Cuesta trabajo entender que a menos de 20 años del marasmo, a América Latina se le fuera a hacer tocar otra vez el fondo. Que de nuevo transitáramos por otra década perdida, cuando se supone que los resortes de la más reciente se aprendieran.
Pero lo más ininteligible para algunos de quienes observamos el devenir de la región puede que no sean los deseos de los ayer vencidos de imponer las mismas recetas, sino que los vencedores fueran a arriar bandera no por cansados, pienso, sino por confundidos; o porque en la búsqueda del ideal dejaran sola a la fuerza política factible ahora apenas para salvar lo ganado e impedir que el enemigo pueda avanzar.
¡Enemigo! Hasta es probable que en algunos círculos cuestionen el vocablo. Así de avanzada anda también la desideologización, extendida por la derecha en medio de esto que analistas han identificado como restauración conservadora jalonada por una ofensiva imperial, justamente para eso, para que los hombres y las mujeres no piensen más.
Lo doloroso, digo, no es solo que los otros quieran hacer valer las mismas medidas de los 80 y los 90, que en tantos lugares empobrecieron a los vecinos y convirtieron en algo usual la «salvación» de la olla común. Que unieron en el reclamo en las calles a tanta gente… A veces, incluso, sin motor político, y resultaran la chispa para los cambios y la emergencia de nuevos líderes.
Lo difícil de comprender no es que los otros quieran, repito: es que puedan.
Vuelven en más de un lugar las promesas de crecimiento económico colgadas del ajuste, que nuevamente se hace «entallándole» el consumo a la gente gracias a la elevación de los precios, como en Argentina, y —¡otra vez!— se entroniza la privatización, que abre la puerta al poder transnacional donde se asientan, precisamente, los intereses de quienes fueron llevados de vuelta al gobierno por el voto de estos mismos que sufren.
Y se ponen cada vez más al uso las truculencias de sistemas judiciales dudosos que hasta golpes de Estado sin armas permiten, como ha sido el caso de Brasil, donde la corrupción, sin embargo, sigue planeando sobre y alrededor de la presidencia, en tanto la lucha contra este flagelo, usada a fines del siglo pasado por los organismos financieros internacionales para condicionar los préstamos, hoy se utiliza para descabezar a líderes políticos y sociales.
Manipulación mediática es otro término acuñado que algunos rechazan, pero imprescindible para entender lo que pasa; y hace falta la conciencia, si no, que lo digan los bolivarianos en Venezuela.
En ese entorno pareciera que hay organizaciones sociales y populares centradas únicamente en su reclamo sectorial; desencantada alguna, tal vez, por el quehacer insuficientemente explicado o sencillamente errado de un gobierno de nuevo cuño. Pero quizá sin las letras ideológicas que les permitan leer dónde está la verdad.
Habría muchos elementos para explicar cómo las derechas, al socaire de las fuerzas imperiales del Norte, materializan la vuelta de tuerca que se quiere extender, no por gusto, en Latinoamérica: la primera región que inició una integración real basada en la complementariedad económica y comercial, en la soberanía, y en la sensata y entusiasta validación de nuestras propias fuerzas, que mostró las potencialidades del Sur.
Hace falta articulación entre todos los sujetos sociales y políticos opuestos al modelo neoliberal, y una memoria a prueba del más potente y sostenido bombardeo mediático.
Se extrañan las campañas continentales que tanto camino desbrozaron. Sí, porque la lucha de clases pervive y también la ideología, por más que la realidad obligue a un pragmatismo que no la soslaye.