Todas las noches lo veo allí, en la paladar de la esquina. Detrás del mostrador, una sonrisa casi desvanecida y los ojos cansados y amables de quien está agotado pero no puede apagarse. No pasa de 25 años, estoy casi segura. Lo sé porque todavía parece que puede con todo. Pero desgraciadamente no es así. El mundo gira demasiado veloz para el modo en que él merecería vivir su vida. A veces no se da cuenta y, cuando viene a ver, otra vez es su cumpleaños. Pero todo por reunir, estar bien y salir adelante…
Detrás del timón va otro joven, casi tanto como el primero. Es de madrugada y sigue allí. Y si le dicen que doble, dobla. Trabaja seguido, cuantas veces sea necesario. Ha llegado a estar alrededor de 48 horas subiendo y bajando pasajeros. «¡Vale la pena!», me dice. «¿Sabes la “estilla” que me busco?... ¡Aunque termino mata’o!», reconoce bajito.
Una muchacha que no alcanza las 20 primaveras casi vive en el portal de al frente. Se pasa el día mirando al teléfono. A veces es para jugar. Otras, para volver a consultar la hora. ¿Faltará mucho para las 8?, parece que piensa cuando mira otra vez la pantalla del móvil. Estar todos los días de 8 a 8 despachando jabas de dulces o panes no es muy entretenido. «Pero son 50 pesitos del lado de acá. De todos modos yo estudié Fisioterapia y allí no ganaba mucho», explica con su filosofía entre cierta e ingenua.
Cada una de estas muchachas y muchachos, a su modo, dedica el día a ganar, a perder… a vivir. Saben que deben subsistir en este mundo agitado. Tal vez pagar un alquiler, quizá ayudar a la familia, o ahorrar para alguna ropa, comprar la leche especial que requiere su bebé… lo que sea. Cualquier cosa es importante y todo se necesita.
Lo preocupante de estas historias juveniles es que en una etapa de la vida que está destinada a construir los proyectos de realización laboral, se decida poner a un lado para siempre esa vocación que hace que cada día cuente.
Entre la fuerza nueva de quienes emprenden su juventud, es preciso buscarles un espacio a esos empeños cumbres, aunque para ellos solo quede el horario de la madrugada. Lo importante es no perderlos de vista… y entender que cualquier sacrificio extra es solo una cuestión transitoria, o paralela, pero nunca excluyente.
Por supuesto que en estas líneas no cuentan quienes están felices porque sienten que nacieron para lo que hacen y no les importa pasar jornadas enteras consagrándose a su labor siempre que el alimento material venga con el espiritual. Pero asustan quienes, con satisfacción resignada, se olvidan de algún talento que les mueve el alma porque entienden que la «lucha» es la única manera de ¿vivir bien?
Más allá del sector laboral que sea —porque otros jóvenes también dedican muchas horas a sus rutinas en empleos estatales— hay quien está dando demasiado a cambio de un dinero extra (aunque casi ninguna cantidad puede considerarse excedente). Son aquellos que truecan, como reflexionaba el profesor Calviño recientemente, calidad por nivel de vida. Cierto es que el nivel ayuda a la calidad, y que esta última puede estar bien sujeta al nivel. Pero igual de verdadero resulta que en la consecución de uno puede acabarse con la otra.
Porque, ¿de qué sirve el bolsillo lleno cuando ni siquiera hay tiempo o ganas de gastarlo? ¿De qué sirve cuando, al final de la vida, el balance de proezas y sueños resulta nulo? Y aun cuando el sueño sea algo material, lo importante es que no se vaya la vida para conseguirlo. No hay por qué resistir jornada tras jornada para conseguir llegar a algo; lo más importante es el viaje, y no puede hacerse con el combustible pesado del sufrimiento.
El cansancio extra no debe anular los sueños. Claro que estos dependen de sacrificios innombrables, pero el peligro está en que los esfuerzos se lo traguen todo, al punto de devolver solo una manida y agotada existencia de fin exclusivamente monetario.
Hay que trabajar para vivir y porque se quiera vivir a base de esa energía que proporciona el gusto por lo que se hace, y no vivir para trabajar porque las urgencias consuman todas las pasiones. Incluso si se trata de pasiones, también se debe tomar distancias de vez en cuando, porque hasta la mismísima Marilyn Monroe reconoció una vez que una buena carrera no abriga en una noche fría.