No existe, en este caimán de ojos despabilados, atento a cada cambio o transformación que ocurre en el ambiente sociopolítico circundante, un solo punto que escape a su premonitoria advertencia.
Cuando lo pienso bien, se me parece a esos padres que no dejan de señalar cada peligro, cada consecuencia de nuestros actos… Siento que, aún en el siglo XXI, esta Isla navega en el mar de sus propias y complejas circunstancias bajo su inmortal protección y guía.
Su espíritu señala el mejor camino —más allá de las primeras lecturas de su pensamiento— para andar por la senda de los buenos cubanos, esos que se apegan más al batallar cotidiano por hacer el bien y no a la comodidad facilona y quieta de quienes ven el «mundo pasar» y no se perturban ante las inmundicias humanas.
A 165 años de su natalicio, Martí se sienta todos los días, desde la potestad que le da su preclara autoridad histórica, frente a la realidad de la Patria, para criticarnos, cuestionarnos, convocarnos, inspirarnos…
Pero la ruta del Apóstol por la vida nacional no es el anecdotario o calendario frío y repetido de fechas históricas que nos enseñan en las escuelas; la ruta martiana debe originarse en la conciencia de cada cubano, en la comprensión del legado que invocamos, a veces, con frases aprendidas de memoria. Esas que, en oportunidades, olvidamos convertir en realidad durante los sucesos cotidianos.
No son pocas las deudas que tenemos con el pensamiento del hombre que murió joven (con apenas 42 años), pero nos legó la mayor «guía de estudio» para que salgamos airosos, todos los días, de las pruebas impuestas por la Patria.
No está siéndole fiel a Martí el estudiante que no emplea su inteligencia honestamente y se vale de trucos que pudiese eludir si aprovechara el tiempo en cultivar conocimientos para utilizarlos en beneficio suyo y del prójimo.
Es deslealtad —y hasta traición a sus ideas— que un dirigente nuestro, en cualquier puesto en que esté, se beneficie de su título o sus potestades en «bien propio, por legítimo que parezca», porque «se empaña y pierde fuerza moral», y esa fuerza, dice el Maestro, «está en el sacrificio». Mírese dentro de su propia alma quien, por incauto o por irresponsabilidad, haya incurrido en tal pecado de leso patriotismo, para que la limpie de todo mal y la induzca al buen camino. A la Patria vienen el hombre y la mujer a servirla: «No se la toma para servirse de ella», escribió Martí.
Le honra bien poco, o nada, el funcionario que entorpece en vez de canalizar preocupaciones, viabilizar soluciones y hacer, en su campo de actuación, todo lo que sea posible para que «funcione» su gestión, sin alardes de poder ni prohibiciones o sermones nacidos de la necedad, la incapacidad o la ignorancia.
Peca contra su legado cualquier ciudadano o profesional que sobrevalore, encomie sin razón o esconda las zonas raídas de cualquier obra de la Revolución, porque «los amigos exagerados son los mayores enemigos», y de esos es mejor prescindir en pos de ganar las batallas contra la chapucería, el desorden, los incumplimientos y la mentira. No hay que olvidar que quien padeció cárcel, exilio, hambre, frío y ausencias notorias, nos enseñó que la «libertad es el derecho que tienen las personas de actuar libremente, pensar y hablar sin hipocresía» y «no se ha de permitir el embellecimiento del delito, porque es como convidar a cometerlo».
En tiempos en los cuales la dirección del país confía el rumbo de este inquieto caimán a las manos y el talento de no pocos jóvenes, no faltan los sitios donde se hace notorio el temor a la viveza, la audacia, el afán de creación y de aprendizaje de esas edades que impulsan las transformaciones, porque desconfían de sus capacidades, formación o inteligencia, o porque se descubre en ellos lo que quizá ya algunos no estén en la disposición de acometer. Bien lo advirtió el cubano universal en no pocas expresiones: «La actividad es el símbolo de la juventud», «es de jóvenes triunfar», «quien se alimenta de ideas jóvenes, vive siempre joven».
Y nadie piense que es esta una apología de la juventud; es más bien una alerta a la experiencia, en función de que se apropie y utilice, en buena lid, esa energía renovadora, que la guíe y la comprometa, porque el inmortal de frente amplia señaló que «el elogio oportuno fomenta el mérito, y la falta de elogio lo desanima».
En el camino hacia la continuidad histórica por la cual transita Cuba en este año definitorio, José Martí ha de ser el faro que ilumine las decisiones nacionales, la brújula que indique el mejor camino a seguir. Cada patriota debe ser consciente de que hoy es impostergable saldar las martianas deudas.