Parece que aún hoy, si a la radio y a la televisión cubanas concierne, basta decir Diana Rosa y se sabe que se trata de la actriz de apellido Suárez. El autor de esta nota llevaba tiempo sin verla, y agradece haberla visto hoy, entrevistada en el espacio “Entre tú y yo”, cuya locución —a cargo de otra actriz, Irela Bravo— merecería atención también.
Aunque sigue siendo lo que se dice de buen ver —y haya quienes insistan en ese punto hasta más de lo necesario—, ya no hay que esperar de Diana Rosa Suárez la misma belleza que ponía nerviosos a los varones de distintas generaciones del país; la imagen de aquella joven que daba algunos de los besos más sinceros de factura nacional apreciables en nuestra pequeña pantalla en tiempos de menos soltura que la actual. Todo dicho sin mengua de su talento artístico.
En la entrevista de «Entre tú y yo» atrajo por su naturalidad y por la mesura de sus criterios, calzados con anécdotas que en muchos casos vendría bien tomar como lecciones útiles. No es que sus virtudes no las tengan otras personas del medio, pero cuando se pueden disfrutar sería insensato desperdiciar la ocasión de hacerlo.
En dos detalles se detiene el ocasional espectador del citado programa: uno fue el poema que la actriz tuvo el buen gusto de escoger, no para declamarlo —y explicó por qué—, sino para decirlo: «Balada del amor tardío», de Dulce María Loynaz. Vale una conjetura: la exigente y hasta mordaz autora se habría sentido complacida del modo como su texto llegó al público, en voz de alguien a quien tantas personas recordarán de aventuras, novelas y obras de teatro televisadas.
El otro detalle remite a la corrección del lenguaje con que se expresó la actriz en lo que el articulista alcanzó a ver y a oír. Por citar un ejemplo, cabría la acertada conjugación del verbo «satisfacer». Se dirá que, para dominarla, basta saber que sigue el modelo de «hacer». Pero lo cierto es que a menudo pone a muchas personas, profesionales incluso, en situaciones poco satisfactorias.
La corrección del lenguaje es de agradecer siempre, y aún más cuando todavía el machacón mal empleo de «adolecer» rechinaba de uno de los espacios informativos con mayor audiencia, esta vez el noticiero televisual del mediodía. Una reportera —algo similar han hecho reporteros— puso a un destacado periodista y editor a decir que «la prensa cubana adolece de enfoques profundos sobre temas económicos».
Tal es la frecuencia de ese error, y de otros, que no vale justificarla con aquello, socorrido y resignado, de que al mejor escribano se le va un borrón. Si de algo habla el turbión de dislates que se cometen no es de abundancia de escribanos y escribanas con preparación elevada.
La prensa cubana —de ser verdad lo dicho, pero eso no se aborda aquí— podrá adolecer de análisis superficiales sobre distintos temas, no de valoraciones profundas. Como no se adolece de pan de calidad, sino de falta de calidad en el pan. Ni de tecnología, sino de tecnología insuficiente o defectuosa. Ni de funcionarios, sino de funcionarios incompetentes. Ni de conocimientos, sino de escasez o falta de ellos.
Si se dice —y no por error— que alguien adolece de ser bueno, será para añadir o dejar en el aire una dosis de ironía: algo así como «ese individuo se pasa de bueno y, en vez de sano o sanote, llega a ser sanaco».
Nuestra prensa, que tantas virtudes tiene, no adolece de ellas, sino de carencias, que tampoco le faltan. Después de otra muestra de sus déficits, más motivos hay para alegrarse de haber visto, y oído, a Diana Rosa Suárez.