Si un rasgo permite apreciar la autenticidad del proceso bolivariano, ese es el constante diálogo, la interacción permanente, el parto público de medidas que son, por un lado, lógicas réplicas de combate a un imperio que cada día engaña a menos venezolanos y, por otro, capítulos del programa de bien que, desde Chávez hasta hoy, se establece en el país con terquísima resolución. La evidencia mayor de tal vitalidad se encuentra, sin embargo, en que la apertura de esa flor hermosa que es la revolución no se observa a solas desde programas televisivos o discursos grabados, sino en vivo y en conjunto, desde plazas, parques, calles y casas ávidas de transformación.
Nicolás Maduro lo ha dicho recientemente: la venezolana no es una «Revolución aérea», no puede caer del cielo; tiene que venir y crecer —en lugar de desde abajo, como suele decirse con cierta incorrección— desde «adentro».
Entonces, frente a tanta cortina de prensa y tanto odio esparcido por el mundo, la pregunta esencial para evaluar la realidad del país es precisamente, ¿qué o quién es este país? Contrastando lo que se escribe por ahí y lo que se ve por aquí, uno se da cuenta de que pocos parecen saberlo. Una parte importante de la respuesta puede hallarse en el movimiento Somos Venezuela que, en su primer semestre de existencia, desde junio del año pasado, tocó la puerta a casi cuatro millones y medio de familias.
Junto al carné de la patria, especie de GPS humanista que permite localizar a personas y corazones requeridos de apoyo, Somos Venezuela integra un pilar en la puesta en marcha de un nuevo sistema de gobierno popular dirigido a la protección integral de la única —y de veras no le hace falta más— base social del chavismo: el pueblo.
En los hogares de los 24 estados de la nación, hablando en «venezolano», los brigadistas del movimiento apreciaron en la segunda mitad de 2017 las preocupaciones y deseos de más de 15 millones de compatriotas e hicieron un diagnóstico que permite organizar una respuesta ciertamente compleja, pero estratégica para el chavismo. Nicolás Maduro, que ha imprimido a su dinámica personal el ritmo vertiginoso de la Revolución, ya dispuso los recursos para concretar esas ayudas. De las casas al Gobierno, el proceso continúa.
Somos Venezuela cuenta ahora con unos 150 000 brigadistas que al cierre de enero pudieran llegar a 200 000, en virtud de la convocatoria del propio Presidente. La labor de esos jóvenes ha permitido fortalecer la atención social porque ellos ubican, con nombres y apellidos, necesidades en torno a salud, vivienda, educación… y proyectan planes personalizados para resolverlas.
A la oposición y a sus padrinos externos no les caen nada bien estos muchachos inquietos que sin medias tintas apoyan a Maduro, aplauden sin reservas sus medidas y, como los correos de la Antigüedad, llevan a pie a los sitios más distantes un mensaje; en este caso, el de la Revolución. No pueden caerles bien porque son, ciertamente, una poderosa fuerza de élite en tanto hacen férreo contrapeso a una guerra venida de lejos, sin declaración: la económica.
Somos Venezuela es, entonces, el sistema autoinmune de la nación: se reconoce y se cura a sí mismo en la persona más importante que existe, la primera del plural, todo en «nosotros».
El movimiento responde a las demandas básicas de los venezolanos, esas mismas que —por impura coincidencia— son atacadas por los centros de poder capitalistas y la oligarquía local con absoluta complicidad de la oposición más vendepatria que ojos humanos hayan visto.
Hay contrastes elocuentes: mientras el chavismo enamora jóvenes para que, de forma voluntaria, recorran los barrios e indaguen qué necesita la gente, la contra ha llegado a pagarles a adolescentes para que ejecuten actos violentos contra sus propios compatriotas.
A tal punto se tomaron en serio su tarea estos noveles voluntarios que, en el cuatrimestre más duro de 2017, cuando la violencia destapada por la derecha creó serios focos de inseguridad, Somos Venezuela continuó imperturbable su despliegue casa a casa.
Con el nombre que tiene, el movimiento no podía actuar a solas. Junto al carné de la patria, integra una plataforma nacional para registrar los casos sociales y articular a los organismos e instituciones de la Revolución alrededor de las 24 misiones sociales, en aras de un abordaje integral. Maduro ha llamado a que sea «el gran instrumento» que unifique todos los resortes bolivarianos para proteger al pueblo.
Desde Miraflores hasta las brigadas de Somos Venezuela saben qué proponerse para el primer trimestre de este 2018: alcanzar la protección de dos millones de hogares de la patria, sumar a 750 000 muchachos al plan Chamba Juvenil, ubicar y atender a todas las personas requeridas de pensión, lograr la plena escolaridad en todos los niveles y fortalecer la distribución de medicina en los 335 municipios.
Los diagnósticos dejan claro que las misiones médicas y educativas cubano-venezolanas, cada vez más integradas, tienen mucho trabajo nuevo que hacer.
Desbrozando desde adentro el camino hacia el año 2030 y a un socialismo bolivariano, Somos Venezuela asume en estos tres meses una tarea harto elocuente: localizar y apoyar a medio millón de embarazadas. Todos saben que en sus vientres está la garantía de que, en el futuro, un movimiento de idéntico signo chavista le asegure a su pueblo el «Seremos Venezuela» que América necesita.