Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Las dos caras de la moneda

Autor:

Graziella Pogolotti

EL incendio de la Amazonía y el inicio de la desaparición de los glaciares debían constituir señales de alerta que estremecieran al mundo. El planeta en que vivimos, en el que habrán de crecer nuestros hijos y nuestros nietos, está amenazado de muerte. Sin embargo, la tónica dominante de la información noticiosa acentúa las contradicciones entre los presidentes de Brasil y de Francia y distrae, con su bombardeo anecdótico, de un análisis profundo de las realidades del planeta, de la posibilidad de concertar una movilización popular contra los rejuegos engañosos de la política.

Todo empezó con la primera Revolución Industrial. La máquina de vapor multiplicó la producción de bienes, impulsada por una filosofía optimista que centraba la fe en las ventajas materiales derivadas del progreso de la técnica. Las ciudades atrajeron a millares de campesinos que sobrevivían en la miseria. El polvo de carbón, fuente principal de energía, fue ennegreciendo el panorama. Los nuevos emigrantes, faltos de vivienda, se mantenían hacinados, carentes de protección ante las amenazas del despido y sometidos a extenuantes horarios de trabajo.

La literatura fue revelando ese otro rostro de la realidad. Charles Dickens, un novelista que nutrió nuestra infancia y primera juventud, bastante olvidado hoy, conmovió a millones de lectores con la visión de la niñez desvalida y de la prisión por deudas que llevaba a la cárcel a familias enteras. La extracción del carbón abría túneles cada vez más profundos, donde la atmósfera irrespirable y la contaminación del polvo acortaban la vida de los trabajadores.

El novelista Honorato de Balzac nunca supo de la existencia de Carlos Marx. En cambio, este último, conocedor profundo de la literatura, descubrió en el narrador francés ángulos de la realidad social que escapaban a la apreciación de los economistas. Por vía del arte, se reseñaban factores latentes en la subjetividad humana que contribuían a configurar lo subyacente en una época de brutal emergencia del capitalismo. En el complejo entramado de personajes, se manifestaba el poder creciente de las finanzas, la desaparición del pequeño comerciante bajo el embate de las empresas de mayor envergadura. Había, sobre todo, un radical cambio en la escala de valores. El mundo se dividía entre triunfadores y vencidos. La filosofía del éxito se imponía sobre los más elementales principios éticos. Era el germen de un modo de pensar que constituye un componente esencial de la ideología neoliberal contemporánea.

Marx pasó años de miseria extrema inmerso en archivos. Sabía que las claves del sistema podían descubrirse mediante el entendimiento del proceso histórico en que se asentaron sus bases. Para el análisis económico, escogió como campo de estudio a la Gran Bretaña, punto de partida de la Revolución Industrial. Para el examen del acontecer político, se detuvo en el caso francés, cuna de la Revolución, donde intentos sucesivos de rebelión se habían producido a lo largo del siglo XIX, en el año 30, en el 48 y finalmente en la Comuna de París, primer intento de tomar el cielo por asalto. El enfoque crítico de cada uno de esos fenómenos se convirtió en herramienta teórica para el análisis de la realidad. Comprendió que las crisis de superproducción que sacudían regularmente la estabilidad del capitalismo no destruirían por sí solas el sistema. La batalla se libraba ante todo en el terreno de las ideas, a través de la sistemática concientización de las masas. La divulgación simplista de su tiempo condujo a una lectura mecanicista, fuente de muchos errores.

En el siglo XX, poderosísimos movimientos sindicales se limitaron a luchar por reivindicaciones materiales. Las pequeñas conquistas fortalecieron paradójicamente el dominio capitalista, al crear la ilusión de alcanzar un estado de bienestar renunciando a las prácticas de una solidaridad internacionalista. Debilitado en su razón de ser, el movimiento sindical se fracturó y en los días que corren asistimos al espectáculo de la volatilización de las garantías del empleo estable y de la precarización progresiva del trabajo.

Hijo de su tiempo, Marx comprendió que el oro de América había servido a la acumulación originaria del capital. No alcanzó a comprender todas las implicaciones del colonialismo. El desarrollo se había construido sobre el subdesarrollo. Una parte del planeta producía materias primas y se reducía, en un intercambio desigual, a receptor de productos elaborados.

Estamos inmersos en una etapa de cambios tecnológicos que se producen a un ritmo sin precedentes. No se trata de volver las espaldas a transformaciones que repercuten en nuestras vidas y en nuestro modo de relacionarnos. Hay que tener presente que toda moneda tiene dos caras y analizar los costos que estas modificaciones entrañan, para garantizar medidas que aseguren el debido contrapeso. Numerosos estudios demuestran que la exposición demasiado temprana de los niños a la computación interviene negativamente en el desarrollo de habilidades manuales para la escritura. En muchas universidades del mundo es palpable el retroceso en cuanto a hábitos de lectura y capacidades de redacción de ideas de cierta complejidad, derivado de la proliferación de mensajes sucintos, formulados con extrema economía de palabras. Existen problemas de adicción a los videojuegos que apartan a muchos jóvenes de la relación con otros seres humanos. El impulso a la inteligencia artificial tendrá sus repercusiones en el terreno del empleo, acentuando el número de los marginados.

El asunto consiste en desterrar una concepción tecnocrática del proceso y asumir en todos sus alcances una visión humanista del desarrollo humano, que contenga, con perspectiva de crecimiento, la dimensión espiritual en tanto componente fundamental del bienestar al que aspiramos. En la plenitud del buen vivir reside la posibilidad de salvar el planeta de la depredación que en una perspectiva a corto plazo beneficiaría a los dueños del mundo.

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