Cuentan que lo vieron llorar el día de su cumpleaños, cuando la gente, al estilo de la mejor conga santiaguera, se saltó las normas para agasajar al hombre que ha sido la cara más visible de esta batalla cubana contra los demonios de la Covid-19.
Le han enviado cartas, poemas, estatuas en miniatura y hasta títeres que él ha aceptado de buena gana, con esa naturalidad tan suya, sin trucos y sin poses, porque no hay nada mejor que ser uno mismo cuando se trabaja. Y la gente lo agradece.
Mejor que yo lo dijo Tomasita Quiala en la espinela que le dedicó:
(…)
Te esperamos cada día
con el informe en la mano,
y cuando cada cubano
se hace fiel televidente
y ve tu cara, te siente
como un familiar cercano”.
(…)
Su frase célebre al llegar al Centro de Prensa Internacional ha sido: “Métele”, o “Vamos a meterle”, campechanía que se le ha pegado al propio coordinador del equipo, y ahora, para indicar que todo está listo desde la sala de conferencias, este siempre dice: “Vamos a meterle”.
Solo en ese momento al profe se le olvida que, como cada mañana, Georgina, la comunicadora del MINSAP, le ha quitado el teléfono, como si se tratara de un niño, porque él se distrae leyendo los mensajes de quienes lo contactan, o de cuantos le quieren corregir un dato, una estadística.
Ha dicho que la información precisa es la madre de la percepción del riesgo. Sabe de casi todo, y lo que no, lo pregunta. Ante las interrogantes de temas que no son de su total competencia, indaga, investiga, e igual las responde. Una mañana dijo que las personas lo obligaban a estudiar con las preguntas que hacían; pero no es lo único que ha salido de su boca y que ha disparado alarmas y sonrisas.
Cuba entera –o mejor, el mundo– lo escuchó decirle una vez al moderador Héctor Amed, para empezar las preguntas: “Vamos a ver, acribíllenme”, como si adivinara la balacera. Y otro tanto sucedió el día en que, al referirse a la proporción en la incidencia de la Covid-19 según el sexo, remató: “Estos hombres, todos, somos unos desgraciados”.
Durán vive a la carrera. Llega, informa, seduce a la gente a golpe de sencillez y de franqueza; al terminar le dice al equipo, jocosamente: “¡Ya nos podemos ir pa’ la playa! y se va, sí, para las muchas reuniones del día, hasta bien entrada la noche. Quizás por eso ha confesado que, entre sus muchos anhelos, quisiera dormir al menos un día hasta… ¡las 7 de la mañana!
Entre Georgina, Héctor Amed y él, es el profe quien casi siempre llega primero. Una vez el moderador apuró el paso, se sentó en el puesto del doctor y cuando este llegó, fue directo al micrófono y comenzó: “Bueno, Doctor Héctor, qué usted cree…”, y empezó a hacer las preguntas.
Todos se ríen y disfrutan las conferencias, porque al abuelo de Cuba, a ese que emula en popularidad con Rubiera, se le sale la comicidad gratis, salvo cuando hay algún fallecido o muchos casos positivos. O como el día en que se le aguaron los ojos al anunciar la muerte del doctor Pérez Cristiá, uno de sus grandes amigos.
Se preocupa por saber si la tríada corbata-bata-nasobuco con banderita, está en orden. Le ha cogido el tiempo a arreglarse la mascarilla cuando ponen una gráfica, para que no lo descubran, porque poco a poco se ha convertido en un hombre de televisión, al punto de que una mañana se puso bravo con su esposa pues el nasobuco le quedaba más grande de lo habitual. “¡Porque lo cepillaste!”, la culpaba.
Ahora que las conferencias de prensa tendrán una única frecuencia a la semana (los viernes), él podrá asumir lo que muchos le han aconsejado en estos meses: tomarse un diez. Tampoco es que el pueblo vaya a permitirle vacacionar demasiado. Lo echaría de menos, y mucho. Eso pasa, Doctor Durán, con la gente que se cuela en el corazón de un país, y todo el mundo comienza a latir junto a él.