Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El paréntesis que ha hecho el mundo

Autor:

Alina Perera Robbio

Cada mañana despierto soñando que el doctor Francisco Durán García, director de Epidemiología del Ministerio de Salud Pública de Cuba (Minsap), me sorprenderá con las estadísticas desde su diaria y valiosa comparecencia televisiva de las nueve de la mañana.

Tras mi travesía de descanso por la noche, me da por pensar que llegarán noticias milagrosas sobre el número de confirmados con la COVID-19. Aunque la tendencia es esperanzadora, las cifras —porque la realidad lleva su ritmo y las ilusiones otro— aún se resisten a darme la alegría que espero.

He llegado a tener la fantasía de que algún día alguien anuncie que la cura está en alguna sustancia natural colgada de un árbol, y que el bocado más inverosímil nos hará invulnerables a ese virus que tiene sin sueño a los científicos, que ataca sin que lo veamos venir, y que parece programado para obrar asombrosos recortes demográficos.

La vida, con sus soles y lunas, lleva su paso. Las crisis, que acendran todo, nos dejan intactos los cariños verdaderos —incluso los acrecientan—, y ponen pausas abismales en aquellos asuntos de segunda, de los cuales podemos prescindir, al menos por ahora. La bondad luce sus mejores galas, y la humildad —toda vez que la dura realidad nos ha igualado en un abrir y cerrar de ojos— nos recuerda que sin ella la felicidad es quimera.

El egoísmo también se ensaña en estas horas difíciles; nos advierte que quizá muchas personas cambien con este episodio terrible de la pandemia, pero que difícilmente lo hagan los modelos sociales que apuestan ciegamente al dinero. De heroísmo también hay que hablar: de cómo tantos cubanos, y muy especialmente nuestros jóvenes, dan lo mejor de sí en defensa de la vida de todos.

El mundo entró en un extraño y obligado paréntesis. En muchos de sus espacios abiertos miles de personas han «perdido» la mitad del rostro por cuenta del nasobuco; y la risa, por ejemplo, expresión que ninguna máquina ha podido replicar, solo se comparte de a poco y privadamente.

No es una situación que podamos soportar eternamente; por eso los disciplinados esperan, acatan, toman distancia a la espera de que los héroes de la ciencia echen a andar la vida a su velocidad acostumbrada.

Otra reflexión podría ser que por la claridad reciente de algunas aguas, por la aparición de ciertos animales en escenarios no habituales o de los cuales ellos habían desaparecido, hay que reconocer que los estragos humanos iban a una velocidad nada amigable con el entorno. Nadie con corazón, sin embargo, hubiera querido que esas señales de la naturaleza más limpia hubiesen aparecido al costo de tantas vidas de nuestra especie.

Recientemente, inmersos en este paréntesis en el cual el miedo pone grilletes invisibles y pesadísimos a todos, muchos hemos abierto gavetas y álbumes fotográficos, animados por la idea de poner en Facebook imágenes de nuestra infancia o de nuestra juventud más tierna. ¿Por qué esa nostalgia compartida al unísono? Porque con un viaje perfecto a los inicios hemos querido abrazar la pureza de nosotros mismos tal cual el náufrago se aferra al maderamen; hemos querido volver a la inocencia en medio de tanto confinamiento y desconcierto.

Doy por hecho que así como las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (que por cierto han sido de mucha ayuda en estos tiempos de la COVID-19) nos condujeron a un cambio de época, esta devastadora pandemia también será un gran parteaguas: la civilización tendrá que aprender bien de esta experiencia; esa que deja en claro, por ejemplo, que no podemos ser felices si otros muchos no lo son, y que nada vale más que el brillo en los ojos, ese que hemos disfrutado mientras asoma desde las fotografías antiguas, las que hoy son como hallazgos de humanidad en estos tiempos de confinamiento aprovechable.

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