constituir un referente de primordial importancia para el indispensable acercamiento a los problemas de las comunidades.
Algunos fragmentos del diario personal de Sergio Corrieri expresan el inmenso desamparo compartido por aquellos profesionales experimentados al afrontar una obra de creación de tanta magnitud. Así sucede en cada aventura orientada a la búsqueda de la verdad.
Por todo ello, las palabras de Frei Betto contienen un llamado que no podemos desestimar. La Universidad no puede limitarse a entrenar profesionales aptos para responder a las demandas apremiantes del universo empresarial. Es, ante todo, siembra de valores. Encontrar las vías para hacerlo en el contexto de la contemporaneidad es desafío gigantesco, indispensable para asegurar el presente y el futuro de una nación soberana y socialista.