No se conoce otro caso de un patriota que haya creado un movimiento revolucionario conversando individualmente con cada uno de los miembros de los grupos constituidos, pueblo a pueblo, en el país que iba a liberar, y que en un año y dos meses haya organizado y entrenado a unos 1 200 hombres. Eso hizo el joven abogado Fidel Castro Ruz.
Recorrió en tan noble tarea hasta 40 000 kilómetros. Preparaba tan secretamente la acción que ni los propios protagonistas conocían contra qué objetivo iban a pelear. En su diálogo, Fidel les transmitió ideas políticas e indispensables instrucciones.
Más de 140 hombres y dos mujeres participaron en el asalto a los cuarteles Moncada, de Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, de Bayamo, el 26 de julio de 1953.
Aglutinó para el combate a jóvenes valiosos, sin ataduras con la politiquería de aquellos tiempos, de moral intachable y origen obrero-campesino en lo fundamental, libres de compromisos con los reaccionarios, uniendo voluntades como hizo Martí en su obligado exilio.
Fue en la provincia que a partir de 1976 pasó a llamarse Habana o «Habana Campo» —hoy multiplicada en Artemisa y Mayabeque—, donde nacieron o crecieron alrededor de 60 de los combatientes de aquel heroísmo de 1953.
Por sus características rurales y ventajas geográficas, allí en aquel territorio tuvieron lugar los principales entrenamientos militares imprescindibles para llevar a cabo las acciones previstas.
Tales ejercicios y prácticas se efectuaron en fincas escogidas estratégicamente en Guanajay, Artemisa y Nueva Paz. Allí se materializaron útiles y efectivas prácticas de comando y tiro con calibre reducido, las armas esenciales que más tarde llevaron al combate real.
No puede olvidarse tampoco que muchos habaneros se entrenaron también en la Universidad de La Habana, en los meses de septiembre y diciembre de 1952, ni tampoco soslayar el hecho trascendente de que muchos hijos de las actuales provincias de Artemisa y Mayabeque —entonces de la antigua provincia de La Habana— desfilaron en la histórica Marcha de las Antorchas, en el corazón de la capital cubana, mezclados con los estudiantes y el pueblo.
Ningún rico, ningún burgués, ningún latifundista, ningún politiquero estuvo en las filas de la joven Generación del Centenario del natalicio de Martí. Al contrario, fueron de las clases más humildes de aquella época.
La Juventud del Centenario no es una denominación caprichosa, porque el promedio de edad de los asaltantes del 26 de julio de 1953 era de 28 años. El de mayor edad tenía 50 años y el más joven, 17.
Solo pudieron armarse 165 hombres por falta de recursos, pero por cada uno de ellos, quedaron 20 bien preparados para el combate. Ahora en la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana (ACRC) cierran filas miles de revolucionarios, lo que quiere decir que el tiempo y la historia multiplicó a los que participaron en aquella epopeya inolvidable, hace ya 66 años.