«¡Ay, señora, si usted no me lo dice…! Qué pena… y el rato que llevo en la calle sin darme cuenta». El muchacho seguramente no llegaba a los 25 años de edad, y quienes pensamos que era un insolente, irresponsable e insensato, tuvimos que cambiar la manera de mirarlo. Mientras le agradecía a la señora, hurgaba en sus bolsillos sin soltarse del agarre de la guagua con la otra mano, y hundía la cara en su pulóver, tratando de que la tela del cuello pudiera ocultarla.
Fue evidente. Este joven salió de su casa y olvidó ponerse el nasobuco. No sé cuantas cuadras habrá caminado pero hasta la parada de la ruta llegó, pidió el último en la cola, esperó y cuando la guagua llegó, subió, pagó, transitó por entre los asientos y se colocó frente a la puerta de salida. ¿Cuántas personas lo vieron en todo ese recorrido? De ellas, ¿cuántas le señalaron que no llevaba el accesorio más importante en estos tiempos? Solo una.
Entonces, si preocupante es que a alguien se le olvide usar el nasobuco al salir a la calle —y confieso que a muchas personas que conozco les ha sucedido alguna que otra vez—, más alarmante resulta que los demás que le rodean ni se hayan inmutado.
Eso sí, las miradas de los pasajeros del ómnibus estaban clavadas en el joven. De cuál planeta habrá caído, pensarían. Y por qué no se puso el nasobuco. Si la policía lo ve… Sin embargo, nadie le dijo nada. Todos miraban y callaban. Por suerte esa señora le alertó de su olvido fatal, y fue tal su vergüenza reflejada en el rostro que, tocando la puerta de la guagua, le pidió al chofer que le diera la posibilidad ahí mismo de bajarse.
¿Por qué nadie más lo hizo? ¿Por qué nadie se atrevió a decirle que hiciera lo establecido para cuidar su salud y la de los demás? No tengo las respuestas, pero sucede lo mismo cuando vemos que alguien termina de comer algo y deja caer el papel en la acera o en la calle, o lo lanza a través de una ventanilla, y callamos… O cuando nos percatamos de que la pesa del agromercado no es fiable y callamos… O cuando no le decimos nada a quien pinta las paredes urbanas o a aquel que maltrata a un animal.
Callamos en muchas ocasiones cuando vemos que alguien hace aquello que es incorrecto, «para no meterme en problemas con nadie», o porque «eso no es asunto mío». Y mientras, cada cual hace y deshace, y los demás protestan hacia dentro, es decir, sin exteriorizar lo que piensan.
Con la COVID-19 es mejor no jugar, pero más importante aún, es no olvidar nuestra responsabilidad individual en función del bienestar colectivo.
Si preferimos quedarnos callados ante aquello que, mal hecho, puede ser perjudicial para todos, ¿cómo nos sentiremos entonces cuando juguemos el otro rol, y seamos los afectados?
Cualquiera puede olvidar un nasobuco, aun cuando llevemos más de un año usándolo. Pero nadie debería olvidar el compromiso social que tiene para lograr que la maquinaria avance, para bien de todos.