En este nuevo capítulo de este ataque terrorista a la Embajada de Cuba en Estados Unidos, que se suma a la larguísima lista de hostigamiento contra la soberanía nacional, trascendió una mentira para ocultar una verdad histórica irrefutable de nuestro país.
Según supuestas declaraciones del atacador —mostrado ahora como un loco que, paradójicamente, sí supo planificar al detalle su acción—, este se sentía obsesionado con la idea de que los agentes cubanos lo perseguían y él quería con esa acción detenerlos antes de que lo atraparan, y no dudo en lo más mínimo que alguien le haya aconsejado que bastaría soltar ese dardo para que le tiraran la toalla o fueran benévolos con su persona.
De entrada lo liberaron de la acusación de terrorista, y lo arrestaron por estar en posesión de arma de fuego y munición no registradas, asalto con intención de matar y posesión de un dispositivo de recarga de alta capacidad, según ha publicado la prensa norteamericana sobre la base de información del Servicio Secreto a cargo del caso.
Mientras, en la prensa de Miami, en lo que ya parece ser un patrón, los grupos del «exilio» cubano (léase contrarrevolucionarios), se desmarcaron del hecho alegando que no conocían al individuo. Pero tampoco condenaron el ataque, y ya sabemos que quien calla otorga.
En este hecho execrable, la mentira más verdulera resulta esa afirmación de que los agentes cubanos querían atentar contra él. Sería demasiado pedir que desmintieran de inmediato esa necedad, la cual se vislumbra, junto al cuento de que tiene problemas siquiátricos, como los hilos con los que va a tejer su trama la defensa.
¿Acaso alguien puede olvidar la historia cristianísima de la Revolución, que en su honestidad y apego a la ley jamás atentó contra la escoria batistiana radicada en la Florida u otros lugares? Baste mencionar tres nombres de esbirros y torturadores: Esteban Ventura, Rolando Masferrer y Pilar García, y más acá a Luis Posada Carriles, todos reclamados por la justicia cubana sin que jamás se les molestara.
Radicados en Estados Unidos al abrigo de sus autoridades, muchos criminales vivieron tranquilamente y además apoyaron disímiles actos de terrorismo contra Cuba, como el ametrallamiento de embarcaciones y comunidades costeras o el secuestro de pescadores.
Entonces, borren de ese guion, cacareado sin el más mínimo análisis la indicación de que obró sintiéndose amenazado por Cuba. Lo mejor que pueden hacer es dejar esa tontería a un lado y dignarse a romper con responsabilidad ese silencio cómplice, como lo calificó nuestro Canciller.