No sé qué dirán mis vecinos, si acaso se han convertido en mis primeros oyentes, si mis lecturas o improvisaciones alcanzarán a tanto; pero mi voz anda desafiando las tardes, las noches, cruzando las madrugadas. Estos días, estas semanas, son de un aprendizaje profesional y humano que nos marcará de por vida.
Ando buscado una tregua de silencio, lidiando con ladridos, la estela de las motos, los gallos, el grito inesperado, el teléfono… Vivo en el poblado de Boniato, en las afueras de Santiago de Cuba, cerca de las lomas. Reconvertir mi hogar en centro de trabajo y la habitación en estudio, es un desafío. Extraño la cabina, la tertulia, el roce. Los extraño como nunca imaginé; pero ha sido un imperativo: la distancia y los riesgos me han llevado esta vez a casa.
Hemos tenido que ensayar la posición exacta, calibrar el tono, sumergirnos en aplicaciones, formatos, plataformas. Y también llenarnos de paciencia frente a las conexiones, hacer magia fuera del marco ideal de un local sonorizado, para que el resultado tenga una calidad mínima. El micrófono es el móvil. La edición, grabación y el montaje, se complejizan; aunque muchas manos se me han tendido desde geografías cercanas y lejanas. Los amigos te desbloquean.
Trabajo hace casi dos décadas en Radio Siboney, emisora santiaguera dedicada a difundir la música instrumental ligera y la información cultural. Es una planta con un perfil especializado, que como parte de la familia radial cubana, nunca mejor dicho, ha tenido que girar con los tiempos, ha tenido que ampliar su espectro habitual, en esta batalla cubana contra un demonio invisible.
Confieso que «teletrabajan» conmigo, intelectuales y artistas que han debido enviar sus grabaciones, revelándonos cómo transforman su aislamiento en un período fértil. Ellos también han tenido que aprender. Médicos, especialistas, trabajadores de servicio, personas con mucho que decir, son nuestros protagonistas, nuestros héroes.
Una entrevista es una inmersión. He sido defensor de mirar al rostro del entrevistado, de armar el diálogo frente a frente, de sentir la respiración. Estas circunstancias lo han conmovido todo. El principio, sin embargo, es el mismo: la mirada siempre hay que sentirla, del otro lado no están unos datos o unas palabras a usar, sino una persona contando su historia. Y eso merece respeto.
Algunas entrevistas han sido increíbles como aquella que hice a Zulima Nicolau, mi compañera de todas las tardes en la emisora, desde la distancia, aislada, en su barrio en cuarentena.
«Cultura» no es sinónimo de «actividad». No vamos a la cultura, vivimos dentro de ella. Por eso nuestra web ha tenido que repensarse. Bajo esa filosofía hemos tocado la información en los propios hogares, en las redes, en la historia, en proyectos surgidos al calor de las circunstancias. ¿Cómo agradecer a Susana Gonce Fernández, desde la informática, el desvelo con que acoge y sustenta tales propuestas, también desde casa?
Es poco en medio de tanta gente que brilla, que hace. Lo sé. Si nos decidimos a escribir esta líneas es porque creemos, con Martí, que «esa es la raíz, y esa es la sal de la Libertad: el municipio». Y justo porque desde ahí, desde un municipio, desde una pequeña emisora, desde la hebra humana, también se tejen los hilos de un país.