Más de cien veces —y no exagero— he leído la confirmación de la muerte de José Martí en Patria, semanario que él había fundado en Nueva York en marzo de 1892. Y cuando repaso una y otra vez la escueta nota publicada el 17 de junio de 1895, me perece que es mentira lo que en ella se informa.
«Al entrar en prensa el presente número recibimos la cruel certidumbre de que ya no existe el Apóstol ejemplar, el maestro querido, el abnegado José Martí. Patria reverente y atribulada dedicará todo su número próximo a glorificar al patriota, a enaltecer al inmortal».
Supongo que esa haya sido una de las noticias más difíciles de digerir por los emigrados cubanos aquel año. El 23 de mayo el periódico pudo haberse hecho eco de lo comunicado en partes españoles sobre el deceso del Delegado del Partido Revolucionario Cubano. Sin embargo, sus redactores prefirieron esperar por informes de fuentes imparciales.
Por esa razón, no fue hasta el 17 de junio de 1895 que se constató lo acontecido en Dos Ríos, en el Oriente de Cuba. Ocho días después de esa fecha los encargados de Patria dedicaron el número 167 a evocar los méritos de Martí. El obituario «Inmortal», firmado por el puertorriqueño Sotero Figueroa, ocupó toda la primera plana y parte de la segunda.
El impresor de Patria rememoró en su panegírico varios pasajes de la vida de aquel hombre dedicado a servir a sus semejantes y a convencerlos de la necesidad de que Cuba tenía que ser totalmente libre.
Figueroa lo caracterizó como alguien de naturaleza inquieta, apasionada, vehemente, que no podía permanecer pasivo o indiferente ante ninguna iniquidad. «Alma templada para el sacrificio y con clara visión de la perfectibilidad humana, todo despojo inicuo, toda detentación de un derecho, había de encontrar en él adversario decidido y formidable».
A juicio de Rafael Serra, el héroe cayó a su placer: «De cara al sol, fecundando con su sangre preciosa la libertad naciente en nuestra tierra, y agitando al aire la libre bandera». Quienes lo envidiaron en vida —dijo— más lo envidiaban por la grandeza inextinguible de su muerte.
«Con grandes dotes como propagandista y organizador práctico y firme como una roca de granito en su propósito, no podía ser lo que ya nadie le disputará: uno de los grandes nombres históricos de nuestra patria», elogió Juan Fraga.
De eminentemente observador y metódico calificó Juan de Dios Tejada el espíritu del patriota, que le permitió analizar de manera sistemática la composición exacta del pueblo cubano.
Martí llegó a comprender admirablemente lo que la generalidad de nuestros compatriotas no sabían, lo que casi todos ignorábamos, esto es que el sentimiento de la patria no estaba extinguido en la noble raza cubana», abundó.
Patria también citó mensajes de cariño que otros diarios divulgaron.
The Sun, dirigido por Charles Dana, comentó: «Su corazón era tan apasionado como lleno de fuego, sus opiniones eran ardientes y llenas de aspiraciones, y murió como hombres de su temple pudieran desear morir, batallando por la libertad y la democracia. De tales hombres no hay muchos en el mundo...».
«¡Cuánta paciencia! ¡Qué constancia más admirable! ¡No es decible lo que tuvo que luchar, los sinsabores y amarguras en los años que empleó en su infatigable propaganda; sufriendo burlas de los indiferentes y convenciéndolos, despreciando el desdén de enemigos día tras día, paso a paso, piedra a piedra, construyendo la obra admirable de la Revolución actual», difundió El Pregonero, de Caracas.
El rotativo caraqueño se refirió al don que poseía Martí para unir los elementos dispersos de las guerras anteriores, en quienes insuflaba aliento y esperanza en el mañana. Además, brilló como nadie cuando reunió real a real el dinero necesario para llevar a cabo la causa independentista.
Para El Diablo, de Nueva York, el apóstol fue un hombre de la raza de los libertadores, que hizo honor a su patria, a la América y a su siglo.
Muchos más mensajes quedaron impresos en el número 167 de Patria, como este de Carlos Figueredo, que lo retrata en su esencia: «Martí era la más perfecta encarnación de su Patria, aquella patria que él llevaba en la cabeza, en el corazón, en su cuerpo todo, aquella patria móvil de todos sus desvelos, meta de todas sus aspiraciones».