A veces se descorcha información que deja al más pinto de la paloma boquiabierto, hasta que este disipa la mueca con un larguísimo ¡le zumba!
Tampoco devienen hechos excepcionales. Son, simplemente, la evidencia de chocar una y otra vez con la misma piedra, esa de la miopía, a fin de menguar el mal que se nos viene encima.
No voy a escribir propiamente de los avatares industriales de la Empresa Láctea de Villa Clara que va camino a una renovación, aunque demorada, después de ocasionar pérdidas materiales y disgustos al consumidor. No obstante, más vale tarde que nunca.
Voy sobre el tema de los menoscabos de miles de litros de leche por la falta de frío, la llegada tardía de los carros acopiadores y la calidad de los productos.
La entidad admitió que hubo días con pérdidas de hasta 30 000 litros, lo cual indica a las claras que también existieron otras cantidades apreciables desperdiciadas en jornadas cotidianas.
Ante ese dato que espanta, por saber todo el mundo hasta el dedillo la escasez de leche existente en el mercado, cabe inquirir: ¿si se sabía de antemano la incapacidad de frío para tanto alimento, más posibles problemas con el transporte, no se pudo implementar una fórmula salvadora o, al menos, que lograra menguar el trancazo?
¿Tampoco fue posible enviar el apreciado producto a unidades de prestación de servicios o realizar ventas a la población y así evitar por todos los medios y vías malgastar algo que tantísima falta hace?
Si conocían sobre el incremento sostenido de producción de leche que se les venía encima y el mal estado de la industria sin una respuesta adecuada, entonces, ¿por qué tampoco previeron medidas de contingencia para enfrentar la avalancha blanca?
Es una verdad verdadera que el deterioro de la infraestructura de la empresa influye en la calidad, pero los problemas de sus productos le viene de antaño.
Un análisis sobre este problema, hecho por una comisión permanente de la Asamblea Provincial del Poder Popular, destacó las insuficiencias de la calidad de la leche y el yogur el pasado año, en los que influyeron las indisciplinas y violaciones de normas que perjudican la calidad, independientemente de las grietas tecnológicas. Es obvio que estas nunca deben cobijar la chapucería operacional.
Lo acontecido en el lácteo tampoco resulta inédito debido a que realidades iguales ocurrieron y ocurren.
Por ejemplo, la falta de comida y agua provoca la muerte de miles de cabezas de ganado, un panorama sombrío que golpea año tras año a la ganadería cubana.
Resulta difícil digerir no solo cómo se desperdicia esa carne, que es mucho decir, sino los años invertidos en su crianza y los recursos empleados para tratar de evitar esa muerte anunciada, día a día, en la imagen esquelética del ganado deambulando por los potreros.
Si hay inexistencia de alimentos para toda la masa ganadera, ¿no se podría valorar un ordenado sacrificio? No hacerlo implica que luego, cuando llega la hora de los mameyes, la poca comida y agua haya que repartirlas entre más animales.
Qué decir de producciones de tomates que a veces se derrochan por la inexistencia de capacidad para su procesamiento. O, ahora mismo, productos agrícolas que llegan a podrirse en los mercados sin que se rebajen de precios para facilitar una comercialización más rápida.
Esos impedimentos deben estudiarse y erradicarse sin más dilación con la luz larga de prever. Por lo pronto sería bueno ver si pueden, con tantísima leche que hay, generalizar la comercialización de un modesto vaso de café con leche en determinados centros gastronómicos.