Mike Pompeo, secretario de Estado del Gobierno de Donald Trump, tuvo otro cargo antes de ahora. Fue director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), por sus siglas en inglés, desde el 23 de enero de 2017 hasta el 26 de abril de 2018. Una credencial que a todas luces le hace partícipe de las más sucias políticas de Estados Unidos.
En un arranque de sinceridad o más bien de cinismo —durante una entrevista en la Universidad de Texas A&M, la sexta universidad más grande de Estados Unidos y ubicada entre los mayores 20 institutos estadounidenses de investigación en términos de financiación (5 mil millones de dólares desde 2011)—, Pompeo dijo: «Yo era el director de la CIA. Mentimos, engañamos y robamos. Teníamos hasta cursos de entrenamiento». Y tras una pausa cubierta por las risas y los aplausos de la concurrencia, agregó: «Era como si tuviéramos todos los cursos de capacitación».
Nada nuevo en esa declaración que en realidad se quedó corta, porque le faltó un verbo esencial: asesinamos, y porque no estaba bien la conjugación que debía decirla en presente continuo y bien activo: seguimos mintiendo, engañando, robando… y asesinando, además de que no hemos interrumpido nuestros cursos de capacitación, como tampoco las conspiraciones.
El mundo sabe de las trapacerías de la CIA, de sus operaciones encubiertas, del fomento de golpes de Estado, del espionaje generalizado y el contraespionaje, de los asesinatos selectivos, del entrenamiento de grupos terroristas, la organización y financiación de insurrecciones, y otras actividades que se originan en los planes de sus actuales cuatro componentes básicos: Directorado de Inteligencia, Servicio Nacional Clandestino, Directorado de Ciencia y Tecnología, y Directorado de Apoyo.
Pero ya no se menciona tanto a la CIA, porque su protagonismo central se vio ¿opacado? cuando Estados Unidos amplió en tal magnitud la Comunidad de Inteligencia, que esta constituye una federación de 17 agencias, las cuales trabajan de conjunto para poner en práctica los planes contra el resto del orbe, sean enemigos, antagonistas, socios, aliados o amigos.
Nadie está exento de ser tocado por ese pulpo de tentáculos multiplicados, como tampoco puede definirse si ocurrirá con él un fenómeno de malformación semejante al de los octópodos del mundo marino del Pacífico, donde algunos han llegado a tener hasta 80 brazos.
Por otra parte, Pompeo tiene bien aprendido en grado de excelencia la actividad que sigue practicando desde el propio Departamento de Estado: moldear al mundo a la querencia del imperio.
No podemos olvidar que cuando era evaluado para la CIA se pronunció por el espionaje masivo de los estadounidenses por parte de las agencias de seguridad, la recopilación de metadatos de las líneas telefónicas y de las informaciones sobre las finanzas y el estilo de vida de los residentes en EE. UU., y de líderes extranjeros; además de abogar por la condena a muerte de Edward Snowden.
Para resumir su pensamiento, prometió una CIA más «agresiva, brutal, despiadada e implacable», a lo que añadió desafiante y seguro de sí mismo ante los legisladores de la audiencia: «elija la palabra».
De su predilección por esa actividad de seguridad hablan sus antecedentes cuando era representante a la Cámara donde se unió a la Comisión de Inteligencia.
Entonces, no hay por qué asombrarse ahora del impudor de Mike Pompeo, a quien en su momento Donald Trump alabó con esta frase: tiene «la misma forma de pensar [que yo]». Bueno, si él lo dice…