En estos tiempos de internet, Facebook, Twitter, Instagram…, y con celulares, en los que se nos pide que debemos tener más comunicación y donde se nos aclara, además, que todo —o casi todo— es comunicación, deberíamos (cuando sea posible) prestarles una pequeña observancia a las fotos que algunos colocan en sus perfiles virtuales.
Dicen que una sola imagen (una solita) dice más que mil palabras, y desde hace un tiempo para acá mirar algunas (sobre todo institucionales, valga la aclaración) se ha convertido en toda una tentación para preguntarnos: caballeros, de verdad, digan una cosa: ¿realmente ustedes quieren comunicar?
Facebook, por su preponderancia en el país, es el sagrario para esa pregunta. Hace un tiempo un directivo en provincia colgó su foto de perfil; pero cuando algunos revisaron, enseguida se encontraron con una sorpresa, que, en el mejor de los casos, obligó a esbozar una sonrisa de indulgencia.
En la imagen, para Cuba y para el mundo, el hombre se veía sentado en la punta de la silla, con los brazos entre las piernas, y miraba tan contraído hacia la cámara, que parecía adolorido. Una mujer, mientras revisaba el muro, se llevó la mano a la boca y preguntó: «¿Estará mal del estómago?».
El asombro no solo se quedó ahí, sino que continuó con otras imágenes, en las que la clásica fotico de carné (helada, distante, inocua) campeaba a sus anchas en más de un muro de Facebook. En algunas, la imagen se toleraba; pero en otras el mensaje no intencionado del rostro era tan evidente, que de inmediato recordábamos una de las crónicas memorables de Enrique Núñez Rodríguez sobre la República neocolonial, en la que un periodista amigo, ante un vacío de noticias, decidió inventar un cable sobre un asesino en serie que acaba de aparecer en Estados Unidos.
En medio de la premura y para alejar cualquier suspicacia, el colega le echó mano a una foto de carné que encontró en el archivo. El retrato era tan contundente, que el periódico tuvo de inmediato un alza de ventas en el día, como inmediata también fue la llamada del hombre en la foto, quien en verdad no era un criminal en serie (como sugería la imagen) y sí un político de cierto renombre de la época.
Para ser sinceros, algunas fotos que desde Cuba circulan en las redes, si no se acercan al ambiente de la crónica de Núñez Rodríguez por lo menos andan muy cerca. La pregunta, entonces, sería para qué y por qué comunicar por internet, y aquí el tema de este comentario pudiera parecer hasta banal.
Sin embargo el asunto, de entrada, no sería tan trivial cuando caemos en cuenta de que esas imágenes de espanto serían la puerta de bienvenida y el primer mensaje que recibiría cualquier institución extranjera con intenciones de acercarse a Cuba para establecer algún vínculo de colaboración.
En este caso la comunicación no andaría por el camino deseado, y más a la corta que a la larga (sin hacer mucho ruido, como suele ocurrir con los conflictos comunicacionales) ese problema se convertiría en una piedra bastante incómoda dentro del zapato de un país, necesitado del vínculo foráneo para dinamizar su economía y urgido de pasar de una nación importadora a una exportadora de bienes y servicios.
Ya en los contornos del patio, en una sociedad que se interconecta cada vez más y con al menos una generación cuyas sensibilidades son las del mundo digital, el inadecuado manejo de la imagen podría ser una de las fuentes para lograr lo que no se desea: un distanciamiento con la institucionalidad y un atentado a la intención de lograr espacios de participación entre el Estado y la población.
Se sabe (y no se puede olvidar) que la imagen mejor, por muy bien pensada que esta sea, al final se desacredita si en la realidad más monda y lironda cada directivo o institución no cumple con lo que le corresponde. Pero en estos tiempos de internet, al menos para empezar, sería recomendable tener bien preparada la foto, antes de no contar con el parche que tape las goteras de la incomunicación.