Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El eterno campanero de la Iglesia Mayor

Autor:

Lisandra Gómez Guerra

En la escalera de 103 peldaños de madera preciosa, que lleva desde el templo de la Iglesia Mayor de Sancti Spíritus hasta lo alto de su campanario, crece el latido de las pisadas de Alfonso Rafael Pasamontes Alfaro, «Cuco», un casi octogenario yayabero, quien desde los 13 años de edad supo sacarles melodía a las campanas de la legendaria parroquial.

Los cerca de 30 metros de la torre, que permite la mejor vista de la añeja villa, lo «saben» de memoria. Hasta los totís y gorriones que en la gigantesca estructura hierática se cobijaban, olvidaban volar con la llegada de este hombre. Las campañas y el badajo conservan aún la mayoría de sus secretos, las entrevistas hechas y hasta las historias que les contó para que el resto de la urbe las conociera con sus toques.

Allí Cuco sedujo sin altanerías a los oídos feligreses y a los que no también. El repique único de sus campanas espabiló tantas mañanas y despidió miles de días; anunció desastres naturales, muertes y la alegría por buenas venturas.

Despojado de cualquier parecido con el deforme Quasimodo, personaje construido en las páginas de la novela Nuestra Señora de París, de Víctor Hugo, aprendió de su abuelo José Pasamontes que su oficio corre por las venas porque es un arte.

Descubrió en plena adolescencia, cuando el cuerpo se estiraba hasta alcanzar la gran estatura que le caracteriza, ese lenguaje que expresa alegría, tristeza, dolor, sobresalto y temor. Cada toque tiene un sentido, tal y como sus nombres lo anuncian: repique, aleluya, dobles, a rebato, clamores, responso...

Muchas generaciones de espirituanos, y otros que llegaron hasta la iglesia espirituana impulsados por la curiosidad, vieron muchas veces de cerca las largas manos de Cuco surcadas por el tiempo, tomar la cuerda que tiraba del badajo; unirla a una segunda y amarrarlas a la pared para controlar su movimiento. Luego, debajo de las cuatro campanas, él bailaba al compás de las sogas agitadas, según el ritmo de algún motivo popular como una buena rumba, conga o bembé.

Este auténtico espirituano convirtió así el campanario en su segunda casa. Tanto ha sido así, que reía cuando los más jóvenes se quedaban sin aliento al topar con el último escalón del torreón. Él podía ascender con los ojos cerrados y, cigarro en mano, mantener una conversación, sin sentir presiones en el pecho.

En esa cima veló de día y de noche el movimiento de los vecinos de la villa, las fuertes tormentas que la azotaron y celebró al ritmo de la música de sus campanas la llegada de cada año, para que nadie dejara de sentir la alegría por la efeméride.

Esa entrega inusual por más de medio siglo lo convirtió en el personaje más popular de la urbe, según las encuestas realizadas durante la celebración del aniversario 485 de la fundación de la ciudad del Yayabo. A partir de ese momento perdió su apodo y fue reconocido por el oficio heredado.

Desde hace un tiempo, el peso de los años lo mantiene obligado a no subir más los 103 pasos de escaleras que lo llevaron tantas veces hasta la cima más alta que conoció. Ahora siente desde su casa el sonido de gran parte de su vida, cuando brota mediante la guía de las nuevas generaciones.

Y aunque para los menos entendidos puede ser el mismo, muchas personas y la misma villa, con 502 años a las espaldas, reconocen que aún falta mucho para que las consentidas campanas de Cuco repiquen con la gracia y el virtuosismo del eterno campanero de la Iglesia Mayor.

 

 

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.