Además de periodista, soy una mujer de radio, y no solo porque la haga desde mi mágico rol de locutora y conductora de varios espacios en diferentes emisoras, o desde la escritura del guion de un programa de corte musical o de orientación juvenil, sino porque mucho antes de ser parte de ese mundo detrás del éter, soy una oyente habitual de varios espacios.
Crecí escuchando los personajes en las radionovelas preferidas de mi madre; me aprendí líricas gracias a Nocturno; participé en los karaokes de Mezcla; y disfrutaba de espacios musicales como Música Viva, en Radio Rebelde, Cuba Tonight, en Radio Taíno, Skala Máster, en Radio Metropolitana... Radio Reloj marca la hora a menudo para mi familia; deleitarse con Radio Enciclopedia es común en casa, y para informarse más rápido, Haciendo Radio y el Noticiero Nacional de Radio tienen preferencia.
Como consumidora no me desprendo de algunas inquietudes, y tener referencias internacionales también incentiva pensamientos al respecto. Por eso, a 95 años de la primera transmisión, el 22 de agosto de 1922, de la planta 2LC, de Luis Casas Romero, que convirtió a Cuba en uno de los primeros países de la región en desplegar este medio de comunicación, me preocupa que continúe siendo la población adulta, y no tanto la de adolescentes y jóvenes, la que escuche radio de manera frecuente, y que los códigos estéticos respeten intenciones y objetivos de épocas pasadas.
El mundo va muy aprisa, y aunque Cuba no tenga la digitalización veloz en cada minuto de la vida de sus habitantes, como sucede en otras naciones, sí se está muy al tanto de lo que pasa en el mundo, e incluso en la propia Isla, a través de otros canales. Y es eso lo que nuestra radio no puede ignorar.
Aspiro a que los contenidos sean más diversos, y que la manera de contarlos resulte más interesante, creíble, natural. Lo demanda una audiencia que puede encontrarlos en diferentes sitios, a veces más inmediatos, y que quiere que nuestra radio marche en consonancia con esta democratización tecnológica que, de manera bastante generalizada, ha cambiado los rumbos.
La radio ya dejó de ser hace tiempo la combinación de una cabina, una consola, un micrófono para el locutor y un director que lo impone todo. La radio es más mía, suya, de aquel y de aquella, y puede explotar a su favor las redes sociales y otras vías para su transmisión habitual y para su retroalimentación.
Visualizar la radio puede considerarse, por algunos, una cosa de locos, pero es parte de la dinámica cotidiana en el mundo, y afortunadamente de algunos espacios en la cubana. Pero aún no es común que las emisiones «rompan» las paredes de una cabina y lleguen a todos en ambientes menos tradicionales.
Quiero que la radio cubana, esa que escucho y que disfruto hacer, sea un medio que aunque tenga su misión de educar y orientar, no pierda la de entretener, y que se defienda con todos los recursos posibles. Quiero que sea como la queremos todos y no solo como la rijan las pautas. Quiero que se piense y se repiense, para que siga siendo más de todos.