Transitamos todavía por el dramático 2020. Quizá no todos tengan plena conciencia de que las señales indican que estamos viviendo un presente histórico definitorio. En más de un sentido se ha descorrido el velo para mostrar hasta qué punto la Humanidad atraviesa una etapa determinante. El cambio climático se manifiesta como realidad concreta tangible. Deja sentir sus efectos en los territorios más frágiles del planeta, su franja tropical, poblada por quienes padecen en grado sumo los males derivados de la pobreza resultante de una secular opresión económica impuesta por el poder hegemónico dominante.
Lo hemos sufrido de manera directa. La temporada ciclónica se ha instaurado con duración y violencia sin precedentes, arrasando con vientos y lluvias el sustento de quienes aseguran la sobrevida con la producción agrícola.
Atravesando fronteras y mares, la pandemia del coronavirus se expande en espera de la validación de vacunas protectoras. Las víctimas se acrecientan entre brotes de difícil control, a la vez que la paralización de la economía agiganta la brecha social y el desamparo de los más vulnerables, sin que por ello haya cesado la disputa por el dominio mundial. Cuando se levanta ante nosotros la necesidad primordial de salvar la especie, los medios prosiguen el intento de corrupción de un imaginario ilusorio con su desfile de íconos efímeros de los ámbitos del espectáculo y el deporte, portadores de una filosofía del éxito contrastante con la apremiante demanda de acciones solidarias.
Por esa vía se presenta la visión de una falsa homogeneidad dirigida a enmascarar una realidad diversa y contradictoria, tal como lo ha demostrado, en el corazón del imperio, la confrontación ideológica que ha presidido las recientes elecciones.
En las difíciles circunstancias, a pesar de la escasa disponibilidad de recursos, Cuba ha optado por conceder prioridad a la defensa de la vida. Las medidas implementadas para controlar la pandemia han sido de una efectividad ejemplar. Para lograrlo ha podido disponer del apoyo de un saber científico atesorado merced a una previsora estrategia de desarrollo diseñada a partir del triunfo de la Revolución. Como consecuencia de la dependencia neocolonial, nuestras universidades, concebidas fundamentalmente para formar médicos y abogados, no habían abierto entonces espacios para los estudios de economía y de biología.
El acceso a una plena independencia exigía disponer de un personal altamente calificado para apropiarse, en función de las necesidades del país, de los conocimientos acumulados en el Primer Mundo. Invertir en educación se traduciría en resultados provechosos a mediano y largo plazos. Al impulso de la educación superior se añadió la creación temprana de ambiciosos centros investigativos dotados de equipamiento y laboratorios avanzados.
A la sombra de ese auspicio se forjaron hombres y mujeres movidos por una inquietud intelectual y una vocación de servicio. Para enfrentar la pandemia que paraliza al mundo, la dirección del país ha dispuesto de la asesoría de los mejores especialistas.
Los hechos demuestran de manera irrefutable la efectividad de la investigación científica en la toma de decisiones de orden político para afrontar los desafíos de una pandemia que hoy todavía convulsiona al mundo. Agigantado respecto a su tamaño, lo ha hecho un pequeño país acosado por el bloqueo y asediado por enormes dificultades económicas. La hazaña de hombres y mujeres entregados al desvelo de responder a las interrogantes que plantean las zonas de un universo velado por el desconocimiento, no está movida por el afán de lucro, sino por la compensación moral derivada de cada descubrimiento y de la entrega de ese saber a la sociedad en la que han crecido.
El impulso a la labor científica se nutre de una conciencia depurada de la responsabilidad individual y colectiva. Resultados similares a los conquistados en el terreno de la salud pueden obtenerse igualmente en la búsqueda de respuestas concretas a las demandas del desarrollo económico. Existen, sin embargo, otros campos merecedores de atención particular. Son aquellos que se remiten al delicadísimo ámbito de la sociedad, particularmente sensible a los avatares de la vida económica. Su composición está sujeta a constantes mutaciones, teniendo en cuenta los grupos etarios y la vulnerabilidad de los menos favorecidos.
En su ámbito permanecen los protagonistas de toda acción transformadora, porque la solución a los problemas que nos agobian habrá de lograrse con el esfuerzo mancomunado de todos. En ello interviene no solo el requisito indispensable de la justa remuneración, sino también la fuerza cohesionadora sustentada en la comprensión de lo que somos, de la continuidad de la secular batalla emancipadora y de la voluntad de seguir haciendo un país en beneficio de cada uno y de las grandes mayorías.
Corresponde a las ciencias sociales operar en el delicado plano de la subjetividad, ese motor silencioso capaz de impulsar las mayores hazañas. La observación sociológica de la realidad, mediante el uso de las herramientas más refinadas, habrá de acompañar también el rescate de una narrativa histórica entendida como acercamiento a la complejidad de los procesos, en la imbricación de economía, sociedad y cultura, nunca reducida a la evocación de hechos aislados en una sucesión de efemérides.
Somos hijos de la historia porque nuestros mayores nos transmitieron el recuerdo y porque en el transcurso de nuestras vidas hemos sido parte de una construcción. Como nunca antes en nuestro devenir ha llegado la hora de la ciencia, de toda ella, tanto la que aborda los problemas de la naturaleza, como de la que se centra en el comportamiento del ser humano inscrito en una sociedad cambiante.