Rebosaban energía en la edad cuando se abrían a los sueños, los primeros amoríos y al descubrimiento de la vocación. Con sigilo, en la capital del país, donde se concentraba el núcleo fundamental de las fuerzas represivas, organizaron el asalto al Palacio Presidencial. Querían ajusticiar al tirano en su madriguera. A la salida de Radio Reloj —donde había dirigido una alocución al pueblo el 13 de marzo de 1957— camino a la Universidad, en un encuentro con una perseguidora José Antonio Echeverría cayó combatiendo.
Mucho se ha escrito sobre José Antonio, sobre su capacidad de liderazgo que le permitió acceder a la presidencia de la FEU, sobre su valentía en el enfrentamiento a la policía cuando encabezaba las manifestaciones estudiantiles. Pocos recuerdan que, además, era un hombre apasionadamente vinculado con la cultura. En medio de la lucha contra la dictadura quiso hacer de la Universidad un espacio alternativo para la creación artística que el Gobierno intentaba en vano articular en torno al fallido Instituto de Bellas Artes, la instancia que había procurado organizar una Bienal de artes visuales en alianza con su homóloga, la dictadura de Francisco Franco, en España. En medio de los combates, José Antonio encontraba tiempo para inaugurar exposiciones de arte.
Cuando el golpe del 10 de marzo interrumpió el curso constitucional de la nación, José Antonio era un apasionado estudiante de la carrera de Arquitectura, dimensión de la cultura que comparte el existir de todos, sin diferencia de sexo, edad, capa social. Lo hace en el andar por las calles, en el reposo de un parque, en la visita a un establecimiento y en la distribución más adecuada de los espacios en la estrechez de los hogares. Se sitúa por ello en una confluencia de saberes.
Los estudiosos de la historia del arte abordan las obras de Fidias y Praxíteles conjuntamente con el diseño del Partenón, el barroco en la obra de Velázquez y el despliegue creativo de los espacios en los quehaceres de los grandes arquitectos italianos. Más tarde, con la hipertrofia de las ciudades producida por la primera Revolución industrial, se impuso la necesidad de regular el ordenamiento urbano, con lo cual al dominio de la técnica se añadían indispensables consideraciones de orden sociológico.
En el caso de Cuba, a lo largo del siglo XX se produjo un crecimiento creativo de la arquitectura, en diálogo estrecho con el emerger de las vanguardias en los años 20 y con lo más avanzado en el plano internacional, atemperado todo ello a la adecuación al clima tropical y a los mejores valores legados por la tradición. En los años 50 este desarrollo alcanzó cristalizaciones cualitativas notables.
A este pensamiento renovador se incorporaron con pasión los entonces estudiantes de la Facultad de Arquitectura, entre ellos, el joven José Antonio Echeverría. Sin embargo, el llamado de la patria le impuso el sacrificio de tan definida vocación, aunque no por ello, en medio del riesgoso batallar de la lucha clandestina, renunció por completo a sus inquietudes en el terreno de la cultura.
El Presidente Miguel Díaz-Canel ha insistido reiterada y enfáticamente en la necesidad apremiante de potenciar el saber acumulado para encaminar soluciones entre los problemas económicos y sociales que nos embargan. Hay que pegar el oído a la tierra y escuchar la voz de los expertos. Nuestras ciudades padecen el deterioro impuesto por el desgaste del tiempo. Se han perdido edificaciones valiosas, representativas de las distintas etapas de desarrollo de nuestra arquitectura. Existe, por lo demás, un grave problema de escasez de vivienda con repercusiones en el hábitat y en la calidad de vida de sus pobladores.
Algunas intervenciones infaustas, resultantes de proyectos importados, laceran el urbanismo. En estas circunstancias se requiere conjugar racionalidad económica y protección de los valores patrimoniales y de la imagen tangible de nuestra identidad. De nuestras contrapartes de otros países debemos incorporar el know-how tecnológico. Pero el diseño ha de ser obra de nuestros arquitectos, tanto de aquellos con mayor experiencia acumulada, como de los jóvenes egresados de nuestras universidades, a los que debemos estimular ante los desafíos planteados con la posibilidad de participar creativamente en la solución de nuestros problemas, y que perciban con ello, en términos concretos, la confianza depositada en las nuevas generaciones. En suma, por su complejidad, en la que intervienen demandas económicas, culturales, artísticas y humanas, el problema de la ciudad tiene que enfocarse desde una perspectiva transdisciplinaria, con la presencia de arquitectos, urbanistas y sociólogos.
Pletórica de energía, un 13 de marzo, aquella muchachada se inmoló. Con extrema generosidad entregaron su existencia y sus sueños en favor de la vida y la dignidad de un pueblo. Merecen gratitud y homenaje. Merecen también que sigamos luchando por preservar los sueños que entonces acariciaron.