Celebrar un acontecimiento existencial junto a parientes y conocidos no resulta en lo absoluto extravagante para quienes habitamos esta Isla apasionada y cumbanchera. «Nació mi hijo, compadre, ¡te invito a un trago!», le dice, en tono eufórico, un flamante papá a su mejor amigo. Y como del dicho al hecho solo hay un trecho, ambos toman rumbo al bar más próximo, le piden al barman un par de «dobles» y brindan por la nueva criatura que acaba de asomarse a la vida.
Desde hace unos tres meses, eso que parecía a todas luces un acto irrelevante, cobró visos de prohibición. En efecto, el debut de la COVID-19 obligó a las autoridades a blindarse para que el agresivo virus no se propagara en la ciudadanía. Entre las primeras disposiciones figuró el cierre temporal de los bares, por tratarse de establecimientos donde la afluencia de público en torno a un daiquirí o a una guaracha podría complicar tan peliagudo contexto sanitario.
Los argumentos para adoptar esta resolución fueron obra del sentido común. Sí, celebrar un aniversario de bodas o un pergamino académico en un bar no solo genera manifestaciones afectivas verbales, sino también físicas. «¡Venga un abrazo, querido hermano!», le piden al homenajeado las amistades que, achispadas y efusivas, se le vienen encima para palmearle la espalda. ¿Se imaginan qué excelente caldo de cultivo hallaría ahí el virus para saltar de persona a persona, en caso de que alguna de ellas fuera portadora?
Para beneplácito y tranquilidad de nuestra población, el enfrentamiento a la pandemia ha sido contundente y eficaz. Lo evidencia el hecho de que varias provincias no reporten casos positivos desde hace varias semanas. En consecuencia, y con el propósito de recuperar gradualmente la normalidad, las autoridades decretaron una primera fase que incluye entre sus ordenanzas reabrir los bares… ¡pero con restricciones!
¿El cumpleaños de un adulto? ¿La victoria del Barcelona sobre el Real Madrid? ¿El rencuentro con un familiar? ¿Una buena nota en la discusión de una tesis? ¿La alegría por una conquista? El bar puede ser buen anfitrión para celebrar esos sucesos; pero —¡ojo!— siempre respetando estrictamente las reglas derivadas de las nuevas circunstancias, tales como las limitaciones en su capacidad o el distanciamiento físico entre los contertulios, y evadir la tentación de transformar el convite en una actividad bailable. ¡Ah! y sin olvidar el nasobuco al entrar y salir, un requerimiento de elemental precaución.
En esta fase preliminar, en la que se encuentran todos los territotios del país, excepto La Habana, el expendio de ron a granel en la red de bodegas no figura entre las autorizaciones. Solo se despachará el producto embotellado y de forma regulada. Tiene lógica, porque, aun cuando existen motivos para el optimismo en lo tocante al control de la COVID-19, la prudencia exhorta a no comprometer los excelentes resultados alcanzados con la legitimación de actos que pudieran derivar en inoportunas aglomeraciones festivas en una acera o debajo de un árbol.
En fin, muchos bares cubanos están de nuevo abiertos, pero ¡cuidado con el exceso de entusiasmo! Las administraciones de esos establecimientos son las encargadas de evitar a ultranza los gentíos y las desproporciones. La COVID-19 no se batirá en retirada con el acercamiento a una barra, sino con el distanciamiento de sus acechanzas. Sí, se puede brindar, aunque con prudencia, porque hoy pecaría de insensato quien levante a priori la copa del triunfo.