Con su plante marmóreo en el capitalino parque Trillo el general Quintín Bandera parecía mirar con regocijo, desde la inmensidad de su patriotismo, a la multitud de jóvenes que el pasado domingo se citaron espontáneamente por las redes sociales para confluir en esa explanada.
Nadie les había indicado que lo hicieran. No habían ocurrido reuniones organizativas ni recurrentes convocatorias masivas. Era como si un corneta misterioso saliera de las catacumbas de la historia cubana para convocar a una carga revolucionaria en pleno siglo XXI.
Un redoble íntimo y profundo los compulsaba a convertirse como en los 12 titanes mitológicos en defensa del patriotismo, la libertad, la justicia y la cubanía. La Patria estaba en tensión y no podían quedarse a la expectativa desde las casas.
Aunque por la forma de la convocatoria y los propósitos que la movilizaron no pueda negársele singularidad, la del pasado 29 de noviembre no fue la primera tángana de la juventud en nuestro devenir, ni tampoco será la última. Sin una conmovedora sucesión de estas, con su huella de héroes y mártires, sería imposible narrar el recorrido extraordinario de siglos de luchas de la historia cubana.
Ese es precisamente el periplo hermoso que pretenden borrar los que, al expoliar el desarrollo de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, trasladan el campo de batalla de los espacios físicos hacia la moral y la mente de las personas y de los pueblos, apelando al odio, la tergiversación, la polarización, la intoxicación política continua, la segmentación y la manipulación.
Cuba enfrenta por estos días un ensayo en vivo de las llamadas guerras de cuarta generación: un «movimiento» que no mueve más que la repulsa de la inmensa mayoría de los patriotas en el Archipiélago —por su autoproclamada vocación plattista, la elección de Donald Trump como su presidente encargado y sus actitudes delicuenciales—, se magnifica y presenta como la expresión de una supuesta rebelión del pueblo contra un orden político «totalitario, represivo y degradante».
El propósito no es otro que el de ofrecer la imagen de un país atomizado, en caos y sin salida, e intentar convertir en carga explosiva social las duras carencias y otros problemas agudizados por la pandemia de la COVID-19 y el más de centenar y medio de medidas punitivas adoptadas contra la economía nacional por la actual administración norteamericana, empeñada en derrumbar el proyecto político de la Revolución antes de concluir su mandato.
La anterior es la imagen que se bombardea insistentemente, en combinación siniestra entre burbujas de redes sociales, el ecosistema de medios contrarrevolucionarios —financiado millonariamente por Estados Unidos y la derecha mundial— y parte de la maquinaria internacional de desinformación.
Lo más doloroso entre todo el cuadro anterior de confusión, es ver cómo se intenta mezclar a segmentos de jóvenes cuyas inquietudes y molestias no encuentran cauce adecuado, pese al ampliamente estructurado sistema institucional y democrático de la Revolución, con el dramatizado deplorable montado en el barrio popular de San Isidro.
Por ello el negro y bien plantao de Quintín, nada adicto a blandeguerías o titubeos, mucho menos en tiempos tormentosos y de definiciones, parecía mirar con aprobación, desde su altura escultórica, el cartel que parecía presidir el empeño mayor de todos los presentes.
«Diálogo revolucionario» era la incitación que se hacía desde el fondo de la humilde tribuna por la que desfilaron jóvenes muy auténticos, cuyas palabras y sentimientos estremecieron a tantos por su hondura y sinceridad.
Estamos aquí porque la Revolución tiene derecho a defenderse, proclamaban, claros de que la manera martiana y fidelista de hacerlo es enalteciendo el ideario político de izquierda que representa el socialismo en Cuba, despojándolo de cualquier visión o concepción dogmática, prejuiciosa o paralizante.
Los desencartonados oradores se pronunciaron por impedir que la derecha se apropie del discurso progresista en el país, lo cual implica que todas las causas de la justicia social y demandas justas y emancipadoras quepan en el proyecto socialista con más acento que hasta hoy: La lucha contra todo tipo de discriminaciones y por los derechos de las minorías, la búsqueda de una economía diversificada y solidaria, la ampliación democrática, la acentuación del poder y el control popular…
Es muy importante separar en esta hora de Cuba, clara y enfáticamente, el grano de la paja, a los amanuenses criollos del poder imperial —a los que solo hay que mostrarlos públicamente en sus desplantes— de los patriotas íntegros, que con su herencia revolucionaria y dolores de siglos ansían y pelean los mejores sueños para su país.
Por esos el General Quintín parecía romper el pasado domingo la pétrea frialdad del mármol y llamar a la carga. El general sabe que no todas las guerras se ganan a machetazos.